Capítulo 19: "Dulce y amargo"

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Pasado

Bali - Indonesia | Londres - Inglaterra

Savannah

Las clases me importaban muy poco cuando de mi familia se trataba, y aunque ya tuviese la mitad de carrera encima, como toda estudiante normal tendría que esforzarme más para conseguir unas buenas prácticas en cualquier compañía reconocida para poder tener experiencia laboral, y en el mejor de los casos, una muy buena suerte para tener trabajo fijo...

Como yo no soy una estudiante normal, podía simplemente tomarme esa pequeña libertad de mandar todo al carajo y, desde luego, abusar de mi poder.

Bendito sea el poder que me da ser una Black.

Por eso espero crear mi propia empresa para que chicos que aspiren a hacer prácticas y buscar un gran empleo lo logren en mi compañía. Siempre me ha gustado ayudar, nunca se sabe si la cura del cáncer o del sida está en la mente de quien no puede costear sus estudios.

El sol ya empezaba a filtrarse en mi piel, me acomodé mi traje de baño y los lentes de sol, busque mi bronceador y le di un sorbo a mi bebida. Escuché su risa e indudablemente sonreí.

Swayer me saltó encima y enrollo sus pequeños bracitos alrededor de mi cuello.

—¡Nana! —siempre me ha gustado ese apodo, porque desde que mi padre le ha enseñado a decirme hermana, eso es lo único que puede lograr decir.

—Mi osito hermoso —me miró con esos ojos azules llenos de picardía, idénticos a los de Sam pero sabía que ese gesto era de Mister papá.

Tenía unas bermudas a su tamaño muy colorido. Me señaló con su dedito índice el desorden que tenía detrás de mí silla; flotadores de todo tipo, juguetes acuáticos y no acuáticos. ¿Cómo pudo traer todo eso el solo?

Cuando lo volví a ver se encogió de hombros metiéndose a la boca el mismo dedo con el que había señalado.

-—Eres un desordenado de lo peor, pero por ser tu cumpleaños te lo perdono. Porque si ¿Quién tiene tres añitos ya? El bebé de la hermana ya está creciendo —dije apretándolo contra mi pecho.

—No nana, no —dijo fatigado por mi gran afecto.

Por su queja le hice cosquillas, escucharlo reír era mi droga, mi debilidad.

Había encontrado en mi hermanito un refugio, un consuelo. No muy bueno los primeros meses, ya que el psicoanalista decía que podía llegar a tener una obsesión con mi hermano, y que debía entender que él no era la bebé que había perdido.

Ciertamente Swayer siempre iba a ser esa especie de karma. Hoy Sebastián está cumpliendo sus veintidós años y yo no puedo estar más lejos porque ya no es posible. Eso es exactamente lo que él quería, alejarse de mí. O mejor dicho, estar cerca de mi con su indiferencia. A él le da igual si estoy bien o si estoy mal, vino para demostrarme que el ya no me ama.

Porque ¿qué se puede pensar cuando la persona que amas es indiferente contigo? Es sencillo, ya no te necesita en su vida. Si la persona que quieres, puede estar a tu lado sin importarle un coño, es simple; ya te superó.

Eso es lo que yo he visto durante estos meses, Sebastián ya no me necesita aunque al principio yo quería aceptar lo contrario, ya no me ama porque pues, él puede irse con toda las mujeres de la universidad y luego sentarse a dos mesas de la mía sin ningún tipo de remordimiento.

Lo peor de todo es lo que tenemos en común: nuestros amigos. Él puede hacer lo que hace y después venir y fingir como si nada estuviese pasando, puede reírse e inmiscuirse en la conversación como si los pedazos de mi corazón —ya roto— no se estuviesen rompiendo más, mucho más.

Almas Perfectas Destinos Imperfectos. PI#2 EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora