Hubo una chispa quemando su sistema. La poca sensatez que le quedaba lo recorría entero. Desde ese mismo instante en que cruzó las puertas.
Su descaro se desató. No le importó absolutamente nada. Tan solo tiró de él hacía su regazo. Sin un solo rastro de prudencia ni cuidado. Cayó y ajusto su mano en torno de su cadera. Ningún impedimento lo detendría de reclamar su pertenencia.
Y así lo declaró con cada gemido que la boca evaporaba en sus constantes encuentros. Armando un lío de sus cuantiosas degustaciones y provocaciones. Hasta terminar arremetiendo uno sobre el otro.
Trazó su mandíbula, arrancó suspiros delatores, en su trayectoria su mirada se iba debilitando y deteniendo en puntos estratégicos, como en su par de rasgados ojos que se nublan por el contratiempo causado, bajando hasta unos desgastados labios por la constante presión ocacionada, depósito luego su engañosa vista color chocolate ante el mismo reflejo de la repulsión que desde el marco de la puerta entreabierta hacía acto de presencia.
Él la observaba, mientras su mano se deslizaba por la abultada anatomía del menor. Y le dedicaba un suave y placentero masaje en esa zona sensible. Contando con las múltiples jadeos que marcaba un compas sensual, para la mirada intrusa que contemplaba en total explendor su éxtasis. Arrebato sin contemplación la puerta. Alejándose, proveyendo de intimidad a los que se devoran sin medida. Haciendo de las suyas, sin importar el mundo ni sus consecuencias.
