Capitulo 14 2/3

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Mariana está petrificada, cubriéndose un seno que ya no existe. Aunque han pasado los meses, dice que le sigue doliendo; no entiendo cómo puede dolerle si ya cicatrizó. Ha de ser el extrañamiento de esa parte de su cuerpo. De cualquier manera, toda la entereza que la asistió, a partir de este golpe se fue al caño. Sí, se quedó sentada viendo hacia el horizonte de la nada; sabe que lo que viene va a ser duro, no sólo porque va a perder el cabello, sino porque no va a poder hacer nada. Se le van a ir las fuerzas. Pero yo digo que ya se le fueron desde ahorita. Ése es el pedo. Si ya te cicatrizó una herida, te vistes y sales como todos los días; ella no. Trae una pijama, pantuflas, y no despega el brazo de su pecho.

Me asombra porque siempre fue fuerte, valiente. Pero el cáncer la sorprendió y está inmóvil, pasmada. No sabe cómo reaccionar ni qué hacer. No sé si llora cuando está sola. Nunca la vi llorar por nada ni por nadie.

Ahora siente que no cabe en ningún lado, pero está tan enferma que no puede estar ni en su casa. Casi con cualquier cosa se le quiebra la voz y estalla en llanto; tiene el pecho lleno de contradicciones: arropó tantos dolores que se le enquistaron por dentro. Llora por la soledad que la rodeó en manos de nadie. No tiene ningún amor que la sostenga. Ha de ser por eso que se siente tan débil, tan falta de sentido.

Ha guardado todo lo que ha podido, desde dinero hasta cosas que no sirven; se convirtió en una acumuladora. Un intenso olor a humedad llena de golpe los pulmones cuando uno entra a la casa de mi madre. Mariana no tiene la capacidad de tirar nada; todo lo guarda porque puede servir para algo. No se compra una buena cama para su recuperación, aunque deberá estar en ella muchas horas, por no gastar. No tiene televisión por cable ni pantalla plana; usa un pequeño televisor viejo, pesado, en blanco y negro. Conserva en un fólder todos y cada uno de los servicios que le hicieron a su auto, las notas de los cambios de refacciones, llantas y pintura; todo está ahí para que, si un día se vende, se sepa todo de él. No le gustaba usar mucho el automóvil para no aumentar su kilometraje; viajaba en el metro, en peseros, en trolebús, en lo que costara menos.

Su pensión, el dinero de las rentas de los inmuebles que tiene, los mantiene celosamente en el banco, "porque nunca se sabe", dice. Su ropa, en lugar de estar colgada en un clóset, está guardada en bolsas de plástico; las abres y encuentras tres suéteres, dos blusas; abres otra, y lo mismo. Luego se enoja y pregunta dónde guardaron su ropa de invierno. Cualquiera que la escuchara pensaría que la tiene guardada por secciones: invierno, otoño, verano y primavera.

Es muy estricta para lavar los trastes: primero se tiene que depositar la basura orgánica en un lado y la inorgánica en otro; luego, acomodar todos los platos por tamaños; los vasos, los cubiertos, todo en orden; después, cada trasto es friccionado con una escobeta sin jabón, empezando por los trastes con menos grasa, que son los vasos; la tercera vuelta es con un estropajo con jabón; cuando todos están enjabonados, ahora sí, a enjuagar todo, al final las ollas. Piensa que es muy limpia. Lava las zanahorias con escobeta y jabón, luego les quita la piel, después las parte y sólo entonces las pone a cocer.

Los estantes están llenos de recipientes viejos de yogur, sin tapas; están amarillos por los años. Hay trastes que tienen cuarenta años, viejos, inservibles. La campana de la estufa también es muy vieja, llena de cochambre y telarañas. El estropajo para los trastes parece un pedacito de trapo deshilachado, y la escobeta está despeinada y sostenida con un alambre. Incluso tiene los mismos mantelitos de cuando era niña. Están descoloridos y con las puntas raídas.

Guarda cada uno de sus pares de zapatos en la misma caja de cartón en los que los compró; por fuera las rotula con un marcador negro: "zapatos descubiertos color café", "botines negros", "zapatos plateados", etcétera. Hace torres de cajas de zapatos. Me siento y busco "zapatos café"; voy analizando por filas para encontrar lo que busco. Lo increíble es que no siempre encuentras lo que dice la caja en su exterior. La caja incluso puede estar vacía.

En el patio puedes encontrar de todo. No hay que mover nada; tal vez algún día lo necesite. Discos compactos, escritorios, asientos de camioneta, floreros, libros, anaqueles de metal, una cabecera de cama, recipientes de agua llenos de moho, un restirador, cortinas de petate, un sillón, otro sillón, herramienta, pedazos de alfombra, sillas con patas y sin patas, trapos, todo en absoluto desorden, lleno de tierra. Si tomo algo y me ve, es como si quisiera quitarle de las manos un millón de pesos; puede llorar, gritar. Hará lo que sea con tal de que no me lleve nada, no porque lo vaya a usar, sino porque no es mío. ¡Le he quitado tanto! Son cosas viejas que le han regalado, porque no compra casi nada para ella, y todos los regalos y los adornos que llegan a la casa se van a quedar ahí por años; aunque sea una bolsa de regalo, de ésas que venden en cualquier papelería, igual que el moño, no la puede tirar. Todo lo guarda celosamente.

Si llego a buscar algo para una emergencia, obviamente no lo encuentro, y si lo hallo, es inservible o está roto.

La cabecera de su cama nunca la ha sacudido; gruesas capas de polvo la cubren; no le molesta. Va acumulando a su alrededor todas las botellas, cajas de cremas sólo con residuos, no se atreve a tirarlas. Da una gran tristeza mirarla tirada en el abandono, con depresión, hundida en medio de basura y escombros. Así como se aferra a las cosas, así se aferró a sus odios, a sus dolores, a sus recuerdos. Mariana no sabe por qué está enferma ni cuál fue el origen de su enfermedad.

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now