Capítulo 5

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Era mi primer día en la herrería, como el día anterior me levanté antes de que amaneciese y me dirigí fuera del castillo hasta la herrería, cogí la llave de donde me había indicado Brom y repetí todos los pasos sin equivocarme, al poco tiempo apareció el herrero, me dio el visto bueno y me dijo que paladease la paja sucia del establo. Fui a hacer el encargo, nunca lo había hecho pero no pensaba que fuera muy difícil. Los animales estaban bien cuidados y efectivamente no me fue difícil limpiar el establo, acabé cambiando el agua de los abrevaderos y poniendo paja limpia en el suelo y avena en los comederos. Volví al lado de la forja y Brom me dio un martillo, era pesado pero pequeño y me dijo que tenía que intentar ablandar un trozo de metal mientras él terminaba una pala. El procedimiento era sencillo, con unas tenazas lo llevaba a la forja y luego lo sacaba para martillearlo en el yunque, al segundo golpe de martillo mis cicatrices protestaron, los músculos debajo de ellas se doblaban y estiraban y mi nueva piel no lo llevaba bien, dos horas después mi cuerpo estaba cubierto de sudor y hollín. Había terminado el primer día. Me despedí de Brom y me dirigí al castillo, después de asearme la rutina me envolvió como otros días, por la tarde volví a la biblioteca y después me pasé por dos casas para coger apuntes de mis rivales.

El segundo y tercer día fueron similares al primero. Al finalizar el tercero me quedé parada delante de Brom sin saber si preguntarle o esperar a que me hablase, no hizo falta, se volvió hacia mí y me dijo:

- Has cumplido mirlo blanco, yo también cumpliré, forjaré tus armas y tú vendrás hasta el día de la prueba ayudarme, ¿estamos de acuerdo?.

- Estamos de acuerdo - le contesté y le tendí mi mano para cerrar el trato. Brom me la cogió con fuerza, mi pequeña mano se perdía en la suya y en aquel momento sentí que no solo cerraba un trato sino una gran amistad.

Los meses pasaron, al principio me quedaba dormida por las esquinas debido al esfuerzo, el trabajo en la herrería era duro y mi cuerpo a pesar de todo se tuvo que habituar a él. Pronto me di cuenta que no solo conseguía unas armas forjadas sino también me ayudó a entrenarme. La fuerza bruta no contaba en la herrería, era un trabajo de fuerza y precisión, al caer el martillo debía hacerlo en un punto determinado y no solo tenía que darle con mi brazo sino que mi cuerpo debía caer al mismo tiempo. Lo puse en práctica con las lagartijas y funcionaba, un solo punto, un solo golpe, la economía de los movimientos hasta el final.

Esto era realmente importante para mí, al contrario que los demás aprendices yo no tendría un sanador que me curase entre combate y combate como ellos, poco a poco fui haciéndome con un buen botiquín repleto de vendas, ungüento de la vieja Tilly, sutura a base de hilos de seda... y todo aquello que me viniese bien para curar las futuras heridas. Poder acabar con mi oponente con el menor número de movimientos ayudaría a conservar mis fuerzas para el siguiente combate así que también empecé a entrenar en la arena de mi torre para poder conseguirlo. Era duro, no tenía a nadie que me corrigiese la postura, por lo que entrenaba descalza, mis huellas quedaban impresas en la arena y desde un pódium podía compararlas con los libros que sacaba de la biblioteca y ver si efectivamente hacía movimientos concretos y necesarios.

Las águilas no me llamaban pero empecé también a llamarlas yo, solo debía concentrarme en ellas y aparecían, solía venir Caius y me dejaba en las montañas donde estaban las lagartijas. Cuando me cansaba de entrenar con ellas volvía a llamar al gran águila que me devolvía a las cercanías del castillo. Esto era peligroso, pero una parte de mí le gustaba esa adrenalina que me revolucionaba el cuerpo y otra parte justificaba el riesgo diciéndome que no tenía a nadie con quien entrenar.

Llevaba tiempo trabajando en la herrería, Brom y yo nos hicimos amigos como predije, su tono paternalista me resultaba reconfortante y empecé a hablar con él de las cosas que me iban ocurriendo, solía darme buenos consejos y me hacía ver las cosas desde otra perspectiva. De todos los trabajos que me daba golpear el metal era sin duda el que más me gustaba, el sonido rítmico del martillo al estrellarse contra el metal, el calor que salía de la forja tranquilizaba mi espíritu y me daban paz.

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora