Capitulo 17 1/1

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Mariana se acercó a mi madre, que dormía con la televisión encendida; iba a apagarla cuando escuchó la noticia. La repitió en voz baja: Renata ha muerto. "Pero si apenas el fin de semana nos vimos, ¿cómo?", se preguntó. Subió el volumen del televisor y se sentó en el sillón a ver la noticia completa. Sí, Renata ha muerto. Se repetía una y otra vez, y cada vez que lo oía iba encontrando más aire para respirar. Buscó en su interior algo que le doliera: no sentía ningún sufrimiento; al contrario, la acompañaba una serena alegría. Cerró los ojos, se reclinó en los cojines y se quedó dormida plácidamente. Despertó cuando mi madre lloraba porque se le había caído el jabón de los trastes en los pies y los zapatos. Repensó la noticia de mi muerte y esta vez no le gritó a mi madre. Fue hacia ella y la ayudó a levantar el jabón; se ocupó de limpiar afanosamente. Al terminar, le ofreció a mi madre un vasito de tequila; mi madre hizo gestos, pero se lo tomó de dos sorbos. Mariana se tardó más en ingerirlo. Le dijo a mi madre: "Por primera vez en la vida tenemos algo que celebrar". Mariana se dispuso a servirle a mi madre de comer; ambas comieron, en silencio. Mi madre buscó en su delantal algo para limpiarse la boca. Sacó un pañuelo, se lo pasó por los labios y lo dejó sobre lamesa. Mariana se quedó mirando el pañuelo fijamente; lo tomó despacio, lo desdobló. Un pañuelo que ya no era blanco; le habían pasado los años encima. Tenía bordadas dos iniciales: "F&R", un pañuelo que yo bordé, hacía muchos años que no lo veía. No sabía de dónde lo había sacado mi madre para traerlo en la bolsa del mandil. Mariana presintió que era una señal, pero no permitió que su espíritu interfiriera en su razón.

Durante mi sepelio, Mariana recibió muchas atenciones de las personas que me conocían; llevaron flores, coronas; llegaron los medios de comunicación al velorio y la entrevistaron por radio, televisión y para alguna que otra revista. Sus amigas decían: "¡Pobrecita!" Porque además del dolor de perderme, tenía que lidiar con la prensa. Al principio se sintió apabullada, pero no tardó mucho en sentirse cómoda; era el centro de atención. Le pedían autorización para todo, para incinerarme, para la colocación de flores, para definir la hora de la misa, el lugar, el sacerdote y el tipo de urna. Hubo instantáneas en las que, para las personas que no la conocían, su cara tenía una mueca, una ligera sonrisa. Un gesto que oscilaba entre la burla y el vale madres.

Mariana, Mariana, ¡qué dolor para ti pronunciar mi nombre! Hasta ahora me doy cuenta de que la envidia es el origen de los siete pecados capitales.

Después de mi muerte, a Mariana le siguió mi éxito, mi popularidad, mi recuerdo, como una sombra. Donde quiera que iba era "la hermana de Renata"; mi felicidad siempre fue la medida exacta de su infelicidad.

Soy una zorra porque me siento identificada con su astucia para adaptarse a cualquier situación, a cualquier ambiente. La diferencia con una golfa es que ella coge por coger. Se dice zorra a una mujer que olfatea primero a su presa, la mide, la valora, y una vez hecho un concienzudo análisis, se lanza sobre ella. No hay golfas con clase. Una golfa es alguien que va por el mundo cogiendo sin ton ni son. Es un poco parecida a una ninfómana. No es puta, porque no cobra. En cambio, la zorra mide el terreno que va a pisar; no se da sin un motivo. Una zorra no ladra; una zorra es alguien con clase, y con actitud.

Hay mujeres que piensan que lastiman mi ego cuando me dicen zorra. No saben que lo enaltecen; mientras ellas lloran por su soledad, yo la disfruto; cuando ellas lloran por un amor, yo me río porque ya fue mío. Me comí lo que quise; lo que no, lo dejé. Yo siempre fui una zorra; tú, una niña bien.

FIN.

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now