Capitulo 7 2/4

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La neta, puse cara de incrédula. Eso era una verdadera cochinada. Él, su miembro duro y su estúpida filosofía barata de la vida podían irse a la chingada. Decidí no volver a verlo más. Según mis parámetros, era un verdadero pendejo. ¿Quién le dijo que quería hacer feliz a un hombre? Yo andaba en la aprendida de los besos y la agarrada de bubis y este pendejo no sabía ni besar. Allá él, sus enseñanzas y su chingado miembro.

Dos meses después lo encontré en la calle, cuando me dirigía a mi casa. Él estaba en una esquina con su hermoso automóvil. Me dijo que me llevaba a mi casa. Me daba igual, así que acepté. En el camino me confesó que yo le interesaba, me dijo que era una mujer inteligente, y que incluso a veces le parecía una mujer guapa. ¡Uta! Qué halagador. Me preguntó si había puesto en práctica sus enseñanzas. "¡Obviamente no! Nada más eso me faltaba, andar buscando miembros para hacerles sexo oral. ¡Qué asco!", pensé. Le dije que no. Era cierto. Quedamos en tomarnos un café el sábado siguiente. Ese día fuimos al cuarto aquel; otra vez lo mismo, pero ahora no me quité ni la blusa. De todos modos ni me hacía nada. Me dio un beso en la boca, frío, y me llevó la mano hacia su miembro. Hice lo que me había enseñado, primero con la mano y luego con la boca. Como a los diez minutos, que a mí me parecieron una hora, y cuando ya no aguantaba el dolor de la mandíbula, dijo:

—Es suficiente.

Me alivió poder cerrar la bocota. Sobé mi mandíbula para atenuar el dolor. Él tomó su miembro y lo guardó. Muy serio.

—Lo hiciste mucho mejor. Casi logras que termine —dijo, mientras subía el cierre de su pantalón. Se levantó, se acomodó la camisa y se abrochó el cinturón, como si fuera a participar en una ceremonia. 

No entendí nada. Eso de que casi logro que termine, ¿terminar qué? De regreso a mi casa no escuché nada de lo que dijo. Estaba como en el limbo. Seguía sin entender. ¿Para qué carajos me buscó? ¿Qué termina? Decidí que ésa sería la última vez que lo vería; ahora sí iba en serio. A mí me estaba esperando la fama. Iba en camino de convertirme en una gran actriz y tipejos como ése seguramente iba a encontrar muchos en el camino.

Cuatro años después, y andando en este desmadrito de la artisteada, un día fui con unos colegas a un antro de nombre Papa's en la Zona Rosa. Era un club privado; nosotros éramos como cinco, todos del medio artístico. Me había tomado dos gin&tonic. Sonia, una morenaza escultural, y Roberto, llevaban rato haciéndose señas, pero yo no lograba interpretarlas.

Hubo un momento en el que salieron del antro. Me salí con ellos; no me habían invitado, pero yo me les pegué.

—¿Qué onda traen? —pregunté.

—¡Shhh! ¡Cállate! Tranquila — dijeron a coro.

Sonia y yo caminábamos del brazo de Roberto.

Querían fumarse un churro de marihuana. Me pareció padre la aventura, como que con ondita. Y digo, después de todo, estaba con mis amigos, no había pedo. Me sentía segura.

—Si me pongo mal, me agarran o me dan de cachetadas hasta que reaccione —les pedí—, no me vayan a dejar sola.

—¡Ya fúmale! No la hagas de pedo —me respondieron.

—¡¿Cómo le hago o qué?! ¿Le doy el golpe y ya? —pregunté, desconcertada.

—Sí, dale el golpe, pero no saques el humo. ¡Pendeja! ¡Chúpale otra vez! —me regañó Roberto   — Ándale, ahora aguanta el aire; aguanta, aguanta. Ya, ya, ya. Eso es todo. ¡Órale con la Renata! Tienes talento, mi reina, tienes talento. ¿Cómo te sientes? — preguntó, mientras sonreía y mostraba sus dientes blancos, largos y parejos.

—¡Sin un pinche gramo de talento, pendejo! —contesté.

La frase no era chistosa, pero los tres nos zurramos de la risa. Neta. Empezamos a reírnos como pendejos.

Después de ponernos algo de loción para el cuerpo con fragancia de durazno que yo traía en mi bolso, para disimular el olor a "mois", regresamos al antro luego de haberle dado varias fumadas al churro. Sonia insistía en que nos portáramos normal. No sé por qué decía eso. Yo me sentía a toda madre, todo me daba risa, me doblaba de las carcajadas. Pero para que Sonia no la hiciera de tos, me aguantaba. Ni pedo. Se nos quedaron viendo a la entrada los guarros de seguridad; traté de no verlos. Llegamos a nuestros lugares, donde seguían nuestros cuates. Me senté e intenté seguir tomando mi gin&tonic.

