1 El inicio de un nuevo mundo

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La vida es complicada por naturaleza. Cada quien tiene sus propios problemas y somos capaces de decidir si nos dejamos hundir en ellos o hacemos algo al respecto para solucionarlo. Y para mí, Allyson Holden, se me fue complicando la vida mucho más cuando comenzaron a brotar los muertos desde sus tumbas... El apocalipsis zombie.

En la noche en que todo comenzó yo me encontraba en casa. Estaba exhausta y todo era silencio total. Sabía que mi madre llegaría un poco más tarde de lo usual, pues me contó que se quedaría unas horas extras en el trabajo.

Subí a mí habitación con pesadez y recosté todo mi cuerpo en la cama para finalmente poder descansar. Una vez que me quedara dormida, no podría escuchar los sollozos de mi mamá cuando llegara a casa, como ya era de costumbre.

Luego de un rato, mis ojos comenzaron a abrirse de repente a mitad de la noche. Desperté en la misma posición en la que me había quedado dormida.

Escuché un estruendoso sonido proveniente del exterior, lo que me hizo incorporarme de inmediato en la cama. Me levanté desconcertada y salí de mi habitación.

—¡Mamá! — exclamé con voz temblorosa — ¡Mamá! ¿Llegaste ya?

Bajé las escaleras con lentitud hasta llegar a la sala.

Todo estaba igual, sin señales de que mi madre hubiera llegado del trabajo. La frasada tinta sobre el sofá, la televisión apagada, las ventanas completamente cerradas.

Puse mis ojos en el reloj. Las 12:08 de la noche. La preocupación se instaló en mi pecho al mirar la hora, sabiendo que mi madre aún no llegaba a casa.

Sentía que algo andaba mal.

Al escuchar lejanos gritos y gruñidos, me acerqué a la ventana y aparté las cortinas para mirar hacia afuera.

Lo que ví no me tranquilizó en absoluto. Había gente huyendo de otras personas, otras estaban tiradas en el suelo, pero no sé movían. Era un caos.

Me alejé con un grito ahogado cuando un extraño hombre se posicionó del otro lado de la ventana con el rostro ensangrentado y dientes putefractos. Llevaba la ropa sucia y soltaba múltiples gruñidos, mirándome. Cubrí la ventana nuevamente. Las manos me temblaban. Entré en pánico. No sabía qué ocurría ni qué debía hacer.

La manija de la puerta se movió y alguien entró a la casa rápidamente. Era mi madre. Su mano derecha cubría su hombro del cual escurría algo de sangre fresca. Sus prendas se encontraban algo sucias y rasgadas, causandome una enorme inquietud.

—Mamá — la voz me tembló —. ¿Qué sucede? ¿Qué está pasando afuera?

—No estoy segura, Allyson. Solo sé que todo está mal. Las personas se están enfermando y se convierten en algo que no puedo describir.

No me miró. Sus ojos estaban perdidos, las lágrimas la invadían.

—Hija, escucha. Esas cosas intentan morderte, no dejes que se te acerquen. Tenemos que salir de aquí, no podemos quedarnos en la ciudad. Ve por tus cosas y vámonos. Hay un arma en uno de mis cajones, traela.

Asentí. Corrí a mí habitación y metí en una mochila algunas prendas y otras cosas. Pasé a la habitación de mi madre y busqué en los cajones hasta que por fin encontré las pistola que me indicó. Tenerla en mis manos me causaba temor.

De regreso a la sala me colgué la mochila y me posicioné frente a mí madre sentada en el sofá. Estiré el brazo para que tomara el arma, pero no lo hizo, ni siquiera se movió. Ella se quedó en silencio, mirando a la nada.

—Mamá — pegué la pistola a mí pecho —... Ya está. Vámonos.

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Su rostro palideció de un momento a otro, resaltando unas oscuras ojeras debajo de sus ojos.

—Vete — ordenó, sollozando. Apartó su mano del hombro, dejando al descubierto una gran herida ensangrentada —. Me han mordido — se lamentó —. Debes irte Allyson, encuentra a alguien que te ayude, pero ten mucho cuidado. Hay mucha gente mala en este mundo que querrá lastimarte... no debes dejar que eso pase. Sé fuerte mi niña. Sobrevive a este mundo.

—Pero no quiero dejarte aquí. No puedo.

Rompí a llorar. No podía dejar a mi madre a su suerte, no era capaz.

—No hay opción. Dame la pistola y vete.

Empuñó el arma, pero no la solté.

—Espera, ¿qué haces?

—No quiero convertirme, Ally — explicó —. Debo hacerlo.

—No, por favor, no.

—Fuiste una niña muy buena — me arrebató el arma y acarició mi cabello, sus ojos no paraban de soltar infinidad de lágrimas —. Has sido tan fuerte desde aquel accidente. Lamento no haber sido la mejor madre... ¿Puedes perdonarme?

—Claro que te perdono — respondí con un hilo de voz y me abalancé sobre ella, abrazándola.

Al separarnos, me sonrió por última vez.

—Corre. Aléjate de la cuidad. Estarás más segura.

Retrocedí con inseguridad. Al final de cuentas, salí de la casa con ojos cristalizados y sin nada entre manos. Crucé la calle apresurada, evitando a la gente que corría de un lado a otro.

El sonido se una bala siendo disparada se disipó en el aire. Al escucharlo, me detuve en seco con la mirada perdida. Me derrumbé detrás de uno de los contenedores de basura con el corazón estrujado y me eché a lloriquear en silencio, abrazándome a mí misma, desconsolada.

Ahora estaba sola en medio del caos.

No me abandones: Los iniciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora