Capitulo 10 3/3

623 20 0
                                    

No quería pasar por el tamiz moral el hecho de que había tenido una noche lésbica. Tampoco quería pensar si me había gustado o no. Tuve muchos orgasmos, pero es posible que hubieran sido provocados por el éxtasis que me tragué. Aún no podía discernir qué quería o qué había significado esa experencia para mí. Lo que debía hacer era patentar el éxtasis para las mujeres frígidas. Si existe el viagra para los hombres, pues... un viagra para féminas... mmmhhh... Si tuviera que pagar por cada orgasmo que he tenido, hoy estaría en la ruina. Voy a dejar de pensar tantas pendejadas y ocuparme de lo que tengo que hacer... ¿Es pecado sentir tanto placer? Porque lo de anoche fue pura lujuria... que ni qué. ¿La cachondez será hereditaria?

Cuando era adolescente y empecé a descubrir el placer, según mis cálculos ya andaba yo como en el segundo círculo del infierno. A estas alturas... seguramente no quepo ni en el noveno. ¡Zas!

No sólo me voy al infierno, que es un lugar caliente, sino que, por caliente, voy a dar a un lugar aún más caliente.

Sonó el teléfono de la casa. Era una de mis sobrinas; me pedía que no se me fuera a olvidar que tenía que pasar por ella para que me acompañara a mi entrevista de radio... Amo a mis sobrinas. La chica, la de quince, dice que quiere ser periodista.

En una ocasión me mandaron un auto precioso con un enorme moño a la casa de mi madre; cuando llegué, pregunté emocionada:

—¿De quién es?

—¡Te lo mandaron! Seguramente porque hiciste algo, y ése es tu pago —dijo mi cuñado.

Insinuaba que había tenido relaciones sexuales con alguien y que así me pagaban. La tarjeta estaba en la mesa. Vi de quién era. Acto seguido tomé el teléfono y llamé a la persona que tuvo la generosidad de enviarme el coche.

—¿Cómo estás? Te agradezco enormemente el detalle del auto, y tu hermosa tarjeta, pero no entiendo para qué me lo enviaste. ¡Ah! Es un regalo de tu parte. Qué detallazo. Te pido de favor que te lo lleves. Sí, sí, no lo quiero, llévatelo.

Al otro lado de la línea, mi interlocutor no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Por lo que terminé diciéndole:

—Tengo un auto y no necesito otro, estoy muy cómoda con él. Gracias —le respondí al dadivoso y colgué.

Mariana y mi "cuñis" no podían creer lo que acababan de escuchar. Mariana me dijo después que ése precisamente era el auto de sus sueños. Una semana más tarde se lo envié a Mariana; al dadivoso le pedí que me lo enviara pero con la factura a mi nombre, para hacer lo que quisiera con él.

Si había algo que pudiera darle a Mariana o a las niñas, sin importar el precio, lo hacía con gusto. Me llenaba de felicidad darles. Resarcir a mi hermana de todos los huecos que nuestras diferencias habían formado. También quería que ella mostrara cierto orgullo por tenerme a su lado. Desde el nacimiento de su primera niña, volqué en ellas cariño, tiempo, atención, amor. Todo.

Mi cuñado se enojó porque le regalé el coche a Mariana. Yo no le expliqué que ella lo quería; en vez de eso le dije que si no le gustaba, que lo vendiera. De esa manera el problema ya sería entre Mariana y él. No había nada que yo pudiera hacer bien. Muchas veces pensé que Mariana le había contado a mi cuñado todo lo que viví desde que nací, y que por eso la agarraba contra mí. Y al pasar los años su actitud hacia mí se endureció; cada vez era más su encono. Pero cuando estábamos solos, para él yo era la mujer más impactante del universo; se sentía orgulloso de mí. Frente a todos, carecía de valor. Luchó de manera denodada por desvalorizar todo lo que yo hacía. No era digna absolutamente de nada, mucho menos de confianza. ¿Por qué despedazarme?

Por otro lado, se aprovechó cuanto pudo de mis amigos tratando de que participaran en sus proyectos, aduciendo que era mi cuñado. Proyectos fantasmas, en los que lo único que quería era ganar dinero fácil.

Estábamos grabando una telenovela en un precioso hotel de Tepoztlán. En el descanso para el cambio de vestuario, un amigo del director de la telenovela, de nombre Guillermo Urbide, se me acercó para hablarme del estatus económico de mi familia. Hice cara de que no entendía a qué se refería. Intentó explicarme que mi cuñado le había hablado acerca de las antenas parabólicas (que apenas se estaban dando a conocer en México) y que seguramente éstas le estaban redituando un considerable éxito económico.

Mientras más explicaba, más me hacía bolas. No entendía de qué hablaba. Lo único cierto era que sólo tenía una hermana, que estaba casada con alguien que era mi cuñado. Pero no entendía la relación entre la profesión de médico de mi cuñado y las antenas; tampoco entendía qué carajos tenía que ver este fulano con mi "cuñis". ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo fue que mi cuñado se acercó a esta persona y, sobre todo, con qué fin?

Entendía bien el cúmulo de sentimientos negativos de Mariana hacia mi persona, e incluso que mi cuñado, por apoyarla, no me bajara de puta; pero, ¿qué tenían que ver personas de mi círculo profesional con él?

Además, el tiempo juntas, la historia de Mariana, las diferencias entre ambas, las muestras de cariño que mi madre me daba, explicaban el odio que mi hermana sentía por mí. Pero en el caso de mi cuñado, ¿cuál era el motivo de sus rencillas conmigo? ¿Qué le hice? ¿Por qué me hostigó? Nunca pude comprender por qué me odiaba tanto.

Puedo entender que alguna vez deseara acostarse conmigo, que frente a mi madre y mi hermana se tomara atribuciones que no le correspondían, o que tratara de ser el padre que no tuve. Pero lo que no me quedaba claro era por qué odiaba tanto que me superara, que me fuera bien, que mi madre me consintiera.

Cualquier peldaño que subiera en mi carrera o cualquier logro economico, él se lo atribuía a que le había dado las nalgas a alguien; nunca pudo dar crédito a que me fuera bien porque sí, o porque yo fuera buena en lo que hacía. Años después, cuando me dediqué al modelaje y a la actuación, aseveró que mi éxito se lo debía, primero, a que soy mujer; segundo, a que soy una zorra. Que si él hubiera sido mujer, hubiera llegado muchísimo más lejos que yo. Seguramente porque, según sus propios parámetros, hubiera sido bien golfo. O bien puto. De todas formas lo era. ¿Qué? Pues puto, culero, farsante, o cualquier otro adjetivo peyorativo; el que fuera le venía bien.

Continuara...  

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now