7 Soledad en el mundo

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Carl y Rick se acercaron al porta bebé de Judith abrazados, mientras lloraban con desconsuelo.

Carl caminó hacia un caminante y le disparó con furia. Rick se acercó a él y lo detuvo sin aliento. Habíamos perdido a una persona demasiado inocente para este mundo, Judith no se merecía eso. Estaba detrás de ellos, lamentandome en silencio, y se me vino a la mente que tenía armas guardadas en mi celda. Corrí adentrandome en la prisión, sin avisarles. Llegué a mi celda y tomé todas las armas guardadas, ropa, comida y la foto donde salía Carl con su padre que estaba en su celda. Salí corriendo de ahí y busqué con mi vista a Carl y Rick entre el humo y los caminantes. No estaban por ningún lado.

Recorrí todo el perímetro de la prisión con cuidado, en busca de ellos dos, evadiendo a los caminantes y los objetos envueltos en llamas. Nada. Estaba sola, había perdido a mi grupo, y lo peor era que no sabía a dónde se habían ido. Todos nos habíamos separado, pero yo, yo estaba totalmente sola. Me desesperé y el miedo se hizo presente en mí. No podía, no quería perder a mi grupo. Volver a estar sola era lo peor que me podía pasar en ese momento.

Traté de calmarme un poco; respiré y me decidí por seguir adelante. Me adentré nuevamente en el bosque; talvez llegaría a toparme con alguien del grupo.

—Está bien, Ally. No te preocupes, estarás bien, sobreviviste tres años sola, los encontrarás — me dije a mi misma en voz alta.

Seguí caminando por el bosque con esperanza de encontrar alguna casa donde pudiera descansar, o de pura suerte encontrar a alguien del grupo que me hiciera compañía el resto del camino.

Escuché varios gruñidos detrás de mí. Me volteé y vi una horda de caminantes viniendo hacia mí; quedé en shock. Hasta ese momento nunca había visto tantos caminantes juntos.

—Mierda — susurré y corrí lejos de ellos.

Los caminantes me pisaban los talones, me alcanzarían y yo no podía continuar. Al mirar todos los árboles a mi alrededor tuve una idea. Escalé uno de los tantos árboles, me senté en una rama de buen grosor lo más alto que pude y esperé a que la horda de caminantes pasara por debajo de mí.

Me recosté en el tronco del gran árbol y mis ojos se cerraron.

(...)

El crujido de la rama logró despertarme, estaba por romperse. Talvez debí revisar el estado en el que se encontraba antes de acomodarme sobre ella. Me quedé quieta, y con mucho cuidado traté de levantarme de aquella rama y pasarme a otra, pero se rompió y caí al suelo.

—¡Diablos!

Me levanté con un horrible dolor de espalda. Por suerte la horda ya había pasado, así que seguí caminando.

Tenía mucha hambre, demasiada. Tomé mi mochila y busqué alguna lata de comida. Encontré una que contenía algo de sopa. La abrí con mi cuchillo y los comí. En el fin del mundo, cuando no tienes nada que comer, cualquier cosa tan simple puede convertirse en un manjar para ti.

Al terminar, agarré mi mochila y me la colgué. Al dar un solo paso, sentí algo romperse debajo de mi zapato. Aparté mi pie con cuidado y me encontré con la foto que había tomado de Carl y Rick. El cuadro se hizo trizas. La recogí del suelo apartando el vidrio roto y la miré por unos segundos.

No quería quedarme sola de nuevo, ellos eran una familia para mí. Iba a encontrarlos. estaba segura de ello.

Guardé la foto en mi mochila y seguí caminando, pronto se haría de noche. Necesitaba encontrar una casa, no quería tener que acampar afuera o tener que escalar un árbol para dormir ahí de nuevo. Después de caer de uno no era un muy buena opción para mí. Tomen nota: no dormir en la rama de un árbol o te pasará lo mismo que a una chica algo tonta. 

Después de varios minutos andando a pie, llegué a un lugar en donde había una enorme casa blanca. Una sonrisa se formó en mi rostro y corrí hacia ella con alegría.

Traté de abrir la puerta, pero estaba cerrada.

—¡Maldita sea! — exclamé molesta.

Rodeé la casa, y detrás de esta había otra puerta que afortunadamente estaba abierta. Tomé mi pistola por si algún caminante se encontraba dentro y la recargué.

Abrí la puerta que daba a una hermosa cocina, y sin bajar el arma revisé todos los cajones para ver si encontraba algo de utilidad. 

Capté el sonido de unos pasos que se acercaban a mí. Me di media vuelta para apuntar con mi arma a aquella persona, y me sorprendí cuando me di cuenta de quién se trataba.

No me abandones: Los iniciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora