«LXV»

1.2K 120 5
                                    

Esmeralda cada día era un poco más feliz, pero a su vez, también tenía un poco más de miedo, ¿de qué? A veces no lo sabía ni ella. 
Como fantasmas, los pensamientos no habían desaparecido. Aún estando al lado de Miguel, Esmeralda sentía que de un momento a otro, todo aquello por lo que ambos habían luchado, podía precipitarse al abismo. 
Y ella intentaba dejar la visión del catastrofismo a un lado, pero había días en los que pensaba en qué haría en un país extranjero, si algún día, por mala suerte del destino, su amor terminaba. 
Seguir adelante siempre sería la respuesta, pero aquella respuesta sólo giraba entorno a la resignación, a hacer algo porque sí, sin motivación aparente. A sobrevivir esforzándose para seguir adelante, cuando en el fondo, cuando el amor termina, llegan nubes cargadas de lágrimas que lo vuelcan todo de un día a otro. 

Miguel tenía a Esmeralda en un pedestal. Le había caído estupendamente a sus padres. Aquella chica era única. No creía ni en castillos de princesas, ni en ninguna fantasía más que en la realidad que aquellos momentos vivían. Esmeralda siempre tenía una sonrisa, y Miguel, parecía ser el único ser del mundo en darse cuenta de que últimamente había empezado a sonreír más, y aquellas sonrisas, no eran de tristeza. 

Todos los abrazos que Esmeralda durante tanto tiempo había pedido en vano, le eran compartidos con Miguel. Todo aquel amor que le había sido negado, tenía lugar en aquel pequeño oasis, en un piso de no más de cuarenta metros, pero en el que ambos se habían construido su propio castillo fundamentado por las bases de un amor de aquellos por los que luchar a ciegas. 

Y como las palabras se las lleva el viento... Miguel se encargaba de demostrarle todos y cada día que la quería. Le daba las gracias por haber dejado su vida, y por haberse ido a vivir con él. Pese a no tener ninguna certeza de futuro, habían arriesgado todo lo que conocían, sólo teniéndose el uno al otro, y poco más. Pero en el fondo, tenerse mútuamente, era lo único que ambos necesitaban. 

Todas aquellas emociones que durante tanto tiempo había reclamado a gritos pero sin que nadie le escuchase, Miguel le otorgaba la comprensión y el cariño que ella necesitaba. 
Cada día iban a diferentes lugares, Miguel quería enseñarle todos los lugares más especiales, todos los sitios que él solía frecuentar. 
Pero a último momento, se dio cuenta de que podría enseñarle los lugares más importantes para él, pero había pasado por alto, que ella ya había accedido al lugar vital, y ese, simplemente era su corazón. 

Los días pasaban tan deprisa que empezaron a entender, que sólo cuando eras feliz, verdaderamente el tiempo volaba. No siempre, pero en aquel caso, sin lugar a dudas, la respuesta era sí. Eran felices y no se ocultaban de ellos. 

Esmeralda había logrado empezar de cero, desconectar de su vida, había dejado una parte de ella a sus espaldas y se sentía bien con ello. Había acogido una nueva vida, incierta, pero al mismo tiempo maravillosa. 
Porque a su lado, cualquier lugar podía ser ideal. 

Todo estaba en calma, hasta que Miguel empezó a estudiar. A su vez, faltaban menos semanas para que Esmeralda también empezase a estudiar de nuevo en mucho tiempo. 

Los amigos de él, cuando conocieron a Esmeralda sintieron envidia, esa envidia malsana que la gente acostumbra a tener cuando alguien es feliz, y en vez de alegrarse por la felicidad, intentan hacerle la zancadilla, para ser tan desgraciados como ellos. 
Nunca habían visto a Miguel tan alegre, y aquello en él no era usual. Tenía un brillo especial en los ojos, su forma de ser no había cambiado, pero sí la forma en la que miraba a los días. Cada día que iba a la universidad, tenía ganas de terminar las clases para volver a estar con ella, y todos aquellos cambios, repercutían en su estado de ánimo y en la forma en la que enfrentaba los días. Ya no quería ir a fiestas absurdas que no le llenaban lo más mínimo, detestaba todas aquellas personas con ínfulas de atención gratuita, en fin... se había dado cuenta de que era aún más feliz, viendo una película al lado de Esmeralda. 

Y claro, todo aquel cambio no pasó desapercibido a los ojos de sus amigos..., pero tampoco a los de Ailén que se había dado cuenta de hasta qué punto estaba de enamorado su "amigo". 

Número equivocadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora