Capítulo 32

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Dejo el coche frente a la entrada para que ese tipo lo estaciones, entro al recibidor del hotel y me siento algo extraño al ver que mi ropa deportiva llama bastante la atención.

Todas las veces que entré aquí lo hice de traje, sintiéndome importante, imponente... Y ahora, realmente no sé cómo me siento, no sé qué está pasando con Iana, y esto definitivamente no está siendo como esperaba.

—Buenas noches... —digo levemente para el tipo que siempre me recibe.

—Señor Eggers, buenas noches.

—Iré a verla —informo, observando disimuladamente hacia todos lados. Esto es lo más escalofriante que hago cada vez que vengo. Asegurarme que no conozco a nadie, y que no tengo que dar explicaciones.

—La señorita Dankwoth está en el gimnasio. Acaba de bajar.

—Bien. Iré a buscarla entonces.

Camino rápidamente por el pasillo, tomo el ascensor y bajo hasta el subsuelo. Recorro otro maldito pasillo y entro al gimnasio evitando la mirada del tipo que está en la entrada. Hay música fuerte, varios tipos en la sección de pesas y ella está al otro lado en la máquina de correr. No puedo evitar pensar en Max en este lugar.

Me acerco con prisa, la miro como todo un pervertido en esa ropa deportiva, en esas leves curvas de su cuerpo extremadamente delgado, veo esa piel blanca en su espalda, y ese trasero que voy a apretar y golpear todas las veces que quiera.

—Iris...

Ella voltea su cabeza hacia mi dirección, resbala un poco con el aparato y después lo detiene torpemente.

Está algo sudada, su piel brilla y estoy imaginando miles de cosas...

Maldición.

—Hola... —balbucea delante de mí, mira mi atuendo y después acerca su mano a mi cara—. No me dijiste que venías hoy, estoy sorprendida. Llevas casi una semana sin verme.

—Necesito distraerme un poco, Iris...

Sus ojos se clavan en los míos, veo una leve sonrisa, y después asiente.

—Sí, claro... Te extrañé...

Cierro los ojos por un segundo, dejo que bese mis labios, y cuando creo que ya fue más que suficiente, tomo su mano y hago que me siga hasta el ascensor.

Recorrí este pasillo muchas veces en este último mes, pero hoy es diferente a todas las demás veces. Me siento extraño, estoy molesto con Iana y sé que hoy no habrá culpas cuando esto acabe, estoy seguro de eso.

—¿Que sucedió? ¿Por qué no me avisaste?

—Solo tenía deseos de verte, Iris. No hagas preguntas —respondo rápidamente.

Entramos al ascensor, marco el piso cinco y me contengo todo lo que puedo. Tengo muchas cosas en la cabeza, empiezo a sentir esos malditos dolores en la espalda una vez más y solo quiero ponerla como se me antoje en esa cama y sacar todo esto de una buena vez.

No... Iana me dijo que no. Jamás me había dicho que no, así, de esa manera. Y estoy más que molesto.

El ascensor se detiene, Iris sale primero y yo la sigo, trato de calmarme un poco, pero no sé qué demonios haré cuando cierre la puerta y la tenga solo para mí.

Ya estoy excitado, lo admito. No sé... no sé una mierda de nada.

—Iris lleva tres semanas viviendo en el Marriott, uno de los mejores hoteles cinco estrellas de todo Londres, frente al Big Ben y el London Eye, en una de las suites más costosas de todas... Todo, todo para que esto funcione, porque de verdad quiero que funcione, me gusta hacerlo así, y hasta el momento todo es perfecto. Vengo cuando se me da la gana y hacemos la que yo quiero, la llevo de compras, a cenar... Todo está perfectamente planeado para que nada salga mal. Y Iana, ella jamás sospecharía. Su trabajo la mantiene ocupada, si no nos vemos en la noche, lo hacemos en la tarde, pero siempre aquí.

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora