Capítulo 9

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Volví otra vez a mi libreta, empecé a preparar distintas estrategias para la siguiente prueba. La prueba consistía en luchar toda la clase de iniciados contra las clases superiores de aprendices. El primer combate se realizaba cuerpo a cuerpo, el segundo combate con espadas. Aquel aprendiz que quedase en pie en las dos pruebas sería el primero de su grupo. Nadie pensaba que la clase de los iniciados pudiese ganar y ese era exactamente nuestro objetivo. En la primera y en la segunda prueba había una serie de hándicaps que tenía que solventar, el primero es que no podía deshacerme de ningún aprendiz lo que suponía adaptar cada habilidad de cada uno de los aprendices de mi clase a la lucha, unos como Tarnan eran magníficos, pero otros.... ¿qué podría hacer con los menos favorecidos para la lucha?, ¿Cómo conseguiría que mis propios compañeros no se convirtiesen en un lastre para la lucha?. La biblioteca me dio muchas estrategias recogidas durante siglos de pruebas en la escuela, el problema era que sin una formación militar mi comprensión sobre muchas de ellas era escasa. Los viejos dragones me dieron la solución, en mis horas en las dragoneras me enlazaba a los viejos dragones y me mostraban en vivo batallas que habían presenciado de aprendices como yo en otros tiempos. Allí pude ver la primera batalla de Dorc el Maestro de Jinetes, un aprendiz delgado y nervioso que luchó con uñas y dientes para caer contra las clases superiores, el padre de Tarnan, muy parecido físicamente a él y un gran jinete. Los hermanos de Príus, tan asquerosos y repulsivos como él....

Pasaba todo el tiempo del que disponía en las dragoneras, a esas alturas solo estudiaba, entrenaba y acudía fielmente a mis trabajos en las dragoneras. Los demás aprendices habían empezado a estudiar por su cuenta algo que envidiaba profundamente, habían empezado a volar. Los dragones como los aprendices pertenecían a las mismas casas por lo que era normal que cada casa pusiese a disposición de los iniciados un dragón para comenzar las clases de vuelo, nuestro principal objetivo. En la Casa Morlan no había ni un solo dragón y yo era el único aprendiz o incluso el único jinete por lo que en eso nadie podía ayudarme. Así veía uqe a mis nuevos amigos irse con sus casas a aprender a volar mientras yo me quedaba en la biblioteca intentando averiguar cómo ganar nuestra siguiente prueba.

El gran dragón al que cuidaba con tanto cariño tenía nombre, me lo susurró un día en mi mente, supongo que después de comprobar que merecía la pena, su nombre me asombró pues era Draco, Draco el dragón, ¿qué nombre podría ser más apropiado para un dragón?. En su mente reviví la muerte de su jinete en una cruenta batalla, el dolor de la pérdida y la decisión de morir como dragón y no volver a convertirse en humano jamás. Hacía siglos que no salía de la dragonera, que no veía la luz del sol ni sentía el aire entre sus alas. Su tristeza era inmensa y su dolor tan grande que tenía que hacer muchos esfuerzos para no hacerlo mío. Poco a poco Draco fue convirtiéndose en mi amigo, él y los demás dragones habían aceptado mi presencia y ya no tenía que sortear las grandes colas o tener cuidado con que alguna pata me aplastase. Los cuidadores de las dragoneras me miraban asombrados al ver a los dragones retirar las colas o las alas para que pudiera pasar tranquilamente. Un día el maese vino a decirme que mi tiempo en las dragoneras había expirado, había cumplido y que no era necesario que volviese. Me llevé una gran alegría, significaba que dispondría de más tiempo para dedicar a Draco y el resto de los dragones sin tener que hacer los trabajos que me mandaban. Al no poder volar con un dragón, el poder estar cerca de dragones era el mayor de los placeres para mí y un poco de consuelo.

En mi siguiente entrenamiento ocurrió algo extraño, luchaba contra el pequeño Luca con la espada, los maeses daban vueltas alrededor nuestro intentando evaluarnos. De repente una sombra acudió a mis ojos, me cegó, era como si algo me hubiese cogido el alma y la apretase. Luca me hizo un tajo en la pierna y creo que caí al suelo, tan deprisa como vino se fue y lo que me dejó fue una sensación de frío extremo en el cuerpo. La sangre salía a borbotones de la herida, oía gritos a mí alrededor pero realmente no podía escuchar a nadie. Una sensación cálida se extendió desde mi pierna hasta el resto de mi cuerpo y poco a poco fui volviendo en mí. Crim, mi sanador, estaba a mi lado concentrado en sanarme, una tenue luz amarilla salía de sus manos, gotas de sudor caían por su frente y al poco comprobé que no quedaba rastro de mi herida, solo la sangre manchando mis ropas.

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora