Virus

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Había puesto el reloj temprano pero a pesar de todo estaba despierta cuando sonó. Parecía como si su mente hubiera calculado el tiempo y la hora y llevaba unos minutos dando vueltas en la cama. 

Luego de prepararse fue directo al cuarto de Diego para avisarle que debían salir o llegarían tarde a la universidad.

De todas formas llegaron retrasados debido al tráfico pesado. Como si fuera hacerlo costumbre Diego abrió la puerta del vehículo y en una señal de "nos vemos a la salida" me miró y se retiró.

—Estrellaaa...- pegó un respingo.

—Me has asustado.

—Perdona, no he querido sobresaltarte. -me abraza Betania.

—Vamos a la clase ahora o no nos dejaran entrar.

Al volverme lo vi de pie en una esquina, con los brazos cruzados sobre el pecho y mirándome fijamente; con una expresión en sus ojos qué no sabía descifrar.  De 
inmediato me hizo sonrojar. ¿Por qué demonios no podía controlar el rubor de mis mejillas?

Entraron al salón de clases tomando cada una su computadora asignada.

Tras varios intentos;—Bety, ésta computadora no funciona.

—¿Cómo que no funciona?

Continuó tocando el teclado y nada.

—Déjame verla. -la miró un momento.
— Querida, tú computadora está estropeada. Tienes que informarlo.-ella asintió.

Se levantó de su silla y fue directo donde el señor Ferrer.

—Mi computadora no quiere funcionar.

—Pásemela. -subió sus lentes dándole una ojeada y sacudiendo la cabeza.

—¿Está dañada?-preguntó.

—No está dañada señorita. Le advertimos que si olvidaba la contraseña esto iba a suceder. Vaya donde el señor Amaya para que le ayude a restaurar su contraseña. -ordenó.

—Pero...-protestó.

—Pero nada señorita. Sí quiere estar en clase debe tener computadora de lo contrario tiene que abandonar el salón.

Ella le ofreció otra mirada suplicante la cuál el le devolvió ordenando que hiciera lo que le había dicho.

—Uhgg. Qué tipo tan grosero.-comentó Betania al llegar a la mesa.

—Sí, ¿no?-contestó preocupada.

—Amiga, tienes que ver el lado positivo.-sonrío.

—¿De qué hablas?-no entendía por que lo decía.

—Tienes la gran oportunidad de interactuar con cierto técnico computarizado. Varonil, guapo, seductor...¿te suena?

Miró a su amiga como si estuviera chiflada.

—Esta bien Estrella solo bromeaba. Pero no deja de ser interesante, lo sabes.-señaló con su dedo.

Tomó el portátil saliendo del salón rumbo al lugar dónde se encontraba  ese hombre. Estaba segura que no podía ser la contraseña. Ella jamás la olvidaría. Tenía que ser otra cosa pero pronto lo sabría. Esperaba que Sergio no fuera algún tipo retorcido con sed de venganza así como en las películas. Estaba paranoica. !Sí señor!

Tocó a la puerta y seguido se escuchó un "adelante". Abrió la puerta con escepticismo y entró en la sala.

Él la miró durante un par de segundos, su boca curvándose en una ligera sonrisa. Después dijo: —¿En que puedo ayudarte Estrella?

—Algo está mal con la computadora.-dijo en voz baja pero suficientemente alto para que él la escuchara.

—¿Qué sucede con ella? -me lanza una mirada que no implica nada bueno.

—No funciona. El señor Ferrer dice que es la contraseña pero no lo creo.

—Bueno…-le contestó después de cerrar su computador portátil. —Esta ayuda te la regalo, pero la siguiente te la cobro.—Recuerda que tenemos una deuda.-se burló, guiñándole un ojo.

«¿Qué significaba eso?»

Sergio tomó la computadora en sus manos comenzando a trabajar en ella.

Sergio...

Sabía que Estrella no tardaría en venir dónde mí en  busca de ayuda. Todo era una falsa. Era tan inocente que cualquiera podría tomarle el pelo.

—Ven aquí.-le ordenó y como en piloto automático se acercó.
 
Ella se arrimó para poder ver la pantalla. El contacto de su pierna con la mía provocó que mis manos temblaran y fallara al introducir la contraseña. Cuando conseguí iniciar sesión al segundo intento, le resumí rápidamente la situación.

—Es un virus. Parece que tienes problemas con las direcciones IP. -informé. Le mentía descaradamente.

Luego comencé a explicar los pasos que iba dando al tiempo que mis dedos danzaban sobre el teclado rápidamente.

Me miraba sorprendida por cómo tecleaba y cambiaba entre ventanas como si estuviese poseído.

—Estás loco.-exclamó. Puede que tuviera razón.

—Ya está. —Puedes regresar a clases sin problemas.-dije pasándole la computadora.

—Gracias por sacar el virus. -me dio su mano en señal de agradecimiento. Al entrar en contacto con ella sentí esa mierda que hablan las chicas en sus novelas. ¿Qué me pasaba con ésta mujer? No me daba por un marica pero estaba actuando como uno. Finalmente se retiró de la sala dejándome con un extraño vacío.

¿Un virus? Sí. Un virus que yo mismo utilicé para bloquear su computadora. Ella nunca sabría que fui yo quién había bloqueado su contraseña.

Inocente Corazón MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora