Parte II
La mañana siguiente mostraba el dulce despertar de un cálido amanecer, envuelto entre la suave sensación que lo cobijaba por el propio peso de unos brazos totalmente aprisionados en su cintura, recorriendo su pecho y estrechándolo contra su propia espalda en total desnudes.
Los rayos incandescentes se colaban inoportunos a través de las persianas, dotando de luz la blanca habitación. Pero no conforme con el abandono inmediato de la oscuridad tentadora que compartía sus noches y sus bajas tentaciones. Llego la claridad colándose entre los orificios quisquillosos y delatores del amplio ventanal al pie de la cama. Donde plácidamente permanecen dormidos los amantes de esta noche.
Distrayendo para llamar la atención, se desliza persiguiendo la despejada superficie de piel, dando de lleno en su rostro. Incomodando y despertando a quien soñaba. Molestando, y llegando para quedarse. Como objetivo de la mañana. Para aquel que seria el primer rayo de sol del día.
El pequeño azabache hace su intento en vano de alejarse. Pero por mas que entre en conciencia y lo intente, mas desfavorable es su oportunidad de lograrlo. Se da por vencido. Y el momento de retirarse, para dar media vuelta llega. Un sonoro suspiro de alivio se libera por sus poros, cuando percibe el dulce aroma que impregna al hombre a su lado. Se estremece al ser rozado por el contorno ajeno tirando de él. Procurando que la rebelde gota de sol no perturbe su calma.
La mirada achocolatada murmura, alejando cualquier intento de que sea tocado por otro que no sea él mismo. Deshaciendo bajo su propia piel a bocanadas de besos. Solo permite el tímido deguste imperceptible que proviene de un mínimo destello brillante. Solitario e inofensivo. Flotando sobre la superficie acolchada. Cubriendo con un almohadón, en defensa de su total belleza, enfervorecido y egoísta.
El amanecer responde por los suyos. Así como procura unir con cada destello un poco mas a los amantes que se devoran en una noche de propio delirio. Dejando tras las cenizas; causadas por el paso resquebrajado de recuerdos. Es dulce, y plagado de brillo propio de tantos amantes impuros, cuerdos, eternos, fugitivos, adictivos, fugaces, empalagosos... de ellos y otros, de los que vienen y van. Amando, odiando. Desde de los que esperan por una mañana de oscuros recuerdos, a los que brillan al despertar.
