Capitulo 15 2/3

594 20 0
                                    

Mi madre va y viene sin acordarse de nadie; sólo sabe que le falta lavar los trastes, que hay que calentar agua para bañarse. "¿Dónde se habrán quedado el fondo y los calzones que traía hace rato?", se pregunta. "El piso está sucio y nadie lo ha limpiado." "También hay que coser el delantal de tela de mascota. ¡No tiene bolsas! Vaya, hay que hacerle unas." Camina y busca un retazo de tela para las bolsas, empieza a revolver todo y encuentra una fotografía, se reconoce, pero al hombre a su lado no: "A menos que sea... ah, quién sabe", y termina por romper la foto para que sus hijas no la vean. La rompe presurosa y la guarda en el brasier; se va a la cocina para lavar los trastes, pero no hay jabón; tiene que ir a buscarlo. Las bolsas del delantal las ha olvidado y también el trapo para remendarlo. Se ocupa de ir a buscar jabón en polvo y no vuelve a acordarse de la fotografía hecha pedazos. El que la acompaña un hombre que hubo en su vida; por eso no quiere que nadie se dé cuenta. No sabe cuánto amor le prodigó en vida. No recuerda cuánto le lloró a ese ser amado ni cuánto le dolió su muerte. No sabe que fue mi padre.

Se queda dormida en todos lados; cuando desayuna, cuando come; está masticando y de repente sus ojos se cierran y el peso de su cabeza hace que la cara aterrice en la comida. Abre los ojos y trata de mirar alrededor a ver si alguien la vio; pero sólo ve sombras, así que vuelve a masticar y a quedarse dormida.

Cada día le es más difícil soportar el peso de su cuerpo; va apoyándose en los muebles que encuentra a su paso. Tiene costras en los antebrazos como huellas de sus apoyos. No puede levantarse por sí misma; parece una tortuga que cae de espaldas, sobre su caparazón, impedida para incorporarse. Cuando se siente sola y libre, decide bañarse; se quita la ropa, contenta de darse un baño. Cuando termina de asearse, cae en la cuenta de que no puede levantarse de la tina y debe esperar a que llegue alguien a casa que la escuche y vaya a rescatarla del suelo. No alcanza ni la toalla, así que pasa horas sin poder hacer nada que no sea desesperarse y llorar, pero de nada le sirve. Siente frío y al menor ruido del exterior, vuelve a gritar: "Ayuda, ayuda, ayuda". Mientras, el silencio se cierne sobre ella.

En una de tantas caídas se golpeó la frente y le salió un chipote; debajo tenía una cortada de un centímetro y el ojo totalmente cerrado; ignoraba entonces que del otro ojo no veía nada. Insistía en que prendieran la luz, porque quería ir a desayunar a la cocina; se desesperaba porque no podía encontrar la puerta del baño; balbuceaba palabras que no alcanzaban a formarse. Pasamos muchas horas cubriéndola de hielo; nos acostamos con ella, acurrucando sus golpes. No podíamos dejarla sola, así que le pusimos una tira de Micropore en el párpado, obligando a su piel a abrirse. Ella trató de mirar y las siluetas empezaron a tomar forma; se dio cuenta de que era de día, y aunque ya estaba comiendo, se apresuró a decirnos: "Buenos días" con una enorme sonrisa.

Sería muy fácil para mí llevarla a mi casa, pero no quiere. Ama la suya, la que construyó con tanto sacrificio; sabe la altura exacta de cada escalón, conoce la mesa del comedor, cuántas sillas tiene, cuál es su lugar, dónde está el baño, dónde sus toallas, su ropa, su jabón, su champú. En cambio, en mi casa se pierde entre tantas puertas. Alguna vez la detuvimos en la puerta de salida, cuando buscaba el baño. Cuando empieza a anochecer se preocupa; dice que tiene que ir a su casa. Que su casa está sola, que tiene que irse. No, no puede vivir en mi casa. Buscamos a una persona que la cuide, por lo menos de día; que le tenga paciencia, que la ayude. Es difícil, pero ya encontraremos a alguien.

Duele ver cómo se va extinguiendo, cómo se empequeñece; duele que no me entienda, duele dejarla. Quisiera decirle lo que ella me decía cuando me dejaba en la guardería: "No vas a estar sola, tu ángel de la guarda va a estar contigo". La imagino con el corazón empequeñecido por dejarme y angustiada por correr al trabajo. Ahora la dejo con su ángel de la guarda para que no esté sola y corro al trabajo con el corazón apachurrado.

He estado tirando todas las cosas inservibles en la casa de mi madre. Me da gusto hacerlo; quisiera tirar absolutamente todo; no dejar más que lo necesario. Sé que no le va a gustar a Mariana; cuando pasen las quimioterapias, regresará a la casa de mi madre y se dará cuenta de que tiré muchas cosas y limpié otras tantas. Se va a encabronar, aunque las dos necesiten una casa limpia.

En cuanto entro a la casa empiezo a hacer cerros de basura, llamo al camión para que me ayude a sacar todo lo que se pueda. No me fijo ni siquiera en cómo ando vestida; no importa que traiga tacones; tengo una furia descontrolada por acabar rápido con todo; también percibo cierta felicidad de saber que no le va a gustar a Mariana. ¡No me importa! Lo sé. Es ahora o nunca. Tiro todo, todo.

Después de la cirugía y de la quimioterapia, Mariana regresó a la casa de mi madre. Sí, ahora están juntas. Mariana y mi madre. Pao y María José ya no están aquí. Pao se fue a España a hacer una maestría y María José se casó y vive con su marido.

Se han quedado solas. A gritos apenas se entienden. Mi madre dice una cosa y Mariana se enoja y vuelve a gritar; la casa se podría levantar como un globo con el aire que sueltan sus pulmones. No sé por qué están juntas. ¿Por qué mi madre tiene que estar a su lado y no conmigo? ¿Por qué mi madre tiene que vivir sus últimos años junto a alguien a quien nunca amó? Se enfrentan todos los días y por cualquier cosa: una quiere ir al baño y la otra le grita para que deje de ensuciar. ¿Qué lectura puedo darle? Están juntas. Ahora Mariana es la grande, y mi madre, la niña. Mariana le agarra la oreja, la jala y le grita: "¿Qué no entiendes que está echado a perder?" Mi madre llora al sentirse impotente; se sienta y, aun cuando no termina de llorar, se queda dormida sobre la mesa y grandes suspiros le salen del pecho, igual que a Mariana, cuando la abandonó. Despierta, ve hacia todos lados; ya no hay nadie. Su carita está roja y sus ojos hinchados.

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now