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Como toda chica normal, creí que después del primer beso todo sería lo mejor y marcharía de maravilla (si tan sólo me hubiesen dicho que no estaba para nada cercana a la verdad) ya que apenas el comienzo de nuestra historia juntos. Y, a lo largo de este viaje descubriría cosas que por mucho tiempo olvidé. Pero, como lo he mencionado en varias (pienso yo, que han sido muchas) es mejor que regresemos al tema. Así que prosigamos. Una vez escuche a alguien decir que lo que demuestra que un chico te ama y te toma enserio es presentarte ante su familia. Creo que cada chica cree aquello, yo en lo particular lo creía y lo sigo creyendo hasta el día de hoy. Y, confieso que cada mes que salía con Jos, no hacía más que desear con aquel día, perdiendo mis esperanzas y logrando olvidar el tema al percatarme de que tal vez no era el momento adecuado, o simplemente no era mi momento, o simplemente no era mi chico y por lo tanto el conocer a su familia quedó en el pasado al decidir perder las ilusiones de que aquel ojimiel me tomara enserio, al grado de presentarme a su familia. Sin embargo dicen que la vida te da sorpresas y el mío llegó en el momento que menos lo esperé. -Mi hermana te odia- confesó el pelinegro con firmeza. Aquel comentario me había impresionado, puesto que ninguna chica desea ser odiada por la hermana de su novio. Observé al chico que se encontraba recargado sobre el tronco del gran sicomoro, justo a mi lado. Aquel lugar se había hecho nuestro escape del mundo real, permitiéndonos ser inmaduros, tontos y cursis a la sombra de este. -¿Cómo puede odiarme si no me conoce?- cuestioné confundida. El pelinegro sólo observaba fijamente al frente, evitando el contacto con mis ojos. -Ha escuchado hablar de ti- respondió
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