El piso empezó a moverse. Volteé a ver a los demás y vi que todo mundo se estaba divirtiendo. Pensé que seguramente la ondita del piso era por la mota.

Cuando tomo alcohol y me siento mareada, me paro a bailar y se me baja en chinga. Así que apliqué la misma técnica. Me puse a bailar sola, mientras todos lo hacían en parejas. Necesitaba moverme, porque la mota y el alcohol estaban empezando a cobrarme la factura. No sé si estaba bailando de manera eufórica, pero sentía que todos volteaban a verme. Avergonzada, me fui a sentar. Fue peor, porque sentí que todos los que pasaban por la mesa en la que me quedé venían por mí; creía que alguien llamaría a la policía y me entambarían. ¡No mames!

No sé cuánto tiempo pasó, pero Roberto y Sonia me hacían señas de que le bajara. Yo no tenía ni puta idea de lo que quería decir ese par de weyes. Pasaron algunas horas y de pronto me encontré en el baño del antro, guacareando en la taza del escusado. Sonia y Alicia, otra de mis amigas, me echaron agua con hielos en la nuca, me dieron café; no sé de dónde lo sacaron. Me sentía muy pesada. Cuando salimos del Papa's no había nadie, sólo uno que otro mesero y los weyes pinchitos, estilo guarros, que cuidan la entrada.

Yo era la irresponsable que iba a llevar a todos a sus casas, sí, la única que traía auto. Uta madre. Esperaban a que se me pasara o buscaban un taxi. Las únicas que se quedaron conmigo fueron Sonia, que vivía en Coyoacán, y Alicia, que vivía en Prados de Churubusco. Según ellas, me había cruzado.

—¡Pinche Sonia! Lo bueno es que tengo talento, pendeja. Si no, no sé cómo me hubiera ido —le dije a mi morenaza amiga, a manera de reclamo.

Yo creo que eso de andar en las drogas no era lo mío. Tuve la experiencia, pero no me gustó. Alguna vez me invitaron una línea de cocaína, en la casa de un productor.

En una ocasión, platicando con mis amigos Sonia, Alicia y Roberto, tocamos el tema de la prostitución. Habíamos ido a Cuernavaca a la maravillosa ex Hacienda de Cortés. Ya habíamos regresado del centro, y estábamos disfrutando del sol, margaritas y micheladas. Éramos los únicos huéspedes.

—¿Te has prostituido, Roberto? — preguntó Sonia.

—¡Ay, pendeja! ¿Qué crees?, ¿que nada más porque ando de caliente ya quiero con todos los que se me atraviesan enfrente? —se defendió Roberto—. Ser gay no significa andar de puta, ¿eh? Te aviso, para que te informes. Habemos gays fieles y gays golfas, de todo, como ustedes los bugas.

—¡Roberto, no mames! Sólo es una pregunta. No te ofendas... — dije.

—La pregunta es si te han pagado por tener sexo —dijo Alicia.

—¡No! ¡Nunca! —dijo Roberto, aún ofendido.

—Mira, ya bájale de huevos, Roberto. Hice la pregunta nada más porque sí. Digo, si se lo preguntas a una mujer es una gran ofensa. ¡No mames!

—Es cierto —agregué—. A cualquiera la ofende esa pregunta.

—¿Ves, querida?, por eso te pregunté a ti —dijo Sonia, refiriéndose a Roberto—. Tú, wey, eres como una de nosotras, como una hermana, pendeja. No es por ofenderte.

—¡Ah, bueno! Sí me estaba ofendiendo —dijo Roberto tratando de tranquilizarse.

Se puso la mano sobre el corazón, para apaciguarse.

—Pues no te lo tomes a pecho, pendeja. Ya sabes que para mí eres como mi hermana, mensa —dijo Sonia.

—Ya, ya, ya. No había entendido. Ya párale, Sonia. Ya entendí —dijo Roberto.

—Oigan, ¿habrá pedo si nos echamos un churro? —dijo Sonia mirando a todos lados.

—Ahora la que se la mamó fuiste tú, Sonia. ¿Desde cuándo te ha preocupado que haya pedo? —dijo Roberto. —Bueno, no vaya a ser que nos corran de aquí... —dijo Sonia. —Toma, pinche Sonia; también te quiero como si fueras mi hermana —dijo Roberto.

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now