Capitulo 3 3/5

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A lo lejos se escuchaba el viejito. Se quejaba desde su cuarto, como siempre. Sin embargo, nadie hacía caso. Después de todo, eso era el pan de cada día, y en el comedor la batalla campal estaba en la meseta.

Un dolor intenso en su entrepierna hizo cerrar los ojos de trancazo a Mariana; eran como piquetes, pero lo peor estaba porvenir. Algo la rompió por dentro; sintió que su cuerpo reventaba en mil pedazos; sus entrañas se estremecieron. La rompió por dentro, la desgarró; sentía cómo era atravesada por una estaca. Cerraba los ojos, porque el dolor le parecía insoportable. Estaba bañada en sudor y lágrimas. Él metía y sacaba una y otra vez su asqueroso miembro duro, bañado de sangre. Bufaba como animal, empapado de sudor rancio. Mariana escuchaba una respiración tosca y fuerte, y un jadeo que no podía soportar. En un momento abrió losojos y miró los del sobrino; estaban fijos, con un brillo horroroso que la llenó de miedo. Apestaba a tierra, a cigarro, a cemento, a hierba, a caca. De repente empezó a escuchar todo muy lejano, como si hubiera eco; su psique se nubló y la cubrió el silencio. Su cuerpo quedó inerte.

Harto de su hazaña, el sobrino miró a Mariana, tendida en la mesa con su ropita hecha trizas y las piernas llenas de sangre. Miró el cuchillo y se tocó la frente. Estaba asombrado. Era como si no entendiera lo que había hecho. Aventó el cuchillo y salió corriendo a la calle, diciendo:

—Ora sí creo que la cagué, la cagué gacho. ¡Puta! —decía mientras tiraba de su cabellera larga y grasosa, al tiempo que caminaba rápido, rápido, sin saber cuál era su rumbo. Iba en chinga a ni él sabía dónde chingados.

Cuando Carmelita llegó, no pudo hacer otra cosa que llevarse las manos a los cabellos canos que, por inercia, comenzó a jalarse. Encontró a Mariana sobre la mesa, inconsciente, desnuda, con las piernitas abiertas, cubiertas de sangre.

—¡Inocente muchachita! ¿Qué te pasó? —exclamó al ver el cuchillo en el suelo. Tocó su carita, pero la niña no respondía; pegó la oreja a su nariz, para ver si aún respiraba.

Zafó las manitas del cinturón que las amarraba. Fue por alcohol y un trapo; se lo dio a oler a la niña, quien poco a poco fue recobrando la conciencia. No podía moverse; fue difícil arrastrarla unos cuantos metros.

Carmelita la ayudó a incorporarse. Mariana se recargó en la señora para llegar a su catre. Una vez ahí, la viejita le puso unas cobijas para que estuviera arropada. A lo lejos se seguían escuchando los quejidos del viejito, pero nadie lo atendía. ¿Cómo? Si lo que acababa de suceder había desplazado la enfermedad del señor, el olor a comida quemada, consumida y convertida en chicharrón, pues la lumbre de la estufa había hecho de las suyas durante la travesura del "sobri".

Una vez que Carmelita fue a la cocina, apagó la lumbre y limpió todo para después hacer lo mismo en el comedor, volvió con Marianita. Le acarició la carita, que ya había empezado a hincharse; uno a uno le quitó los mechones de cabello que le cubrían el rostro, tratando de no lastimarla.

"Llegué demasiado tarde", se decía a sí misma. Se reprochaba una y otra vez. Trataba de quitar de su cabeza las imágenes de su sobrino sobre el pequeño cuerpo de Mariana. Permaneció hincada acurrucándola durante largo rato para consolarla y de paso consolarse a sí misma. Le dolía la culpa. Permaneció así hasta que los sollozos de la niña se apagaron para dar lugar a un sueño profundo. En ese viejo catre se quedó tirada más de tres días. Despertaba y el dolor en la vagina, los labios y la entrepierna le recordaba el ataque de ese animal estúpido, huevón borrachales mantenido. Sentía asco, pena, impotencia; las lágrimas se negaban a secarse en sus mejillas. La sangre ya se había hecho costra...

No quería vivir, le dolía todo.Despertaba y la realidad era un asco. Anhelaba con el alma quedarse dormida para siempre. La viejita le rogaba que comiera un poco, pero ella no quería hacerlo; no tenía hambre. Carmelita pensó que la muchachita se iba. La encomendó a san Juditas Tadeo.¿Qué iba a hacer si se moría la niña? ¿Qué mentira le iba a decir al médico? ¿Que se murió así porque sí? ¿Cómo explicarle la cara golpeada, las heridas en laspiernas, la desvirgación? Nadie le iba a creer; todo mundo conocía a Mariana, pero también a su sobrino, quien en la colonia tenía fama de drogadicto y ratero. Los vecinos,por llevar la fiesta en paz, trataban de ignorarlo, pero lo que le hizo aMariana no tenía nombre. Lo único que faltaba agregar al rosario de adjetivos que ya colgaban de su cabeza era "¡asesino!" Tan sólo de pensarlo, Carmelita no encontraba otra alternativa que soltarse a rezar, darse golpes de pecho y encomendarse al Señor.

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now