-Un euro por lo que piensas.
Desde mi espalda escuche su profunda voz. Ésa, que me alborota el interior sin siquiera pretenderlo. Mis palpitaciones simplemente se detuvieron, dejando tras de sí una huella de desaliento.
Efecto ocasionado por nada menos, que el hombre que se prende a mi lado. Sin ninguna objeción que le impida mirarme detenidamente al pensar.
Pensamientos que valga la redondancia, me dirigen hacía él. Precisa su altanera manera de llamar mi atención, del punto muerto en que se me pierde la vista.
En la que capto su mano extendida ofrecida en mi dirección. Sin mucha sentido común en el asunto. Posó mi propia mano sobre la suya.
Y una risa inocente, acompaña el replicar de sus palabras.
-Quería mi euro, pero con esto me conformo.- arma en mí un total desastre. Y me abstengo de que él note mi vergonzoso estado, ocasionado por mi tonta equivocación.
Me hago el desentendido. Pero su mano se entrelaza entre mis dedos. Reforzando el agarre; y mi corazón, empeñado insiste en guardar la esperanza de ser correspondido.
Mirar a lo lejos sigue siendo mi mejor opción, que enfrentar nuestras manos unidas y la pendiente sombra de sus ojos sobre mí.
Tanto es su obstinada actitud. Que me arrastra consigo y contra mi voluntad. Hacía una esquina alejada de la azotea y la vista que me da es su alborotada cabellera castaña sobre mi hombro. Y un suspiro emanado por su boca.
Las manos aún nos une. Mi contorno se oscurece. Su altura iguala la mía. Pero él es de los que acapara todo. Al igual que lo hizo conmigo.
Como lo ha hecho, y lo seguirá haciendo, cuando me besa en la oscuridad, y desenrrea sus dedos en silencio. Aún más cuando se aleja con el cosquilleo intacto en mis labios, por la sensación que se va desvaneciendo.
