Capítulo 48

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Con el paso de los días dejé de ser la Junior y todos comenzaron a llamarme por mi nombre, el primer grupo se fue, el segundo llegó y tuve que repetir todo, exactamente el mismo itinerario una y otra vez, pero debo admitir que no me molesta, aunque debería encantarme todo esto, y no es tan así.

Estuve cuatros veces en la torre Eiffel, en lo alto, de día y de noche, visité esos museos increíbles, recorrí los Campos Elíseos, y todo eso no fue suficiente para llenar esta cosa que tengo en mi interior.

Soy buena, sé que soy muy buena, pero nada parece ser suficiente. Y él está en mi cabeza a cada segundo, no me deja ni un solo momento.

Rechacé sus llamadas por semanas, bloqueé su número e incluso cambié el mío, pero aun así, siento su presencia, siento una conexión extraña, como si él estuviese gritando mi nombre en algún lugar.

Llevo esos tacones la mayoría del tiempo, hacen que me sienta segura, que lo sienta un poco conmigo, pero es todo.

Me empiezo a acostumbrar a olvidarlo, a sacarlo por completo de mi vida, pero no de mi cabeza.

Y está resultando bastante difícil hacerlo.

—¿Empacaste todo, verdad? —pregunta Marga entrando a la habitación. Todavía no se ha quitado el uniforme y se ve exaltada. Siempre de un lado al otro.

—Sí, creo que no olvido nada.

—Te noté muy apagada está semana, y eso no es bueno.

Suelto un suspiro, me pongo de pie y la miro.

—Creo que fue el periodo.

—Aprovecha tu semana para descansar y reponer energías. El siguiente grupo es más grande que el que se acaba de ir, y recorreremos varias ciudades más.

—Lo sé.

—Animo —coloca su mano en mi hombro y me da una palmadita. Yo tomo mis dos maletas y ella me acompaña hasta el recibidor en donde el bus de la empresa ya está listo para alcanzarme hasta la estación de tren.

Sólo recibo su cordial abrazo y alguna que otra sugerencia para practicar en casa.

Marga me ha dicho miles de veces que se nota a miles de kilómetros cuando estoy abrumada, y con turistas que no conocen el lugar, que temen perderse y que buscan ayuda todo el tiempo, eso no es bueno. Debo transmitir más seguridad, sonreír un poco más...

Y veré cómo lo solucionaré, trataré de sonreír un poco más. Aunque no quiera hacerlo.

El expreso demora casi dos horas hasta llegar a la estación de Londres, y cuando miro mi reloj, son las cuatro de la tarde, el viento golpea con fuerza y hay una leve llovizna que justifica ese cielo completamente gris.

Tengo mucho en la cabeza, y la culpa también sigue aquí.

Cuando estoy en el centro, recuerdo a Iana, me pregunto una y otra vez como estará, pero no me atrevo a llamarla, no debería hacerlo tampoco.

Lo único que debo hacer es tomar ese autobús hasta Upton y regresar a casa, disfrutar de mi semana libre, y después regresar al trabajo.

Mamá está terminando de recolectar las últimas verduras de su huerta, la nieve llegará pronto y se acabará el negocio. Y yo, yo solo estoy aquí, deambulando de un lado al otro, mirando la televisión, tomando mucho té, comiendo alguna que otra cosa, pero eso es todo...

Si antes mi vida era patética, ahora creo que lo es un poco más.

—¿Quieres ayudarme con el almuerzo? —pregunta mamá desde la cocina.

Me pongo de pie, dejo la taza encima de la mesa y entro a la cocina.

Yo no debería estar aquí, no debí dejar esa habitación por el Marriott, no debí pelearme con Chad. Yo debería estar en Londres perdiendo el tiempo en algo más. Buscando un apartamento temporal. He pensado en quedarme en París, para siempre, buscar alguna cosa ahí, pero mientras que no tenga seis meses en la empresa, no podré hacerlo, y desde ahora estoy pensando en la manera de decirle a mi madre que me quiero mudar a otro País, y que tendrá que tomar el tren y cruzar el Canal de la Mancha por debajo del agua para visitarme.

—¿Aburrida? —pregunta mientras que lava unas cuantas zanahorias.

—No. No lo sé —me corrijo de inmediato.

—¿Por qué no lo llamas? Sé que quieres hacerlo.

Suelto una risita cargada de sorna y niego sin dudarlo. Mi madre no es buena dando consejos. Tengo que sacar esa idea de mi cabeza cuanto antes.

—Ya se acabó lo que sea que teníamos.

—Eso es mentira y lo sabes.

Tomo una zanahoria y trato de sentirme útil. No quiero hablar sobre esto, pero me siento tan ridícula que sé que si no lo hago, me pondré a llorar.

—Creo que sólo duró lo que tenía que durar.

Mi madre hace una mueca y me mira de reojo, pero la evito por completo.

—Él te ha buscado por todo Londres en estas últimas semanas. Ha llamado a la casa...

—Me lo has dicho, pero no me importa.

—Si te importa —asegura con desesperación—. Lo quieres, y creo que él también a tí.

No me atrevo a responder eso de nuevo, sólo trago el nudo que tengo en la garganta y sigo contando los vegetales que mi madre deja sobre el recipiente de plástico.

Miércoles por la mañana, no quiero levantarme de la cama, pero aunque sepa que es mi semana de descanso, me pongo de pie y ayudo a mi madre con los quehaceres. Mis hermanos salen a jugar a la calle y más de tres veces les advierto que no se quiten sus abrigos, pero no me hacen caso y ya no tengo ganas de pelear.

Todo esto es aburrido, tal vez ni siquiera debería tener semana de descanso, debería estar en París haciendo miles de cosas a la vez, respondiendo dudas, tratando de entender mapas y recorridos de subterráneos, y no aquí.

El teléfono suena y me hace dar un brinco, mi madre deja de doblar las sábanas de la cama y estira su mano para contestar.

Hay algo en mi interior que me hace estar alerta, y cuando noto que mi madre sólo me observa y se pone pálida, sé que eso que estaba pensando se volvió una realidad.

Rápidamente abro los ojos de par en par y niego una y otra vez, quiero escapar, correr a mi habitación y fingir que no fui testigo de esa llamada.

—Ella... Ella aún no ha regresado, muchacho —miente mi madre de una manera muy poco creíble. No logro oírlo, pero por otro lado es mejor—. Sí, pero... Su trabajo es complicado, ella...

Mi madre balbucea y se pone nerviosa mientras que me mira.

Sólo suelto un suspiro, cierro los ojos y le quito el teléfono de las manos antes de pensar en realidad que es lo que estoy haciendo.

—Hola...

Mi corazón se acelera, sólo oigo su respiración al otro lado y mi mano comienza a temblar. No tengo idea que estoy haciendo, pero fue un impulso, estallé por dentro y ahora sólo quiero escuchar su voz una vez más.

—Iris...

Cierro los ojos por un segundos y al abrirlos, mi madre ya no está en la sala de estar. Tengo un nudo en la garganta y no sé qué más voy a decir.

—Hola.

—Regresaste de tu misterioso trabajo —asegura con un tono amargo.

—¿Para qué llamas?

Espero su respuesta, pero después sólo escucho como la llamada finaliza...

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora