«XLIII»

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Cuando aquella mañana Esmeralda despertó y vio a Miguel recostado en la cama plácidamente dormido se enterneció. Aún tenía un ligero dolor de cabeza, pero dormir sin sueños ni pesadillas, le había ayudado para dejar de pensar en los sucesos de la noche pasada. 

Nunca se hubiera imaginado que aquello acabase de aquel modo, ella no lo esperaba, sólo quería que Miguel tuviese algún buen recuerdo, de entre tantos que a lo largo de aquella semana se habían ido formando. 
Pero la mayoría de veces, los planes no ocurren exactamente como esperaríamos. 

En apenas unas horas, Miguel tendría que despedirse de su primo, y, por supuesto, de Esmeralda. Aquella tan poco esperada despedida había llegado, todo en la vida, hasta las mejores experiencias también terminaban llegando a su fin, y sus caminos volvían a separarse hasta un indefinido tiempo más tarde. 

Esmeralda se levantó de la cama intentando no hacer ruido para no despertar a Miguel, pero cuando hubo puesto un pie en el suelo, vio que Miguel despertaba. 
—¿Estás bien?—fue lo primero que le preguntó, Esmeralda sonrió al saber que el último pensamiento de Miguel, había sido para ella. 
—Sí—solo pudo decir aquello, porque sentía que si hablaba más de la cuenta lloraría, porque no quería que se fuera, pero entendía que él tenía que volver a estudiar. 

A lo largo de aquella semana, había pensado, ¿cambiaría su vida, por amor? Dejaría su trabajo -o en el caso de Miguel, los estudios-, por... ¿una emoción que no entendía de barreras? 

Ambos debían ser realistas, y la realidad a menudo es cruel y no nos da lo que deseamos, pero pensándolo con frialdad, antes de lanzarse a aquella aventura, debían labrarse un futuro, y éste, pasaba por los estudios. Así que sin un buen futuro, ¿cómo serían capaces de llevar una vida? Miguel tenía que acabar de estudiar, y Esmeralda... sabía que no trabajaría por siempre en el negocio de sus tíos, ya que tenía muchas más inquietudes. 
Antes de empezar con aquello, debían llevar una vida estable, en la que poderse preguntar qué sacrificios hacer por el otro y sin embargo, poder llevar una vida medianamente buena. 

Así que cuando aquel día, después de haber hablado durante horas, y después, haber hecho una larga maratón de películas de miedo y algunas de suspense, y llegó el momento de la despedida, Esmeralda no le impidió que se fuera, mantuvo su decisión con firmeza, sin importarle si era o no la decisión correcta, porque estaba claro, que con apenas veinte años, la vida para ellos, justo acababa de empezar y tendrían muchos años para replantearse aquello, o si más no, para ver si iba a buen puerto. 

—Déjame acompañarte al aeropuerto—pidió Esmeralda. Miguel, pensaba que iría con su primo, pero Esmeralda quería despedirse de él, bueno, en realidad era lo último que quería, pero sabía que decir "adiós" temporalmente, a veces, era necesario. 
—De acuerdo, pero antes debo pasar a despedirme de mi primo y a recoger las maletas—dijo Miguel contento de poder estar unos minutos de más al lado de Esmeralda. 

Los minutos posteriores, fueron muy rápidos; Esmeralda le acompañó hacia la casa de Carlos, después, se fueron al aeropuerto, el viaje duró bastantes minutos que estuvieron plagados de silencio, porque no querían decirse adiós, pero tampoco sabían qué decir. 

Esmeralda se decía que debía ser fuerte, y no se permitió llorar hasta después de su partida, o al menos, aquello era lo que quería. Miguel, iba sumido en miles de pensamientos que giraban entorno del miraje más bello que alguna vez hubiese visto jamás.
Ninguno de los dos querían bajarse del coche, pero el vuelo estaba a punto de despegar. 

—¿Y si hiciéramos una locura?—dijo de repente Esmeralda mirando hacia el panel que anunciaba las salidas y las llegadas de los aviones. 

—¿De qué tipo?

—Dejar pasar el avión. El tren del amor no siempre llega, y ahora que ha llegado a su destino, ¿para qué dejarlo ir?—propuso ella mientras que le temblaba la voz, sabía que no era tan simple, pero ver que se iba, y no impedírselo, era algo prácticamente imposible para ella. 

Miguel solo supo que ofrecerle una sonrisa triste, y después abrazarle, abrazarle con todas sus fuerzas, parecían haber llegado al día en que se habían visto por primera vez. Aquel abrazo estaba cargado de esperanza, de ilusión al menos durante unos días, pero el nuevo abrazo, estaba repleto de una inminente melancolía. 

Ninguno de los dos fue capaz de decir mucho más porque las lágrimas ya les impedían hablar, ambos odiaban las despedidas, aún cuando sabían que continuarían hablándose pero nada sería como aquellos días en los que el tiempo pareció detenerse. 

Y entonces, se miraron y parecía que viesen el fondo de sus almas reflejados. 
—Te quiero—susurraron ambos al mismo tiempo. 

 

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Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora