Capitulo 13 1/2

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Desde hacía tiempo quería ir sola a comer a un lugar italiano que me gusta. Andar sola, entrar al cine o ira una cafetería no me afecta; incluso, comer sola en mi casa, tampoco. Pero ir a un restaurante de cierta categoría, eso nunca lo había hecho. Porque generalmente uno va en pareja o con amigos. El mínimo general es de dos, y no hay máximos, y el hecho de que vaya una mujer sola, no sé, tal vez equivale a someterse a la mirada de las demás mujeres, que puede pensar que la dejaron plantada, o que no tiene a nadie que la acompañe, o que anda de zorra.

Mi intención es aprender. Aprender que, si se me antojo comer algo, no tengo por qué sentirme cohibida ni darme a la tarea de buscar a alguien para queme acompañe, porque siento feo o raro, y mucho menos sugerirle a alguien del sexo masculino que me lleve. ¡Niguas! Voy a hacer justo lo que se me dé la regalada gana.

Quería ordenar una ensalada con lechuga, queso de cabra, aceitunas negras y trocitos de salmón. Tomar una o dos copas de vino, y de postre, dos bolas de helado; una de chocolate oscuro y otra de vainilla.

Inventaba excusas para no ir; la verdad era que no quería ir sola. Ese día me desperté y conforme fue transcurriendo el día empecé a ponerme de mal humor. Todo me parecía pésimo. Negros pensamientos asomaron en mi horizonte. Estaba de malas. Necesitaba calmar mi mente; de cualquier forma no podía cambiar nada. Quería correr al hospital, estar pendiente de los resultados, pero no... no era eso lo que tú querías...

Caí en la cuenta de que estaba de malas porque justamente ese día te operarían. Tenía que entender que estaba atada de manos para apoyarte.

Esperé con una alergia que inició cuando supe de tus males; mis párpados se movían por sí mismos; no podía controlarlos. Era un tic nervioso. Me enteré por Pao y María José de tus males, porque tú no quisiste decírmelo:

—¿De qué me estás hablando? —le pregunté a mi sobrina.

—¿De qué enfermedad?

—Sí, ¿de qué la van a tratar? —volví a preguntar.

—De cáncer.—Ahhh —dije.

Me quedé muda unos instantes.

—Sí, ya le hicieron todos los estudios y tiene fecha de cirugía el 17 de mayo. Entonces, a partir del 16, tú te harías cargo de mi abuela—dijo.

—Sí, claro. ¿Es todo? —dije, tratando de mantener el mismo tono, exento de drama.

Era lo que se esperaba que yo hiciera.

—Sí, tía. Es todo.

—Ok. Yo me encargo de mi madre a partir del 16 de mayo. No te preocupes.

En ese entonces me fui a casa, triste por la manera en que se habían dado las cosas. Pero también encabronada, por contratar qué lugar ocupaba en tu vida: ninguno. No me diste ninguna oportunidad de saberlo por ti. De oírlo de tus labios. Seguramente ante tus ojos no merezco esa clase de atención. Me lo dijo tu hija porque necesitabas que alguien se ocupará de mi madre. Y aparte de nosotras no hay nadie que tenga la responsabilidad de hacerse cargo de ella. No me pesa atenderla, ni a ti, ni a cualquiera de mis sobrinas. Me encargo de eso y de más; lo hago porque son mi familia, porque las amo.

¡Qué triste que no lo entiendas!

Hubiera sido más fácil enfrentar el problema juntas, como una familia. Por lo menos no me sentiría tan mal.

Una vez más, choco contra la barrera de contención.

14:45. Veía la televisión sin mirarla, movía el control para saber la hora. Pronto entrarías al quirófano. Debía levantarme y animarme a ir al restaurante. De cualquier manerame hablarían para notificarme los resultados de los estudios clínicos. Podía esperar y esperar y esperar. También podía dejar de respirar, contener la respiración, dejar mis pulmones llenos de aire... Hiciera lo que hiciera, nada cambiaría los resultados. Lo sufras o lo disfrutes, el tiempo es inexorable.

15:30. Inhalé fuerte; más que tomar aire, necesitaba fuerzas para levantarme. Por fin lo hice, y fui a vestirme. Me puse jeans, una playera, una diadema y tenis. Manejé media hora y llegué a Perisur. El lugar no estaba lleno; me asignaron mesa de inmediato.

Tú seguramente estás desnuda en una camilla, con una bata que en unos minutos más te quitarán. Tienes en el brazo una intravenosa por donde te han estado inyectando suero y algún medicamento. Estarás haciendo un recuento de tus pendientes y mentalmente harás una lista de lo que ya no te fue posible arreglar. Pusiste un gran sobre sobre la almohada de tu cama. Has dejado todo listo: las fotocopias de los documentos del seguro social, a quién debe dirigirse para solicitar las cosas de tu consultorio, los recibos de honorarios de tu empleo en el hospital, tu testamento y una carta en la que indicas que estás dispuesta a que te practiquen la eutanasia en caso necesario, una carta en la que ordenas la donación de todos y cada uno de tus órganos, tanto para la ciencia como para alguna alma en pena que lo requiera. También dejaste pagado el servicio de tu funeral, el transporte, el velatorio, las flores, la misa y la incineración. Dispusiste todo para no molestar prácticamente a nadie.

No sé si en ese "a nadie" habrás incluido a Dios, pues nunca has sido creyente. Nunca te vi invocar Su nombre, tampoco rezarle; es más, creo que, aparte de las ceremonias de tus quince años y de tu boda, nunca fuiste a misa. Pero, bueno, creer en Él es una cosa y hacer socialité en la iglesia es otra.

Por más pecadora, golfa y zorra que te parezca, yo sí creo en un Ser Superior. Mi madre primero fue católica, luego evangelista. Y al sentirme confundida, tuve que buscar respuestas a mis preguntas. Busqué con los mormones, después en el hinduismo y en el budismo. Algo me hacía falta, adentro, en el centro del corazón. Busqué ayuda con el psicoanalista, leí libros de autoayuda en espera de respuestasa esa horrible sensación de vacío que me atosigaba el pecho. Algunas veces analicé si cada hombre al que pertenecí se llevó un poco de mí, o si en la resaca de una noche sexual dejé una parte de mi equilibrio. No lo sé. Pero lo que sí sé es que existe algo superior, algo que rige el universo. Algo que mueve mi espíritu. Es como un remolino que hace que sucedan las cosas. Cosas, coincidencias o sucesos que modifican las conductas de los seres humanos. ¿Te suena ilógico? ¿Que alguien como yo, que se pierde en el placer, sea capaz de buscar dentro de sí, de contactarse con su espíritu? ¡Ja! La vida es así: contradictoria. Todo en los seres humanos gira alrededor de un círculo.

Un soldado en plena guerra, el más ruin que te puedas imaginar, ¿cómo puede, en un momento determinado y en ciertas circunstancias, solidarizarse con su enemigo? ¿No es eso parte de la naturaleza humana?

Llegué a pensar que tal vez me hacía falta tener un hijo. Tú morías por que yo tuviera un hijo, pero no por las razones correctas, sino porque te urgía que "alguien" controlara mis ímpetus, por ver cómo mi cuerpo cambiaba con la maternidad. Me hablabas de las horribles estrías, de la flacidez de los senos, de las desveladas...

Mi psicoanalista me dijo que tenías envidia. Cuando lo escuché, sentí rabia y coraje. ¿Cómo podía decir eso de ti, si ni siquiera te conoce? Esa tarde salí del consultorio encabronada. Ni siquiera sabía de lo que hablaba el mendigo doctorcete. Esa palabra estuvo brincando de un lado a otro, como pelota de tenis, dentro de mi cabeza. ¿Cómo alguien como tú sentía envidia por alguien como yo? ¡Vaya! Ni siquiera podía concebirlo. ¿Cómo aceptarlo?

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now