Capitulo 15 1/3

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Antes de que Mariana supiera que tenía cáncer, era ella la que cuidaba de mi madre; luego, durante su enfermedad, yo me hice cargo de mi mamá y de su casa. Y Mariana se quedaba en casa de una de sus hijas. Cuando tenía compromisos con alguna gira o con la grabación de alguna película, contrataba a una enfermera particular que, bajo supervisión médica, cuidaba a mi madre en su propia casa.

Mariana siempre ha preferido llevar a mi madre al ISSSTE. Recoge sus medicamentos, se los da puntualmente, pero en esta meticulosidad de cumplir con los requisitos oficiales, me parece que hay un sentimiento de lavar culpas o de no quedarse con ellas. Conseguir una cita con el dentista del ISSSTE es bastante engorroso.

Sacar a mi madre de su casa es un lío; yo prefiero llevarla con mi dentista: en dos visitas queda su puente y listo. Pero Mariana está dispuesta a dar todas las vueltas necesarias; no le importa cansarse, prefiere el desgaste físico a pagar un particular. ¿Por qué? ¿Por qué no quiere gastar un peso? ¿Porque para eso está el ISSSTE? ¿Por avaricia? ¿Por qué ese sentido estoico?

Cuando se tienen los recursos, ¿por qué no usarlos? No entiendo la necedad de guisar todos los días, de viajar en camiones en lugar de usar el auto, de ir hasta la Central de Abastos a comprar la verdura de la semana, de usar las colchas y los edredones hasta que se deshilachen, de no usar la vajilla nueva porque "es para visitas", como dice ella.

Me considero manirrota: dinero que tengo, dinero que gasto. Compro, sobre todo, cremas, muchas cremas para el cuerpo; siempre he tenido una piel hidratada, así que todo lo que sea para embarrarse, me lo compro. No me baño en leche de burra, como Cleopatra. Seguramente en sus tiempos no existía el avance cosmetológico que hay ahora; pero de haber vivido en su época, seguramente me hubiera embarrado hasta el excremento de la burra y el burro juntos.

Me inyecté unas células suizas que costaban pinche mil pesos. Me las ponía y sentía que volvía a la vida, ¡son una maravilla! Hasta que se me ocurrió meterme a internet para saber de qué eran. Eran de neonato de becerro. ¡Zas! Ya no me las volví a meter; imaginaba a los pobres becerritos sacados a huevo antes de nacer, en un laboratorio suizo, para conservar suave y libre de arrugas mi linda pielecita. Mejorme sigo poniendo lo que puedo traducir, antes de seguir llenando mi cuerpo de células de no nacidoso sabrá Dios de qué. ¿Qué tal si en lugar de becerros son ratas? Guácala.

Veo a mi madre y tengo miedo de lo que viene. La veo caminar lastimosamente y pienso en los días que le faltan por vivir; me pregunto cómo le va a hacer para desplazarse: ¿arrastrándose? Nunca quiso usar un bastón; prefería el palo de una escoba, para esconder su falta de fuerza. Es una excusa pueril la de andar todo el dia ocupada barriendo la casa.

Tuvo una embolia a los cincuenta años; en el hospital 20 deNoviembre la dieron de alta como una planta. Tenía la mitad del cuerpo paralizada. No masticaba, ni caminaba; siempre estaba sentada en un reposet mirando hacia la nada, ida, vacía de emociones y de sentimientos. Comía a través de una sonda. Según nosotras veía con los dos ojos, pero en realidad solo veía con uno; el otro con el tiempo se le fue haciendo cada vez más y más grande; daba la impresión de que se saldría de su órbita. Mariana la llevó al hospital para evitar la ceguera, en Coyoacán; la revisaron varios especialistas, quienes dijeron que tenía una vena fuera de lugar, que estaba irrigando el ojo. Operaron una parte del cerebro para corregirlo. Por lo menos el ojo dejo de crecer y con el tiempo volvió a su lugar. No sabemos de dónde sacó la fuerza para incorporarse y caminar con un solo lado; lavaba sus trastes con un solo brazo mientras con el otro se ayudaba. Algunas neuronas siguieron funcionando. Sabe que tiene dos hijas, sus edades; y dos nietas, aunque no recuerda sus nombres. Se queda pensando mucho tiempo y horas después se alegra de haber recordado el mío. Ignora a qué me dedico, sólo sabe que trabajo muy lejos. No se pregunta por qué no me ha visto; sólo me disfruta cuando me ve. Le da gusto ver que manejo una enorme camioneta, y dice: "Mucho dinero, mucho dinero". No sabe el valor nominal de los billetes, solo sabe que es dinero. Le gusta comer en restaurantes; piensa que Vips es un restaurante elegante. Le gusta que la lleve al súper. Se le van los ojos con todo lo que ve. Parece una niña; va señalando la fruta, los cereales, los trastes, el queso, el pan; ve todo con mucha alegría y tiene una enorme capacidad de asombro. Algunas veces, por casualidad, se ve en un espejo y dice: "¡Ya estoy viejita!" Se mira sus arrugas, las estira, cierra los ojos y suspira. ¿De qué se acordara?

Me pregunto qué karma estará pagando. Todos los días iba a ver a mi madre una o dos veces al día, para dejar comida, para asistirla, para lo que fuera. Hablaba con la enfermera para verificar su ingesta de alimentos y de medicamentos, para saber si dormía su siesta, etcétera. Irme me daba angustia, pero no tenía alternativa; debía hacerlo.

Mi madre me hace pensar en lo que me falta para que me llegue la muerte; ojalá que no mucho, porque no quiero estar así. Me da miedo no tener fuerzas para valerme por mí misma, necesitar la compañía de otros, ser una carga.

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now