Capitulo 14 1/3

621 20 0
                                    

"Tengo que perdonarte, tengo que perdonarte, tengo que perdonarte. "Es la frase con la que me he despertado. Sé que ésta es una oportunidad para que quedemos a mano. Quisiera gritarte a la cara todo lo que nunca pude; gritártelo hasta saciarme. Callé porque te amaba, porque te quería desde lo más profundo de mi corazón; te amaba, te añoraba y tú nunca, nunca, cediste ni un ápice. Nunca te tocaste el corazón.

Sé que ahora que somos adultas ya no tengo que callarme; crecí como persona, y puedo y quiero defenderme. Ya no voy a permitir que me manipules ni me engañes. Eso se acabó. Ya no te admiro porque, a pesar de que ambas vivimos adversidades, tuvimos la misma alternativa para elegir.

Siempre supe cuándo mentías y me manipulabas; yo callaba, fingía no darme cuenta y te daba la razón, aunque por dentro sabía que te equivocabas, pero no quería lastimarte. Es decir, me importaba darte la razón siempre, aunque no la tuvieras, con tal de no contrariarte. Quería ganarme tu confianza, tu cariño, tu aprecio. Pero yo nunca crecí ante tus ojos. Actuabas como si yo fuera uno más de tus súbditos. Cada vez que tenía que obedecerte, me ponía a llorarde rabia, de impotencia, pero no tenía más remedio que hacer lo que pedías.

Tengo que perdonarte, pero aún no sé si quiero hacerlo. ¿Cuál es el sentido? Lavar las culpas y los resentimientos e irnos tranquilas de esta vida. No sabía que te tenía guardado tanto coraje. Ahora lo siento adentro, atorado en el pecho; me gustaría que se me quitara; ojalá fuera como sacarse una costra de alguna herida, pero no es así.

Todos nuestros años juntas, todos los días que me comparaste con la nada, todas las atrocidades que permitiste que me dijera tu marido, por mi bien, ¡claro!, me llevaron a hacer cosas que nunca supiste: me corté las hermosas pestañas que todo mundo decía que tenía, me tragué un frasco de aspirinas con Alka-Seltzer para quitarme la vida (era lo único que había en casa; además, el AlkaSeltzer haría que me saliera mucha espuma por la boca y mi muerte sería más espectacular: mi vena de actriz no lo permitiría de otra manera). Quería romperme una para; soñaba con morir rapidito... Pero fui muy cobarde; por eso nunca pude aventarme para que me atropellaran los autos, o subirme a un puente y lanzarme al vacío. Mi adolescencia y mi niñez las llenaste de sufrimiento; al principio sentía dolor por ti, pero luego yo me sentía mal y no sabia el motivo.

Tenía que crecer de manera sigilosa, casi sin que te dieras cuenta, para que no te doliera, así que por dentro era pequeña, pues no quería llamar la atención de nadie. Por un lado, la naturalezaera pródiga con mi cuerpo, con mi sensualidad; por el otro, no quería que nadie se diera cuenta de ese hecho. Debía ser callada como tú, seria como tú, obediente como tú. Crecí insegura. Me costó derramar muchas lágrimas creer en mí, confiar en que las cosas saldría bien, en que lo que hacía tenía sentido. Crecí con un ego un poco desgastado, pálido, tímido. Fueron necesarias muchas vueltas al psicoanalista para entenderlo, porque no me creía los piropos acerca de mi belleza; me negaba a aceptarlos. Pero a falta de seguridad, tenía arrojo y osadía. Mi timidez la ocultaba con humor negro, pues tenía la capacidad de ser perspicaz, incisiva y atrevida. Por eso preferí la actuación, porque para ser actriz no se necesita ser bella, sino diferente, poseer una chispa "rara". Traté por todos los medios de esconderme, sobre todo de ti. Tenía miedo de ser. Nunca pude preguntarte algo tan simple: "¿Cómo me veo?" Me parecía una falta de respeto, como si estuviera rompiendo una norma. No podía decirte ni manifestar nada que implicará crecer interior o exteriormente. Era como si tratara de vivir en la sombra. Lo malo es que trataba de hacerlo y, a pesar mío, las cosas siempre resultaban diferentes; parecía que llevaba un ángel protector de manera permanente, de tal manera que la puerta de la fortuna siempre me estaba esperando abierta.

Supongo que, de no haber existido yo, tu vida habría estado llena de paz, porque no habrías tenido parámetros con los cuales pudieras medir el cariño de mi madre, ni el aprecio de los otros. Aparentemente, yo no te hice nada, ni te infligí ningún daño; pero sí te di la oportunidad de que vieras lo que a ti no te tocó. Te generé envidia.

¿Cómo se perdona a alguien? No puedo ir a tu casa, mirarte a los ojos y decirte: "Te perdono", porque no vas a entender ni madres. Te vas a reír en mi jeta. Me vas a decir: "Tú, ¿perdonarme? ¿De qué?" La garganta se me llenaría del berrinche y no podría enumerar todas las cosas por las que estoy enojada. Más bien, ya no quiero dejarte continuar gobernando y manejando las cosas a tu antojo, obviamente por la historia que tenemos. No estoy dispuesta a seguir apechugando y decirte que tienes razón, porque no la tienes.

Creo que ya me desvié del asunto importante otra vez.

¿Cómo se perdona? No hay fórmulas para perdonar. Como las cosas importantes en la vida, no hay escuela que nos enseñe cómo resolver nuestros conflictos. Sé que tengo que perdonarte, pero no sé cómo; sé por qué, pero no cómo. Algo dentro de mí me dice todos los días que basta de rencores.

A mi cuñado, aun en la cárcel, lo sigo odiando. Odiaba cuando me tomaba de la cintura, odié haber sido su hermanita, detesté como empañó mi vida, me arrepiento de los préstamos que le hice. Odié, también, cómo trató a mis sobrinas, y también odié que lo hayas conocido. Él y yo nunca fuimos iguales, nunca luchamos por lo mismo; por eso no entendí cuál era su problema. No podía ser su competencia, ni por edad, ni por género, ni por profesión. ¿Entonces?

Me enteré de que vas a quimioterapia una vez a la semana. No quiero verte pero debo hacerlo. Tengo la obligación moral de ir a visitarte. Aunque no lo creas, se necesita valor para enfrentarte. ¿Y sabes qué es lo peor? Que me vas a ver entera, llena de amor por la vida, plena con mi quehacer y con mis logros, y eso te va a doler más que un reclamo, más que un grito, más que una puñalada. Y ni siquiera podré decirte: "Lo siento, lo siento mucho", porque no vas a creer que realmente lo siento.

Llamé a mi sobrina para saber si podía ver a Mariana; me indicó el día y la hora que debía visitarla.

Fui a verla. Parece moco de guajolote, toda colgada, suelta en un viejo sillón; no tiene fuerzas ni ganas de incorporarse; sólo se envuelve en sí misma, acurrucada en posición fetal. Tiene náuseas y mareos, y su piel ahora es amarilla, y casi no come. Así no puedo enfrentarla, ni para bien ni para mal. La necesito del mismo tamaño que yo para enfrentarla. Me duele verla así, me pone el corazón apachurrado.

Sólo está con ella una de sus hijas, la más grande. La hija chica está viviendo sola en un departamento en Santa Fe. Mi sobrina se ve triste, deprimida. ¿Y quién no? Vivir con mi madre y con mi hermana enfermas deprime a cualquiera.

Revisé el refrigerador: encontré una enorme olla de aluminio con cinco o seis litros de caldo de pollo, lleno de espuma. En una cacerola de barro había cinco piezas de pollo. Cinco kilos de tortillas. Le pregunte a Mariana para quién era el caldo de pollo y tantas tortillas. Me dijo que era la comida de mi madre. Quería gritarle a alguien; me contuve, fui a la cocina y lo tire todo. Porque si el caldo tenía espuma era porque estaba podrido. A ella le dije que ya lo había tirado porque estaba echado a perder. Se enojo porque no tenía dinero para comprar más. Sé que no es cierto; cada quien tiene una cuenta bancaria con más fondos de los que yo tengo. Salí a la calle y compré lo necesario. Volví a preparar un caldo con verduras y pollo. Sabía lo que tenía que hacer: ir todos los días y llevar cosas diferentes para comer.

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now