Capitulo 6 1/3

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Todo México sabe que tenemos dos grandes televisoras, un duopolio. No hay más. Y claro, todo México sabe que conseguir trabajo en alguna de ellas es sinónimo de éxito. Así que, armada con mi currículo, mi book de fotos y una enorme suerte para entrar, fui a pedir trabajo.

Tienes que conocer a alguien; ese alguien debe saber que vas a ir, debe avisar que lo visitarán y luego salir por ti. Y eso no es todo: a cambio de tu identificación oficial te dan un gafete de visitante. Nadie quiere aventarse la bronca de dejar pasar a una actriz para que deje su currículo, pero yo estaba decidida a hacer mi mejor esfuerzo. Tenía que tocar mil puertas, y una de ellas seguramente se abriría.

Me vestí chulísima: pantalones blancos muy embarrados, blusa tipo halter color mamey, cabellera ondulada, cara maquillada y con unos lentes espectaculares de colores degradados que se pueden usar en interiores, con brillitos y un logo resaltado en dorado. Un atuendo derrite huevos. Las zapatillas eran las más altas que tenía (llevé flats para cuando tuviera que regresar a casa). Cuando ando trepada en tacones me siento divina; el encanto se acaba a la hora de bajarme de ellos.

Llegué muy amable. Dije que iba a dejar material; agarraban mi hoja sin verla, la colocaban en una montaña de papeles de gente como yo, que inocentemente creemos que algún día nos van a voltear a ver. Cuando estás preparando tu book de fotos y posas frente al fotógrafo, piensas que estás en la cima, que vas a ser descubierta y que, de la noche a la mañana, tu nombre será símbolo de éxito. Me acuerdo aún de mis poses mirando a la cámara, de mis cambios de ropa: sentía que cada poro de mi piel exudaba encanto y belleza.

Hubo un momento en el que sentí una mirada que me hizo voltear. Me escaneaba de arriba abajo. Coqueta, sonreí cuando esos ojos se toparon con los míos. Era un tipo común, con aires de grandeza, bien vestido.

—¿Quieres dejar de comer nopales? —fue la frase que usó como saludo.

—¿Cómo? —pregunté, algo turbada.

No había entendido su comentario.

—¿Quieres trabajar? ¿Te urge? —dijo mientras revisaba sus uñas, que parecía que acababan de pasar por una sesión de manicura.

—Ah, sí. Claro —respondí un poco confundida, mientras seguía posando.

—Bueno, pues entonces ya sabes cómo —dijo sin dejar de mirar sus uñas.

No quise entender lo que me estaba diciendo, así que contesté:

—Creo que prefiero seguir comiendo nopales antes que tener que cogerme a alguien como tú —se lo dije con la misma sonrisa y en el mismo tono con que se había dirigido a mí. Al mismo tiempo le lancé una mirada retadora. Me puse los lentes y fingí entretenerme acomodando mis fotos. La sesión había terminado.

En otra ocasión, mi madre me dijo que le habían hablado de un señor que trabajaba en una de las televisoras grandes, que lo llamara.

Así lo hice. Lo llamé en innumerables ocasiones. Sí, sí. Lo llamé durante diferentes días a diferentes horas, hasta que lo encontré. Me pidió mi teléfono y estuve esperando su maldita llamada día tras día. ¡Cómo emputa y cómo desespera eso! ¡Esperar, esperar y esperar hasta que a los weyes se les hinchen los huevos y te llamen! Neta que dan ganas de agarrarlos a latigazos para que aprendan quién es su madre. Enserio que emputa. Más cuando estás en esas condiciones, el tiempo se hace más lento. Ves y ves y ves y ves el pinche teléfono, como si tuviera vida y con tu mirada fuera a despertar y asonar... ¡Ni madres!... Cuando al fin suena crees que es esa llamada, y no. O es alguna amiga que está ansiosa por contarte sus historietas fogosas o alguien que se equivocó. O alguna pinche esposa engañada y mal cogida que anda viendo si su maridín no tiene que ver contigo. ¡Que se jodan! Una esperando una llamada importante y la gente con sus pendejadas. Esa llamada era como ganar la lotería, o no sé... Al menos así me pasó. No quería salir a ningún lado por si me llamaba. Si tenía que salir, le encomendaba a mi madre que por favor no se despegara del teléfono. Al regresar veía el aparato como si fuera una persona que me podía contestar si habían llamado o no.

Ya habían pasado suficientes días, así que empecé a desanimarme y, ¡chanclas!, fue justo cuando me llamó el fulanito. La llamada que esperé durante semanas duró menos de un minuto. Me citó en su casa.

Llegué despampanante, con mi"curri" y mis fotos. Me recibió un señor completamente normal a la vista, como de unos cincuenta años. Con pantalones de mezclilla, camisa tipo polo, o sea, un don arregladito, pero cero glam; "equis". Me llevó a su sala. Me senté en un sillón en el que me hundí y casi levanté las patas al techo. Dentro de mí dije: "¡Ay, cabrón!"

Con una sonrisa estúpida me incorporé y traté de continuar con la plática. Le dije a aquel hombre lo que había hecho, las cosas en las que había estado trabajando hasta ese momento... De repente sacó una pipa y la rellenó de mota; como quien ofrece un vaso de agua o una soda, me la ofreció. Sonreí y le dije que no. Los gestos de su cara se endurecieron y me dijo:

—¡No me digas que no le entras, si eres actriz!

Para no negarme la oportunidad o cerrarme una puerta, sólo dije:

—No es que no le haga; es que en este momento no me apetece.

De esa manera no se sintió agredido por mi actitud, así que siguió hablando, inspirado por su vasta experiencia. Cuando los pulmones le daban un poco de aire para hablar, lo hacía, porque contenía el aire para sentir el golpe de la marihuana. De repente, de tanto sostener el aire, le daba tos; apenas se volteaba para toser y continuaba hablando del mar de Colima, de sus amigos de la prepa, de sus hijos, de la bruja de su ex esposa, etcétera. De todo, menos de mi carrera. ¡Hijo de su reputísima madre!

Así que después de tres horas decidí decirle que me tenía que ir. Me dolían las nalgas, ya no sabía en cuál lado recargarme. Tal vez porque estaba a la defensiva, no sabía si de un momento a otro sea ventaría sobre mí. ¡¿Qué tal si me pedí a que le hiciera sexo oral?! Después de todo, ese tipo y yo estábamos solos. ¡Ay, no, qué horror! Lo imaginaba desnudo y me entraban las náuseas, con su pirrín guango.

En esa casa enorme, aunque gritara, seguramente no se escucharía. Me fijé si existía algún adorno del que pudiera hacer uso en caso de llegar a necesitarlo. Lamenté no traer una navaja, algún instrumento con el que pudiera defenderme. Por fortuna no fue necesario. Me levanté de mi lugar para decirle que tenía un "llamado". Me dijo que sentía mucho que nos hubiéramos desviado un poco de la conversación y me pidió que regresara el siguiente viernes.

Salí a respirar el aire, a sentir el sol. No podía creer lo que acababa de pasar, pero aún tenía la ilusión de que, tal vez, ese hombre podría ayudarme, así que regresé el viernes. ¿Cómo chingados no? Aveces la liebre brinca donde menos esperas.

Esta vez trataría de ser yo la que llevara la conversación. Y lo primero que le preguntaría sería sobre lo que podría hacer por mí. Ajá.

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now