La deuda

55 6 0
                                    

—Hola, cariño. -la voz de mi madre se desliza dentro de mí habitación dándome un cálido abrazo.

—Hola, mamá. -todavía estoy en el sofá cama, acurrucada, envuelta en mi edredón y mirando al techo. No pude dormir nada en lo que restó de la noche.

—¿Cómo se siente?-preguntó señalando a Bety.

—¿Eh?-Betania abrió los ojos en ese instante. Esa sonrisa apreció de nuevo y se fue demasiado rápido.

—Estabas un poco fuera de ti anoche.-le recordé.

—Oh. Sí. -exclamó Bety mientras enrojecía su rostro. Por lo menos no le dijo que estaba completamente borracha. —Estoy bien. Tengo un poco de resaca esta mañana.

—Puedo imaginarme. -aseveró mi madre.

—Las espero abajo para desayunar. -dijo antes de salir por la puerta.

—Qué vergüenza con tu mami.

—No te preocupes. Ahora buscaré algo de ropa que te sirva mientras  tomas una ducha.

—Guau. -Bety chasquea los dedos desde la puerta del cuarto de baño.
—¿A esto le llamas baño? Es alucinante. Tus padres deben ser muy ricos.

Nunca puse atención en lo grande que fuera la casa ni mucho menos sus habitaciones espaciosas con baños en cada una de ellas. Para mi eso no era importante.

—Si, es grande ¿no?

—¿Cómo es tú papá?

—No vayas por ahí Bety. Sí mamá te escucha preguntando por él, no le hará ninguna gracia.

—Es que tienes una suerte de estar rodeada por hombres guapos que me entró curiosidad por saber. Pero  tranquila. No estoy interesada en viejos gordos con panza y bigote.

Mi amiga estaba fuera de la realidad con esa descripción. Mi papá Gustavo era un hombre maduro muy guapo. Era imponente en sus negocios y muy seguro de sí mismo. Unos años atrás sufrió un accidente donde quedó mal de su pierna y entonces conoció a Marina. Gustavo y yo teníamos eso en  común, sólo que durante mi accidente mis padres no lograron.

—Bety, quiero preguntarte algo.

—Lo que quieras.-dijo sonriendo.

—Ayer cuando fuimos a buscarte al bar, al llegar allí, tú estabas acompañada.

—Ah, eso.

Esperé por su respuesta.

—Bueno el técnico computarizado se apareció con esa mujercita que de fina no tiene nada. Y púes...-ella parecía estar avergonzada...-entonces se dio cuenta que estaba en una situación crítica y me ayudó. Eso es todo. ¿Pasa algo?

—No pasa nada. Simplemente me sorprendí. Esa mujer es mi profesora de Expresión Artística y por la cara que puso al verme sé que me reconoció. Además estoy en deuda con él.

—No te preocupes por esa mujer y si te dice o hace algo, la acusamos con el decano. Por cierto, ¿porqué dices que estás en deuda con él?

—Tú también lo estás. ¿ya se te olvidó la ayuda que te brindó anoche?

—No para nada.

—Eso espero. Ahora bajemos rápido porque conociendo a mamá, debe tener un buffet servido en la mesa.

—Uff. Al menos yo estoy que muero de hambre. El alcohol te abre todo los sentidos.

Bajamos al comedor y al llegar fue exactamente como lo había pensado.

—Estoy pensando seriamente mudarme a tu casa Estrella. -me miró mientras soltaba una risilla.

—Bueno, ordené preparar de todo. Espero que sea de tu gusto. Muy pocas veces tenemos visita en la casa. -murmura mientras coloca la última tortita en el plato.

Nos sentamos a comer nuestro desayuno en la mesa mientras mamá montaba tema de conversación. Como de costumbre, el primer bocado se derrite en mi boca y dejo escapar un gemido de agradecimiento. Una vez que terminamos, llevo los platos sucios a la cocina y comienzo a lavar todo.

-No te preocupes por ella. Es una vieja costumbre fregar los platos quizás era lo que hacía cuando vivía con sus padres.

—Estrella es una chica muy buena.-dice Betania.

—Sí lo es. Ella a sufrido mucho. -Marina se quedó mirando hacía Estrella. —Y bien, entonces...¿conociste a Diego ayer?

—Me siento tan avergonzada con él. No se qué haré la próxima vez que lo vea a la cara. Estoy en deuda con él.

—Diego es un buen chico también.
— ... Y guapo. -me da un guiño. —No debes preocuparte por nada.

—Gracias señora.

—Marina.

—Gracias señora Marina.-ella sacudió la cabeza.

—¿Conspiraban?-pregunté. Ambas negaron. —¿Te llevo a tu casa?

—Siempre y cuando Diego no vaya, sí.

—Anoche lo pedías a gritos. —¿ya hoy no lo quieres?-concluyó riendo a carcajadas.

Imagen de Betania en multimedia

Inocente Corazón MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora