Capítulo 18

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Son las ocho, son la ocho y unos cuantos minutos, no es tan tarde, pero es tarde de todos modos. Sólo espero que ella pueda entenderlo. Ha sido demasiado buena conmigo, y no merece nada de lo que está pasando, y con ese nada me refiero a todo lo que se relaciona con Alex Eggers.

Me siento como una mierda.

Toco el timbre, Iana eleva la mirada y camina hacia mí rápidamente. Tiene esa gran sonrisa y hoy, de nuevo, se ve perfecta.

—Lo lamento, sé que es tarde —digo cuando cruzo el umbral.

Ella me abraza y niega velozmente.

—Solo son diez minutos, yo también acabo de llegar. No te preocupes.

Tomo mi bolso de tela y lo coloco dentro del armario al igual que mi vieja chaqueta de jean.

—No quiero que pienses que lo hago a propósito, de verdad trato de llegar puntual, es sólo que...

Iana se ríe levemente.

—Está bien, no te preocupes.

Cierro las puertas del armario y me volteo a verla. Ella está mirando mi ropa de nuevo, no lo hace como el resto de la gente, pero igual noto que no le encanta del todo.

—¿Está muy mal? —susurro viendo mis pantalones de jean, bueno, eran de Chad, a él ya no le quedan y son cómodos.

—Por lo menos no estás mojada. No quiero que te enfermes.

Hago una mueca y rasco el dorso de mi brazo. Sí, si se ve mal. Y la verdad es que a mí no me molesta, pero sigo pensando que odio la manera en la que me miran cuando entro al edificio.

—Lo siento, Iana...

—No dejo de imaginar cómo te verías con un vestido, Iris.

Me miro una vez más y hago una mueca. No quiero cambiar por este tipo de gente, y no necesito cambiar por mí porque no es necesario.

—Creo que jamás llegaremos a un acuerdo sobre esto, Iana.

—Lo sé. No quiero que te sientas presionada. Sólo... Necesito que me ayudes a hacer algunas cosas...

Iana me enseña su agenda de citas con nuevos posibles clientes, hoy tiene dos reuniones, que según ella son importantes, también me pide que vaya a buscar algunos bocadillos a la pastelería y sí, debo admitir que esa es la parte favorita de todo mi trabajo. Puedo escoger lo que yo tengo deseos de comer, y ella sólo lo acepta, jamás me dijo nada. En esta semana me volví adicta a los bocadillos rellenos con maní y chocolate, recubiertos con más chocolate. Voy a engordar, lo sé.

Las horas con Iana vuelan, y debo admitir que cuando ella se va del estudio, me aburro a más no poder. Siempre hay alguna que otra llamada y el cartero siempre está aquí a las nueve con nuevos catálogos de todo tipo de cosas.

Son las diez, el reloj no avanza, Iana salió hace un rato, pero cuando oigo ese familiar ruido de sus tacones, elevo la mirada y la veo abrir la puerta de vidrio.

—¡Adivina quiero tiene un nuevo cliente! —grita con esa sonrisa inmensa. Sus ojos brillan y en sus manos hay dos vasos de tamaño grande de la cafetería de la otra calle.

—¡No puede ser, tú! —chillo cuando logro reaccionar.

Iana me entrega un vaso a mí, me advierte que está caliente, luego deja el suyo sobre el escritorio, se quita el abrigo y vuelve a tomarlo.

—Es chocolate caliente, haremos un brindis por nuestro primer cliente oficial a sólo cinco días de haber inaugurando el estudio.

Sonrío porque me gusta verla así de emocionada y contenta, sonrío y brindo con ella porque de verdad se lo merece, sonrío todo el tiempo para que ella no sospeche que me siento como la peor mierda de todo el mundo. Ella no se merece a ese imbécil, él no la merece, ella es demasiado buena y amable, y él... él es otra mierda que no vale nada. Me siento mal, me siento furiosa por no poder decirle que su novio es un idiota más, muero por abrirle los ojos, pero no puedo hacerlo. Mientras que yo haga las cosas bien, no debo sentirme culpable, pero... pero me siento culpable de todas formas porque él me gusta. No importa que tan imbécil sea, me gusta.

—Te deseo mucho éxito, Iana. Te lo mereces —digo finalmente. Ella sonríe y después las dos bebemos nuestro chocolate caliente mientras que miramos por la ventana.

Londres es un caos a estas horas de la mañana. Estamos en una rara primavera, con viento frío y días más negros que grises.

—Oh, necesito que me ayudes a vaciar las cajas que quedan. Lo había olvidado por completo.

Iana tiene un gran mueble blanco al lado de la ventana y cada vez que tiene tiempo, lo comienza a llenar con adornos que se ven súper caros, adornos que son raros y que hacen que me quedé viendo los como una boba por más de cinco minutos. Traté de hacerlo, pero no funcionó, ella los acomoda a su antojo, tú sólo se los pasó y los limpio si es necesario.

Cuando abro la caja veo algunos portarretratos y libros.

—Libros y portarretratos —le digo. Ella me pide que le pase alguna cosa y decido comenzar por los cuatro libros gordos que no van a romperse si los lanzo al suelo por causa de mi torpeza.

—Pondré los libros aquí, y este espacio será perfecto para las fotos. ¿Qué opinas?

Ella me mira sin dejar de sonreír, yo le devuelvo el gesto y asiento. Después le paso los libros, ella los acomoda por colores y luego empiezo a tomar lo demás.

Hay fotos de ella de niña, más de tres fotos con Alex, ambos están en diferentes lugares, son como esos viajes exóticos y no sé cuál de los dos tiene la sonrisa más hermosa y gigante en cada fotografía.

Tomo un marco plateado y lo miro. Es Iana, se ve igual que ahora solo que su cabello estaba más largo y no llevaba esos vestidos elegantes.

—Ian —me dice en un susurro con una leve sonrisa. Se acerca a mí y observa la foto—. Mi hermano.

—Sí, lo supuse. Me encanta su cabello. Es guapo. ¿Me lo presentas?

Iana me quita la foto de las manos y la acaricia un par de veces. Ahora la noto extraña, no es la misma de hace minutos atrás y abro los ojos de par en par al imaginar lo que puede estar sucediendo.

—No me digas que...

—Hace seis años —comenta con el tono de voz apenas audible.

—Oh, Iana... Lo siento.

—Después del accidente no volví a ser la misma, Iris.

Estoy sin habla, Iana me mira fijamente y logro comprender por completo lo que trata de decirme. Es íntimo, es doloroso, es algo que no me lo esperaba. Ella está confiándole algo que la marcó por completo, me dice sin decir mucho que tiene esos problemas por esto, por la pérdida de su hermano.

—Iana, lo siento...

—Yo era muy celosa de él. Odiaba a todas sus novias.

—Él era muy lindo. Igual a ti.

Trato de hacer que ella no se sienta mal, pero soy un desastre con las palabras.

Iana sonríe con tristeza.

—Es por eso que entiendo a Kya... —prosigue.

—¿Quién es Kya? —pregunto rápidamente, interrumpiéndola.

—Kya es hermana de Alex, y sé que no le agrado, lo noto todo el tiempo... Ella cree que voy a robarle a su hermano, pero jamás tendrá idea de lo que significa que la maldita vida, destino o lo que sea, te arrebate a tu hermano de un minuto al otro...

—Iana...

Ella toma la fotografía y la coloca en el espacio que queda. La mira un instante y después me observa. Sus ojos están cargados de lágrimas, pero ninguna de escapa.

Ahora de verdad me siento mal, trato de pensar en algo, pero sólo coloco mi mano en su hombro.

—Sabes, Iris... De verdad me gusta tenerte aquí... 

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora