Capitulo 3 2/5

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Carmelita le compró un peinecito en el mercado, dizque porque era bueno para quitar las liendres. Mariana se acostumbró a rascarse; hasta tenía granos porque eran costras sobre costras. Luego le dieron un remedio a Carmelita para acabar con los insectos. Le dijeron que comprara petróleo, que se lo untara en la cabeza a la niña, que la amarrara con un trapo y que se durmiera con él; al otro día se lavaba el pelo y ya todas las liendres estarían muertas. 

Se lo puso, aunque fue difícil para Mariana dormirse con ese olor tan penetrante. Yo creo que no se le murieron todas, porque Mariana siempre se rascaba; tenía granos con costra, y sobre esa costra, otra costra. 

Cuando Mariana cumplió once años, seguía en la casa de Carmelita. Ésta, para festejarla, le compró un delantal nuevo, bordado con flores en el frente y con los mismos motivos en las bolsas. Mariana se bañó ese día, se hizo sus trenzas y estrenó su delantal. Cuando llegó el sobrino, se dio cuenta de lo arreglada que lucía Mariana y dijo:

—Pinche mugrosa, cuando te bañas y te peinas hasta bonita te ves. ¿Qué se festeja hoy?, o ¿adónde van a ir?

—Es el cumpleaños de Mariana —dijo Carmelita.

—Ah, ¡oralesssssss!... ¿Y cuántos años cumple nuestra muchachita?—preguntó el huevón borrachales mantenido.

—Once —dijo Mariana.

—¡Uta! Ya vas para quinceañera, o ya casi... —dijo el sobrino.

A partir de ese día, cada vez que podía rozar la mano de Mariana, con cualquier pretexto, lo hacía. Mariana no decía nada, sólo quitaba su mano rápidamente; ni siquiera volteaba a verlo. Cuando se quedaba con ella unos momentos, le decía: "Tú vas a ser mi novia, mi novia chiquita, ¿sí?" La tomaba de la barbilla para que Mariana lo viera a los ojos. Él intentaba ponerse serio, para que Mariana le creyera. 

Un día, muy inspirado le dijo:

—Mira, ando buscando trabajo. Cuando seas más grande nos vamos de aquí; te voy a comprar una casita y vamos a ser muy felices. ¿Qué dices, Mariana?

Ella no supo qué contestar. El sobrino tenía los dedos gruesos, sucios; olía a pegamento. Sólo pensó en salir corriendo en cuanto esos dedos ásperos tocaron su mentón. Odiaba sentir el aliento a caca de pollo sobre su cara; pero su miedo era más fuerte, así que apenas contestaba un audible "sí" y procuraba no verlo a los ojos, para jalar aire y no aspirar su jadeo.

—¿Sabes por qué, Mariana? ¿Sabes por qué quiero que estés conmigo? Porque eres pura; estarás mugrosa por fuera, pero eres virgen, y allá afuera todas las viejas son bien putas. Y uno se cansa, se harta de estar en este pinche mundo tan jodido, tan lleno de mierda; cualquier vieja me dejaría metérsela por un churro. ¡No mames! ¡Por un puto churro! Así, como te lo digo. Yo quiero ser un hombre de bien, derecho... Pero para eso necesito a alguien a mi lado, alguien que valga la pena, como tú —decía, alargando las últimas palabras de cada frase—.Todavía existen buenos hombres como yo, que están dispuestos a partirse la madre por defender a una mujer.

El "sobri" tomó aire y siguió con su largo monólogo:

—Hay dos clases de mujeres: las que te hunden y las que te apoyan.

Y yo creo que he tenido mala suerte, porque me han hundido. Todas me han usado. ¿Y sabes qué, Marianita? Yo soy un buen hombre; me quito la camisa para dársela a quien la necesite. Por ésta —y besaba la cruz que hacía con sus dedos—. No me han sabido valorar—prosiguió; estaba inspirado—, nadie me ha motivado como debe ser. Mira, Marianita, yo sé que tal vez piensas: ¿cómo el sobrino de mi patrona se va a fijar en mí, que soy una bastarda?

Mariana puso cara de no entender y movió la cabeza negativamente. No, la pobre no podía articular una sola palabra. Estaba asustada. Sólo apretaba su delantal con sus pequeñas y lindas manos, maltratadas por tanto lavar trastes y limpiar.

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now