Capitulo 3 5/5

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Cuando mi madre llegaba de trabajar, yo corría a abrazarme a su pancita. ¡Qué alivio! Me refugiaba en ella mientras veía la mirada de Mariana; sus ojos eran como filosos cuchillos llenos de destellos fugaces.

Prefería mil veces hacer enojar a mi madre que a mi hermana. Mi madre tenía un carácter muy fuerte y agrio. Cuando yo la llenaba de besos, decía: "Qué niña tan encimosa, déjame en paz". Pero yo le contestaba: "¿Por qué te voy a dejar en paz si eres tan hermosa? Eres la mamá más hermosa y calientita del mundo".

No sé desde cuándo me interesé por la moda. No podía comprar revistas, pero en las esquinas las exhibían y yo las veía sin pagar. Las analizaba todas: los colores en la ropa, los bolsos, los accesorios, la forma de pararse de las modelos. Siempre grababa en mi cabeza qué ropa y con qué iba combinada, la mirada de las mujeres que posaban. Cuando mi madre quería hacerme una falda, me dejaba elegir la tela, los botones, de qué lado iba el cierre. No fueron pocas las veces que la llevé caminando cuadras y más cuadras hasta el puesto de revistas, para enseñarle cuál era el modelo que quería.

Esa falda podía pasar días, meses, incluso años, esperando por el suéter, las mallas o el calzado que le combinaran. No había prisa: la falda no se iba a echar a perder; lo importante era parecerme a las chicas de las revistas.

A mi madre le gustaba que le contara historias que iba inventando en el camino, porque a ella muchas de mis ideas la llenaban de risa; en cambio, a Mariana no podía dirigirle la palabra así como así, ni hacer juicios de valor sobre cualquier cosa. No. Podía castigarme.

Cansada de tantos chismes de las vecinas que veían a mi hermana con Rafael, mi madre la metió a trabajar en una panadería, como cajera. Salía a las nueve de la noche. Mamá y yo íbamos por ella a la parada del camión. Si algún muchacho le ofrecía a Mariana ayuda para bajar del autobús, o se le acercaban tantito, en cuanto ponía un pie en el suelo mi mamá la agarraba a cachetadas: "¿Con quién vienes? ¡Contesta! No te hagas pendeja, a mí no me vas a engañar. ¿Quién era ése?" Y así hasta llegar a la casa. Mariana abrazaba su bolsa, escondía la cabeza entre sus hombros y se dedicaba a caminar; no decía ni pío.

A mi madre le daba pavor que Mariana saliera embarazada de un bueno para nada, así que se dedicó a buscarle ocupaciones. La inscribió en un internado; por las mañanas, antes de irse, dejaría todo limpio, yen las tardes, después de recoger lo que le asignaran, podría usar una máquina de escribir para hacer sus tareas. De esa manera no tendría distracciones de los muchachos que la merodeaban en la casa. Y por lo menos tendría una carrera técnica.

Los sábados yo podía visitarla. Algunas veces me quedaba adormir con ella hasta el domingo.La ayudaba a asear y a preparar el desayuno. Con Mariana se puede convivir sólo de una forma: hay quehacer las cosas como ella diga y cuando ella diga. Punto.

La quería, pero no podía acercarme a ella. Mariana estaba metida en un laberinto rodeado por barreras de contención de concreto, como las del segundo piso del Periférico, nuestro free way mexicano.

Mi madre no sabía peinarme de otra forma que no fueran trenzas; así que cuando había festivales en la escuela le pedía a Mariana queme peinara. Lo hacía como siempre que se trataba de mí. Con mucho cariño, por supuesto. Me sentaba en una silla y me escarmenaba el pelo; luego me ponía limón para que no se me levantara un solo cabello. Me jalaba tanto que yo gritaba. Y Mariana me decía: "Si vuelves a gritar, dejo de peinarte y te vas a tu festival con trenzas".

Entonces no me quedaba más que taparme la bocota con las manos, para que no se me salieran los gritos, a lo que ella se apresuraba a decir: "¡Tampoco quiero que hagas gestos!"

Por mucho que me doliera, tenía que aguantarme para que me hiciera una cola de caballo, lo queme encantaba porque me hacía sentir muy bonita... y porque así peinaban a las niñas del ballet. Por lo menos el peinado me acercaba un poquito al ballet. Mariana me dejaba los ojos de china, estirados, estirados; me apretaba con una liga que generalmente se quedaba con mucho de mi cabello.

Un 10 de mayo, mi madre y yo fuimos al festival del día de las madres. Ese día me tocó bailar. Me veía muy linda, con mi boca pintada y mis chapitas.

Si podía participar en dos bailables, mejor. Cuando bailaba podía olvidar todo. Era muy feliz.

Después de los bailables cantamos las mañanitas y las maestras nos dieron los regalos que habíamos preparado para nuestras madres. En mi salón hicimos unos pañuelos que bordamos con la inicial del nombre de cada niño y la inicial del nombre de la mamá. F&R, ése fue mi bordado. Lo envolví muy bonito porque era para la mujer más calientita del mundo: mi mamá. Yo quería ponerle hilo de colores, pero la maestra dijo que no, que tenía que ser del mismo color de la tela.

Mi madre lo recibió como si le hubieran regalado una lavadora automática. Me abrazó y me llenó de besos. También dijo que era muy buena bailarina. De regreso ala casa, Mariana preguntó cómo nos había ido. Yo dije:

—Muy bien, cuando bailé no me equivoqué en ningún paso, como otras niñas.

—Mmmhhh —hizo Mariana—. ¿Y qué les regalaron a las mamás?

—¡Un hermoso pañuelo bordado!—contesté llena de júbilo.

—Mmmhhh... a ver.

Mi madre le enseñó el pañuelo; ella se le quedó viendo, me dirigió una mirada fría y dijo:

—Está bonito —me lanzó una mirada retadora y fría, y le dijo a mi madre en un tono bajito, como si fuera una sentencia—: Ojalá sirva para algo...

El hielo se sintió entre las tres,así que mejor me salí a jugar. Mi madre no contestó nada.

Mariana tuvo fiesta de quince años y también fiesta de graduación. En ambas ocasiones la peinaron en el salón y le compraron vestidos muy bonitos. En las fotos está feliz, rodeada de sus amigas, de las que no se ha despegado aun en estos días. Yo aparezco en una que otra foto, flaquita, traviesa y no muy aplicada; más bien burra.

Cuando cumplí quince años no había dinero, porque con lo que ganaban Mariana y mi madre apenas alcanzaba para construir nuestra casa. A fuerza de ahorro y de aguantarnos mucho los antojos, mi madre compró un terrenito en el que hizo un cuarto, y aún con los castillos puestos y el cemento húmedo tuvimos que irnos a vivir ahí. Los gastos eran muchos, pues cuando no era la grava, era el cemento, las ventanas, el azulejo; todo para la casa, así que por eso no tuve fiesta de quince años.

Mi madre obligó a Mariana a pedir un préstamo en el banco. No le importó cuántos años tendría que trabajar para pagarlo, ni tampoco si quería pedirlo o no: ¿acaso no veía las condiciones en las que estábamos?: un cuarto con las vigas apuntalando el techo, sin piso, sin ventanas, sin puertas, sin baño. Ami madre se le ocurrió desdoblar tres tambos grandes de lámina, les pusieron vigas y con eso construyeron nuestra puerta para dormir.

Mariana no poseía mucha ropa.Tenía una falda tableada que usaba tres veces a la semana, muy limpia y planchada; procuraba cambiarse de blusa y ponerse otros zapatos para que no se notara. No podía gastar su dinero con sus amigas, y mucho menos llegar a la casa con alguna blusa, falda, aretes o zapatos nuevos; todo debía ser para la casa. Ella no era dueña de su dinero.

Un 10 de mayo se le ocurrió comprarle a mi madre un refrigerador. Pidió permiso en la oficina y se lo llevó a la casa. Mariana iba trepada en el camión de la mudanza, orgullosa de entrara la colonia con un refrigerador enorme. Volteaba a ver a los vecinos y los saludaba con la mano. También le compró unas pantunflas rositas con todo el interior aborregado.

Llegó a la casa muy contenta, indicándole al señor dónde debía colocar nuestro refri; mamá sólo la veía. Al final, se le acercó con una bolsa de Liverpool donde había guardado las pantuflas. Muy sonriente, le dijo a mi madre: "Esto también es para ti". Le dio un beso en la frente y se salió en chinga porque tenía que regresar a su trabajo, así que se subió nuevamente al camión de las mudanzas.

Mi madre abrió la bolsa y sacó las pantunflas. Salió hecha un demonio. Alcanzó a Mariana en la camioneta y se las aventó.

"¡Estos zapatos no son para mí, regálaselos a tu abuela!", le gritó. Sí, mamá se enojó porque consideraba que ésos eran zapatos para una persona mayor, no para ella.

Me sentí mal por Mariana, porque había gastado su dinero en un refrigerador, y no obstante mi madre le aventó los zapatos frente al señor de la mudanza. Le pregunté a mi madre que por qué era tan grosera. Según ella, no había hecho más que lo que debía hacer.  

Continuara...

Yo zorra, tú niña bienWhere stories live. Discover now