Capitulo 5 2/2

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En ese momento empezaron a repartir el pastel. ¡Yea! Esto de las graduaciones es genial. También le hice los debidos honores; no dejé ni una sola migaja. A eso le siguió el baile. Estuve sentada viendo a las parejas chistosas: el flaco que se siente Resortes, la gordita sabrosa que mueve sus caderas al son de una cumbia. Observé a todos; llegaría a casa a remedarlos.

Cuando salimos, nos fuimos en un taxi con una amiga de Mariana y su familia. Para pagar menos. Como era niña y estaba flaca, me fui sentada en las piernas de no sé quién. Al fin llegamos a casa. Yo estaba un poco adolorida por tanto sapachurrones, de modo que me estiré todo lo que pude.

Y que empieza la regañada...

—¿Sabes por qué no cené, escuincla? —preguntó Mariana.

—No —contesté con miedo. Sabía que se avecinaba una tormenta. Mi madre se hizo a un lado.

—¡Porque sólo compramos dos boletos!

—¿Y? —dije, aún sin entender.

—¡Que sólo teníamos derecho a dos cenas! Una te la tragaste tú y la otra mi mamá.

—¿Y por qué no las dividimos entre tres?

—¡¿Cómo íbamos a hacer eso delante de la gente que estaba en la mesa?! ¡Grandísima burra! —dijo Mariana, muy molesta.

—Ah, yo te hubiera dado mi sopa y mi ensalada... No estaban tan buenas...

—¡Ya cállate! No me hagas enojar más.

Lo grandioso de la graduación se me hizo hiel en la panza. Hubiera querido vomitarla, pero no sabía cómo. Me arrepentí horrores por no haberme dado cuenta de aquello, pero ya no pude hacer nada. Esa noche me dormí con lágrimas en los ojos y pasé toda la semana tratando de no hacer enojar a Mariana para obtener su perdón. Obvio, nunca me perdonó. Es más, sus amigas, que ahora son abuelas, todavía recuerdan el incidente.

Estudiaba tercero de secundaria cuando me hice novia de Marcos, mi primera pareja. Tenía como una semana de haberle dado el sí, así que, como corresponde a un novio, me tomó de la mano y sentí que se me erizaba la piel, tal vez por los nervios o por la calentura.

Un día, al llegar a mi casa me tomó de la punta de los dedos de la mano y me dijo que camináramos otra cuadra. Ilusionada lo acompañé, pero no fue una cuadra,sino como cinco. Nos detuvimos debajo de un árbol, acercó su cara y puso sus labios encima de los míos. Creo que hacía frío, porque sentí levemente la humedad y la calidez de algo que me pareció que era su lengua. Sentí muy rico; estaba sorprendida porque no esperaba experimentar eso. Vas porque algo te incita, pero no sabes a qué vas. Abrí los ojos después de sentir su lengua; esperaba que lo volviera a hacer porque quería saber si realmente era su lengua. En lugar de eso me tomó de la barbilla y puso sus labios en mi mejilla. No recuerdo si dijo algo, pero aún puedo sentir esa tibieza, esa humedad. Apenas si entró su lengua en mi boca; no la metió hasta la garganta ni me hizo limpieza dental. Fue sutil; los hombres deberían ser como él, pues a las mujeres nos gustan las cosas suaves y de vez en cuando un leve mordisco que nos haga sentir deseadas.

No hubo muchas oportunidades de aprender a besar con Marcos. Los días pasaban y no sabía nada de él. Era un poco vago y desmadroso. Cuando lo veía caminábamos y nos deteníamos en la puerta de una casa que tenía una banqueta; me subía en ella y practicábamos un poco. Sentía rico, bonito. Seguramente tenía una larga lista de novias a las que visitaba.

Dos años después conocí a otro chico; no era muy guapo pero sí muy interesante; de ojos verdes y risueños. Con él los besos eran más frecuentes; nunca tan ricos como con Marcos, pero eran besos al fin y al cabo. Con éste más bien eran cosas más cachondas. Al principio me puso la mano en un seno, como si hubiera sido accidental; me sorprendió, pero sentí muy rico. Él se excusó y yo fingí no haberme dado cuenta. Por dentro moría porque lo volviera a hacer.

Tuve que esperar a que nos volviéramos a ver. Me besaba y ya no sentía su boca. Tenía prisa por sentir sus manos en mis senos; se me acalambraba el pubis. Lo hizo. Eran olas y olas de placer; después el placer se fue haciendo más grande y más grande, porque empezó a meter su mano por debajo de mi sostén. Toqueteaba mis pezones mientras yo me ocupaba de meter la punta de mi lengua en su oído.

Nunca alcancé a entender porqué algo tan placentero era pecado. Si mi madre, por el solo hecho de usar pantalones, cortarme el cabello y maquillarme aseguraba mi estadía en el infierno, por dejarme tocar los senos y estudiar afanosamente los besos, sin dudarlo me mandaría al final de los finales del infierno.

Busqué información en la Divina comedia:

Nueve son los círculos del Infierno, nueve las terrazas del Purgatorio, nueve los astros que conforman el Paraíso. Lo que nos aleja de Dios es el conocimiento. Mientras más conscientes seamos del grado de dolor que causamos en el otro, más lejos nos encontramos de su entorno. Dante dice que del primero al quinto círculos están los pecados de autoindulgencia, limbo, lujuria, gula, avaricia y prodigalidad, ira y pereza. Sexto y séptimo círculos: herejía y violencia. Octavo y noveno círculos: fraude y traición.

Es decir, que yo estaría destinada al segundo círculo, el de la lujuria, por sentir un deseo sexual desordenado e incontrolable. La lujuria se puede expresar a través de variadas conductas sexuales, practicadas en forma exclusiva o en conjunto: masturbación, producción y consumo de pornografía, prostitución, fornicación, adulterio, incesto, violación, pedofilia, parafilias de diversos tipos, y, en general, toda conducta con contenido sexual desordenado e incontrolable.

¡Zas! El hecho de conservar mi virginidad aún no me iba a servir de nada; las cosas ahora eran peores. Porque mientras no tuviera el conocimiento de causa, no había tanta bronca. El problema era que si lo volvía a hacer ya no era algo que desconocía. Sabía que el placer de la agarrada de las bubis tenía nombre: lujuria. También, que estaba asignado a un círculo del infierno: el segundo. ¿Cabría la posibilidad de que Diosito se olvidara de este pecadillo, si me metía de monja?

Eso era realmente un conflicto. 

Continuara...

 

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now