Capitulo 2 1/2

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Me llamo Renata porque así se llamaba mi abuela, la madre de mi padre. Era una niña regordeta, con ojos grandes color miel. Siempre fui una niña con mucha suerte. Una suerte indecente. Heredé de mi padre el carácter vivaz, alegre, festivo. Además, parecía que había sido clonada de él. Tenía sus rasgos, sus gestos.

Le gustaba jugar conmigo, me dedicaba tiempo. Me sacaba a la calle y los vecinos al verme querían cargarme; me iba con todos, jamás fui una niña huraña. Mi madre,sabiéndolo, me mantenía muy limpia, muy arregladita, con grandes moños que combinaban con mi atuendo.

Era la niña a la que enfrente delos demás le dicen: "¿Cómo hace el perro?" "¿Cómo hace el gato?""¿Cómo cantan los pollitos?" "Haz ojitos mecánicos, baila, canta." Yo respondía a todo; no me daba vergüenza. Mientras viera la mirada de orgullo en mis padres, hacía lo que ellos pidieran. Él tocaba la guitarra y yo lo seguía. Era como los perritos, que oyen cantar a sus amos y aúllan. Yo también, aunque sólo dijera el final de la palabra.

En las reuniones le pedían que cantara y él no se hacía del rogar, y yo tampoco. Seguramente no sabía lo que hacía, pero me contaban queme sentaban en una sillita junto a sus pies, y según yo lo acompañaba en su show. Por ahí deben existir algunas fotos de esos tiempos. Tenía poco más de dos años. Bueno, no hay ninguna fotografía de los cuatro. Es decir, hay fotos de nosotros tres: mi madre, mi padre y yo. Pero no de Mariana.

Mi madre le decía a Mariana: "¡Cambia a la niña! Asómate a vera la niña. ¿Qué no oyes que está llorando? Carga a la niña, ¿qué no ves que no trae zapatos? ¡Cambia el pañal de la niña! ¿Qué no vesque se va a rozar? ¡Pon atención a lo que haces! ¡Eres una buena para nada!"

Al pasar el tiempo, Mariana tenía que hacer lo que yo quisiera, para que no llorara. Me hacía caballito mientras yo me agarraba de su trenza. Mi papá me quitaba de su espalda y decía que eso no se debía hacer, porque a Mariana le dolía.

Por desgracia para todas, mi padre murió muy joven: tendría treinta y tres o treinta y cuatro años. Un accidente automovilístico. Parecía que la mala suerte acompañaba a mi madre a donde quiera que iba; más bien, sus dos intentos de amor, por una u otra causa, se vinieron abajo.

Otra vez sola. La casa nunca volvió a ser la misma. Le fue difícil levantarse. ¿Era un reto del destino? Pero tal vez si se hubiera quedado en el pueblo habría sido peor, porque ahí todos sabían su historia. Pasó de ser la hija de hacendados a nada, a la miseria. Eso cuchicheaban en el pueblo; también hablaban de la mala jugada que el padre de Mariana le hizo a mi madre. No había motivos para regresar; ya no había nada que hacer en ese pueblo. Por eso nunca, nunca, nunca regresamos, ni de visita.

La presencia de mi padre era importante para cada una de nosotras, incluso para Mariana (aunque no lo quisiera); era una figura masculina que equilibraba la relación entre mi madre y Mariana, mi madre y Renata, Mariana y Renata. Independientemente de eso, mi madre sentía un enorme apoyo. Le daba fuerzas, veía ante sí un futuro para ella y para nosotras; le daba seguridad. La alegría de la casa desapareció y nos dejó a las tres, suspendidas en el aire, expuestas al vacío.

Para salir adelante con mi hermana, a mi madre le ayudaron el coraje, el berrinche y el dolor de su ego contra el padre de Mariana. Pero con la ausencia de mi padre le dolía el enorme hueco que le dejó en el alma, en el corazón. La vida le quitó lo que más quería. Se sentía perdida, triste, sola.

Durante el día era difícil pero, por una cosa o por otra, se pasaba. Lo peor era en la noche; se había acostumbrado a su cuerpo, a sentir su calor, a estirar la mano y tocar su espalda, a acariciar su nuca. A acurrucar su cuerpo en el de él, para evadir el frío. En las noches o en las madrugadas él acostumbraba buscar los pechos de ella, sus caderas, su boca, para saciarse, para llenarse de un calor abrasador que los fundía, que los unía. Era placentero sentirse suya. Ahora no había ningún cuerpo a su lado. El frío atenazaba sus noches; despertaba varias veces, abría los ojos y no había nadie.

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now