Capítulo 21: "Pasado es pasado"

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Pasado

Londres – Inglaterra

Savannah


Otro cumpleaños de mierda y otros meses de mierda.

¿Por qué no me respondes mi Sebas?

Solo contéstame por favor, te lo suplico.

Habían pasado ya dos meses desde que se fueron y desde que el decidió dejarme tirada en esa casa abandonada en Milton. No me sentí humillada ni molesta, solo quería una explicación.

Después de eso estuve llamándolo, hablando con los chicos y enviándole mensajes a través de ellos... pero nada.

El frio ya había llegado y Jud se preocupaba por mi más de lo normal. Decía que estaba pálida, que me mareaba porque no comía como se debía, que vomitaba hasta el agua que ingería pero yo simplemente no le presté atención.

No le había dicho lo que había pasado el día anterior de que los chicos se fueran, sé que en el fondo ella también esta dolida por Nat, aunque quiso mostrarse fuerte, queriendo ser una perra sin sentimientos hasta que llegó a casa y se derrumbó.

Volví intentarlo, volví a llamarlo pero no me respondía. Había llamado a Luca y a Lizzy pero me había dicho que tenía el mismo teléfono, el solo no quería responder.

Esa tarde Jud llegó con pizza y sentí unas ganas terribles de devorármela yo sola. Comimos en silencio, ambas sumidas en nuestros pensamientos, cuando quise tomar el último trozo de pizza no me dio tiempo de dirigirme al baño, tuve que vomitar en el fregadero.

Expulsé lo que momentos antes había comido, Jud sujetaba mi cabello y me acariciaba la espalda. Después que me incorpore no pude más, me desplomé.


Todo estaba oscuro y escuché el murmullo de la gente a mi alrededor. Abrí los ojos acostumbrándome a la luz y visualicé a Liam, a Jar y a Nat que estaba al otro lado de la habitación de donde Jud y Marie se encontraban, vi incluso a Santiago. Escuché como la puerta se abría y vi a papá con Swayer en sus brazos y a Sam entras detrás de ellos.

¿De qué me había perdido?

Cuando desperté del todo, todos me observaron pidiendo una explicación. No hablé, no quería, yo solo quería que el respondiera mis malditas llamadas.

Jud me informó que estábamos en el hospital, que me había desmayado. No recordaba y tampoco sentía nada. Minutos después todos nos dejaron solas, me pidió que por favor le dijera la verdad, faltaba poco para que el doctor llegara y diera mi informe médico.

No tuve otra opción que decirle la verdad, lo que había pasado el día antes de que los chicos se fueran.

«Hicimos el amor, Pigie» fue lo que apenas, logre articular.

Jud caminaba de un lado a otro, nerviosa, ansiosa. Me dijo que ella sabía lo que me iban a decir y que esta vez ella si estaría conmigo. Cuando el doctor entró seguido de mi familia.

«Tienes casi doce semanas de gestación Savannah, estas embarazada» todos quedaron perplejos, hasta yo. En el fondo todos sabían que ese hijo era de Sebas, no podía ser de otra forma. Las felicitaciones no llegaron, en cambio me tocó explicarles a todo lo que sucedió ese verano.

Recibí apoyo incondicional por parte de todos, solo les pedí discreción, no quería que el supiera. Era optimista así que lo iba a intentar, en el fondo tenía esa fe de que algún día él va a responder mis llamadas, y cuando lo haga le diré que la vida nos ha premiado de nuevo, que otra vez tenemos una oportunidad de ser felices.


Mediados de noviembre y el nada que respondía, la depresión no me ayudó para tener un embarazo muy bien, desde que había salido del hospital no me había puesto en control. Solo sabía que tenía cuatro meses y que estaba muy flaca para eso.

Me senté en uno de los bancos a maldecir mi vida. Tan perfecta que se ve y tan imperfecta como la vivo. Sebastián volvía a hacerlo de nuevo, volvía a lastimarme con sus actos más simples, más estúpidos.

Quité una lágrima de mi rostro de mala gana. El ya no se merecía mis lágrimas ni mi dolor. El ya no quería saber más nada de mí, la he pasado mal desde que se fue y aún más desde que sé que estoy esperando un hijo de él.

Me resigne, me rendí en ese momento. Saldría adelante sola, solo con el apoyo de mi familia. Sería solo mi bebe y yo. Observe el teléfono esperando un milagro, uno que nunca llegó. Estaba tan concentrada en el aparato que no recaí en que había un hombre sentado a mi lado.

—¿Estas bien? —lo vi extraño porque era invierno y el muy imbécil traía lentes de sol. Su voz fue ronca y con un acento poco reconocible.

—Si —sorbe por mi nariz y luego lo volví a mirar— ¿me haces un favor?

—Para qué soy bueno.

—Puedes desechar esto —le ofrecí mi teléfono— ya no lo quiero.

—¿Es tan importante la persona con la que hablabas?

—El papá del bebe que llevo en mi vientre tiene casi cuatro meses que no responde mis llamadas.

Supe que me había escaneado de arriba abajo. Vi el bote de basura que estaba a pocos metros y sonrió como si fuese tenido la mejor idea del mundo.

—Ya sé —observó las amplias calles nevadas y ambos vimos como un carro daba la vuelta en la esquina y aceleraba con rapidez. Entonces lanzó el teléfono en medio de la calle y el auto lo hizo añicos.

—Ahí está, si lo tiraba a la basura sabrías que tu teléfono estaría ahí hasta la noche que vendría el camión del aseo. Evitamos tentaciones...

Le sonreí sin saber bien por qué.

—Y... ¿Cuánto tiempo tienes? —preguntó de repente.

—Y... ¿tú por qué usas lentes de sol en invierno y en Londres?

—Eres una chica evasiva.

—No lo sé —dije sin mirarlo— supongo que debo de tener el mismo tiempo que el papá de mi hijo no me responde.

—¿Y estas así de flaca? ¿Estás segura?

No respondí a eso, y después de un rato él se dio cuenta que, yo si había respondido a su demanda.

—Es que... estoy obstinado de las especulaciones, de los chismes... —se quitó los lentes dándome una mirada cautivadora.

—¿Es que eres famoso o qué?

Me miró sin comprender.

—Soy Nico... Nico Giacometti —su sonrisa encandilaba.

—Tu nombre lo único que me dice es que eres italiano ¿no es así?

—Soy futbolista, juego para el Milán y para la selección italiana. Necesitaba un poco de libertad.

—Vale, no te conozco porque no sé nada y ni me interesa el futbol —dije riéndome— mucho gusto, Savannah Black.

—Black... de Black House —su sorpresa me dio mucho más gracia.

—¿Ya ves? Todos queremos escapar de nuestra realidad.

Estuvimos en silencio no sé cuánto tiempo. Solo sé que volvimos a presentarnos sin prejuicios y se ofreció ser mi amigo.

—Ven vamos, debemos de ir a una consulta.

Me jaló para que quedara de pie, su tacto me hizo vibrar... no creí que en ese momento mi vida fuera a cambiar, no tanto como creí que lo haría, no tanto como para creer en ese momento que el pasado, pasado era.


¡Fin del pasado! 

Ahora se viene un dramatico presente mis readers. Muchisimas gracias por el apoyo, los amo. Recuerden votar y comentar. Un beso

Almas Perfectas Destinos Imperfectos. PI#2 EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora