Capítulo 19

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El fin de semana fue muy extraño. No vi a Alex el viernes y se lo agradecí a todos los dioses que pudiesen existir. El sábado Iana canceló todos nuestros planes y no tuve que ir al estudio. El domingo Chad me invitó al cine y terminamos teniendo sexo en mi habitación, como casi todos los domingos.

Estoy confundida, y no quiero pensar que algo malo sucedió, pero creo que sí, que fue eso lo que pasó. Iana no estaba bien, no quería dejarla sola aquella tarde, pero tuve que hacerlo.

Quiero tomar ese teléfono y llamar, pero no quiero interferir demasiado. Apenas nos estamos conociendo, no hay confianza, ella me lo dirá si quiere hacerlo, pero algo me dice que tengo que mantenerme en mi lugar, el de asistente, empleada o lo que sea, mantenerme ahí y cerrar la boca.

El lunes Iana tampoco se presentó en el estudio, es más, me pidió a mí que me hiciera cargo de todo. Dejó la tarjeta en recepción para que yo abriera. Ella dijo que iría a media mañana, pero no fue así.

Sólo tuve dos llamadas, pero creo que fueron buenas. Pude manejarme con el teléfono, hablé sin detenerme ni decir tonterías. El caso es que, cada vez estoy haciendo las cosas mejor y me asusta un poco. Jamás hice nada bien.

Ese día tampoco me crucé con Alex en el apartamento. Sólo había una nota suya con todo lo que necesitaba que haga. Pero yo me fui a las seis y él aún no había aparecido.

Tenía que pagar la renta, no tenía una sola libra, y Chad me salvó de nuevo. Esa misma noche le envié un mensaje a Eggers, me odié por hacerlo, le pedí que me adelantara algo porque era una Emergencia. Pero él jamás me respondió.

No era tan urgente, pero no quería que Chad sintiera la falta de ese dinero.

Todo me resultaba extraño, pero me daba cierta paz. No ver a Iana, hacia que no me sintiera tan culpable, y no toparme con Alex provocaba que esa loca idea de tener algo con él se esfumara de mi cabeza.

Él me gusta, él lo sabe, pero yo jamás le haría eso a Iana, a Chad, por más que no sea nada serio, no me haría eso a mí.

El martes Iana regresó a la oficina, se veía radiante como todas las otras veces, armoniosa, me comentó sobre su escapada de yoga o lo que sea el fin de semana. Y sí, se notaba que le hacía bien.

Ella tenías dos nuevos proyectos, diseñaba en su mesa especial muy concentrada y yo la observaba desde mi escritorio por horas.

No podía creer que una chica como ella, tan especial, en todos los sentidos, estuviese así de ciega y engañada por causa de Alex. Qué locura, yo también estaba engañada.

Ese martes tampoco vi a Alex, cené en casa de Chad, y retomamos los libros una vez más. Faltaba muy poco. Pero yo me sentía segura.

Miércoles. Un día gris, como cualquier otro.

Alex tenía una gran pila de camisas que acabo de planchar. No sé como lo hice, tía Loren sólo me lo explicó un par veces, y para ser sincera, creí que incendiaría el apartamento.

Todas están en sus respectivos ganchos y ahora las llevo al armario.

Coloco cada una con delicadeza y trato de no arrugarlas de nuevo, eso sí que sería bastante estúpido. Cada vez que tomo una, no puedo evitar acariciar la tela, son suaves, huelen bien, y su perfume está en todos lados. Esto está mal, es una locura, pero nadie lo sabrá.

El otro día tomé un poco de su perfume y lo coloqué en mi muñeca para olerlo mientras regresaba a casa. Si, más extraño aún, pero lo peor de todo es que me encantó.

Coloco todas las toallas limpias en su cuarto de baño y al regresar me detengo en seco al ver esa bolsa de papel ahí, en un rincón, casi desapercibida.

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora