Capítulo 10

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A la mañana siguiente en vez de ir a las dragoneras me acerqué a la herrería, era todavía de noche cuando salí del castillo y al llegar a la puerta cogí la llave de donde siempre y me dispuse a avivar el fuego como tantas veces había hecho. Recordé que tenía que recoger un par de espadas que tenía en la herrería.

En esta prueba los Morlans no solo me habían dejado a Crim, mi sanador, sino que me habían proporcionado armas, muchas más de las que podía llegar a utilizar en cientos de años, armas exquisitamente realizadas, con filigranas doradas con el escudo de la casa forjado, eran realmente bellas. Suponía que Arco les habría obligado, o que se habían sentido avergonzados al ganar la prueba y que su escudo no estuviese en mi espada, sea como sea por fin había obtenido las armas que ansiaba. Había llevado algunas a que las viese Brom y se quedó sorprendido al verlas, me dijo que habían sido forjadas con fuego de dragón y eso era algo realmente extraño, pues muy pocos dragones se prestarían para eso. Pero el fuego de dragón era especial y el metal forjado en sus llamas endurecía como el diamante y se volvía longevo e inmune a corrosiones o el paso del tiempo. Estaba como una niña con zapatos nuevos.

Estuve un rato delante de la forja y luego me dispuse a barrer el suelo como siempre, recoloqué las herramientas como sabía que le gustaba a Brom, llevaba un largo rato trabajando y de repente vi a un chico sudoroso entrar como una tromba en la herrería, nos quedamos mirándonos un momento, él me reconoció enseguida por mis ropas, a mí me sonaba del pueblo. Farfulló una excusa y se puso sonoramente a mover trozos de metal como si estuviese haciendo algo. Me encogí de hombros y me fui al establo a limpiarlo como siempre, cuando acabé el sol ya había salido y yo estaba sucia y sudada tras retirar la paja sucia y volver a poner la paja limpia. Al entrar en la herrería se oía la fuerte voz de Brom echar la bronca al chiquillo de antes, me quedé apoyada en el quicio de la puerta viendo con cariño a Brom en toda su furia. Mandó al chico a recoger unos enseres a casa del pescadero y se dio la vuelta.

- Nadie es como tú mirlo blanco, realmente te echo de menos - me dijo a modo de saludo. Me acerqué a él y le di un rápido beso en la tosca mejilla.

- Con paciencia será un buen ayudante Brom, si no sale huyendo una noche. - reí de mi broma y me senté cerca de la forja para calentarme. - Me dieron tu recado, ¿qué querías?.

- El Rey vino hace unos días, estuvimos conversando aquí en mi herrería sobre los problemas que veo en el pueblo - abrí los ojos como platos - ¿no tendrás tú nada qué ver con eso, verdad?. ¿Has pedido al Rey que venga?. ¿Le has hablado de nosotros?.

- ¿Yo?????? - carraspeé - ¿¿desde cuándo una descastada como yo puede hablar con un Rey??, seguramente habrá sido alguno de sus consejeros.

- Sí... - asintió Brom - uno con un pequeño pico de mirlo - me dijo sonriéndome.

Empezó a contarme la conversación que habían tenido, Brom era un hombre justo y sincero y sabía que no se había callado los problemas para contentar al rey y me dijo que Arco le había escuchado y que se veían cambios en muchas cosas. Dos emisarios del rey habían aparecido desde su visita con preguntas y planes para que Brom supervisase los cambios. Por lo visto la buena opinión de Brom había sido del agrado del rey y desde entonces se había convertido en otro de sus consejeros. ¡Me alegraba muchísimo!, las buenas gentes del pueblo y de los demás pueblos vecinos se beneficiarían de la sabiduría y justicia de Brom. ¡Estaba encantada!. Nos despedimos con un fuerte abrazo y me fui con mis espadas a los entrenamientos. Todavía tenía que pasar por la biblioteca y me quería acercar a las dragoneras en algún momento, ¡buf! había tanto qué hacer...

La panadera me dio sus panecillos en cuanto me vio, me dio una bolsa llena porque hacía días que no me veía, estaban calientes y se deshacían en la boca. Entré comiéndolos por la puerta principal del castillo y me aparté para ver al Rey y su séquito pasar. Era taaaannnn guapo, todas las mujeres suspiraban por él y yo también. Al llegar a mi altura se paró, involuntariamente di un paso atrás chocando con la gente que se arremolinaba a mi alrededor para ver al Rey, este avanzó hasta quedarse delante de mí, parado, mi mente se puso a trabajar intentando recordar qué podía haber hecho mal para recibir una regañina pero Arco señaló a mi bolsa de panecillos, le tendí la bolsa con las manos temblorosas y el Rey cogió cinco panecillos, se metió uno en la boca, me guiñó un ojo y continuó su camino con el séquito. No había dado tres pasos cuando vi que había repartido el resto de panecillos entre Dorc, el maestro de Jinetes y otros tres hombres que estaban detrás de él, todos comieron el panecillo y se dieron la vuelta para mirarme, sentí como enrojecía hasta la raíz de mi pelo pero no dijeron nada y continuaron su camino como si no hubiese pasado nada. Sacudí la cabeza pensando que la gente estaba muy mal y continué para mis entrenamientos con el estómago lleno de deliciosos panecillos.

Trilogía Jinete de Dragón: Aprendiz de Jinete (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora