Capitulo 14 3/3

593 20 0
                                    

Y si alguien se lo explicara, tampoco lo entendería. Su cuerpo no tiene otra manera de soportar el rencor que lleva dentro. Es como cuando te das un golpe muy fuerte y la sangre se queda en lugar de salir y el área donde te golpeaste se pone negra. Ojalá hubiera aprendido a gritar, a correr, a golpear, a hacer algo que la ayudara a sacar todo ese coraje, impotencia y aridez que sembraron en su corazón desde niña.

Ella cree firmemente en que su cuerpo está enfermo, porque tuvo la mala suerte de tener este mal. En ningún momento piensa que castigó a su cuerpo guardando tantas cosas negativas. Cuando estudió psicología, creí que su forma de ver la vida cambiaría, que pondría en una balanza su proceder en este mundo, que se llenaría de discernimientos que la hicieran entender la actitud de mi madre y la suya, e incluso la mía. Así como en contabilidad te dan herramientas para determinar los desajustes financieros de una empresa, así a los estudiantes de psicología les dan recursos para adentrarse en la psique de las personas. Pero, claro, el hecho de que uno sea contador no significa que siempre tenga en orden las finanzas; de igual modo, para ella no tiene que ser claro por qué la educaron de esa manera. No puede hacer un raciocinio de sí misma. No sé si por indulgencia o por evasión. ¿Significaría algún avance el hecho de tomar distancia de su propia vida, para analizarla y asumirla sin ambages, sin ponerse piedras a sí misma en el camino?

Traté de escombrar algo sin que Mariana me viera. Encontré esta carta que escribí para mi padre hace algunos años:

Padre:

Pasé muchos años extrañando tu presencia en mi vida; anhelé con toda el alma que me señalaras el camino correcto. Quería que me dieras consejos sobre cómo tratar a los hombres. A veces porque quería llamar su atención, y otras porque no entendía qué es lo que quieren los hombres de las mujeres. Pensé que cuando entendiera eso, podría encontrar el sentido de la vida. Puesto que mi vida, mi destino, según las reglas, debía ser con un hombre a mi lado. Tuve hombres a mi lado, pero nunca uno permanente; no podía, a menos que juntara tres e hiciera uno.

Después de tanto esperar una respuesta a todas mis preguntas y encontrar el vacío, empecé a odiarte. Te odié por dejarnos solas, te odié porque nuestra vida podía haber sido distinta; más llena de amor, más llena de ti. Te odié porque a veces necesitaba que algún muchacho te pidiera permiso para salir conmigo y tuve que construir una figura que ocupara tu lugar; mentía. Te necesité para que fueras mi punto de apoyo y no estuviste. Cuando te fuiste te llevaste el sol; nos dejaste en eclipse de luna.

Mi madre te extrañó de otras maneras. Después de ti, no quiso ver a los ojos a nadie; no quiso saber nada referente al amor. Cuando te fuiste te llevaste toda la miel de su corazón. No hubo una sola mano que tocara su piel, ni hubo labios que llenaran su sed, ni quien entibiara su cama.

Pasó el tiempo y cuando me di cuenta ya no te odiaba. El coraje se me fue saliendo de a poquito. Crecí por dentro y también por fuera. Entendí todos los adornos que mi madre te había colgado; fue entonces cuando pude verte realmente. Sí, te vi con otra mirada. Siempre fuiste el hombre alto y guapo que dijo mi madre. Lo que nunca dijo es por qué te fuiste ni por qué nos dejaste.

Un accidente automovilístico, eso me dijeron. Y yo lo creí. Creí, como dijeron todas las personas que fueron a tu entierro, que te fuiste al cielo. Ahora que sé la verdad; ya no creo que estés en el cielo. Francamente no creo que Diosito te haya perdonado.

No creo que sepas que, cuando me quedaba sola en la casa, sacaba tu ropa, la ponía sobre la cama y lloraba tu ausencia mientras olía tu aroma. Ya sé que mi mamá me educó bien. Me enseñó la disciplina, a pesar mío, a pesar de cualquier cosa. También trató de llevarme por el camino del bien, pero no me gustó andar de católica. Te digo que ella me educó bien; la que no hizo las cosas como se debía fui yo. ¿Habrán influido tus genes?

Padre, ignoro cuál es tu castigo, y yo soy quien menos puede juzgarte. ¿Qué pecado es más grande que el otro? ¿Cuánto tuvo que ver tu conciencia con tu muerte? ¿Pensaste alguna vez en el abandono en el que nos dejaste? Embarazaste a mi madre más de tres veces, es decir, tuviste la oportunidad de contenerte y no buscar mi vida. Pero no lo hiciste, querías incubar lo que mi madre te hacía sentir. ¿Cierto? Aunque también es cierto que no pudiste discernir qué significa una vida. No pudiste sopesar el peso exacto de la existencia... la nuestra, por supuesto.

No había un solo rincón donde esconderte; querías cerrar los ojos y desaparecer de la faz de la tierra. Papá, no puedo perdonarte, porque si lo hiciera justificaría el vacío. Y no quiero, no quiero aceptar que no nos hiciste falta; no quiero entender tus razones.

Mi madre, una vez más, perdió a su hombre, perdió el equilibrio; quiso perder la razón, pero no pudo, tuvo que ser fuerte. Lloró por las tres. Porque ni Mariana ni yo teníamos la capacidad para entender lo que habíamos perdido. Pero ella sí lo entendía. Yo la miraba desde mis ojos de niña, y veía en los de ella un pantano profundo en el que se iba hundiendo. No quiero decir ni pensar que las cosas para ti fueron distintas, que no sufriste, que te fue fácil, que tomaste la decisión y ya. No, más bien yo no puedo decirlo.

Papá, tú tenías un compromiso conmigo, tenías una responsabilidad que cumplir y no la cumpliste. No creo que quitarte la vida haya sido fácil. Pero tuvo más peso que nosotras. Eso fue lo que me dolió. La levedad de nuestra existencia en tu vida.

Renata

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now