El monstuo II

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Sus labios seguían marcando el ritmo y los míos no tardaban en ajustarse a él, era un baile interminable que alejó el mundo de mi percepción, el universo podría estar consumiéndose a sí mismo y no lo notaría, porque el tiempo y el espacio carecían de sentido ante la danza del fuego. Edward llevó su mano a mi cintura acercándome más a él, sin saber por qué, llevé mi pierna alrededor de su cadera; él gruñó y nos giró quedando encima mío sin separar ni un minuto nuestros labios.

No había voluntad para detener el recorrido de sus manos de terciopelo que acariciaban con fiereza mi piel debajo de la blusa y su cadera estaba firmemente asida a mi cuerpo por la fuerza de mis piernas, la lógica no obraba en mi mente, sólo una llama verde que recorría mis venas, llevando consigo electricidad que erizaba cada una de mis terminaciones nerviosas. Cada roce era una descarga, de energía pura... de deseo primigenio.

Sin embargo dejó de besarme. Abrí mis ojos y los suyos apagaron la llama esmeralda, dejando al iceberg jade gobernando; liberé su cadera de mi agarre y sentí el calor recorrer mis mejillas, desvíe la mirada avergonzada de lo que había hecho ¿quién era yo? ¿Qué demonio me había poseído? Tenía que ser una treta de Asmodeo*. De no ser así, habría caído en lo más bajo y triste que el universo me podría hacer: querer al rey.

Edward se levantó de encima y yo me incorporé sentándome al borde de la cama. Mi respiración estaba aún agitada mientras la suya era la imagen de la calma.

— No pasó nada entre los dos —afirmó con rudeza. Me limité a asentir, más era mucho pedir para mi aturdida mente.

No levanté mi rostro para mirarle, estaba segura que el rubor seguiría en mi cara siempre que le mirara a los ojos. Oí la puerta cerrarse y con lentitud confirmé que se había marchado y estaba sola en mi habitación.

«Soy muy tonta» mascullé mientras sostenía mi rostro en mis manos y me acostaba en mi cama para tratar de descansar, seguramente mañana iba a ser un día ajetreado y lleno de preguntas por los curiosos y entrometidos estudiantes de Forks; además, ver el rostro de Edward por la mañana sería lo más bochornoso que tendría que hacer en mi vida.

Mis temores no fueron nada en comparación con la realidad. Como siempre hice el desayuno para todos, pero al bajar Edward sentí el sonrojo subir por mi rostro, no pensé en otro remedio más que salir huyendo cual cobarde, tras esto me obligué a mí misma a no mirarlo ni un poco, así quisiera cerciorarme que su ceño fruncido mientras aconsejaba a Emmett lo hacía lucir mucho mayor a lo que parecía o si la sonrisa torcida estaba presente por las bromas de Alice; yo era fuerte, pero como solía ser habitual en mí, esa era una de las tantas mentiras que me había dicho a lo largo de los años, porque, aunque use toda mi fuerza de voluntad, lo seguí observando de vez en cuando de reojo.

La otra cuestión que resultó peor  en comparación con mis conjeturas fue la escuela; si el día que retorne a clases tras mi accidente había sido asfixiante este no tuvo comparación.

Una multitud de gente estaba aglomerada en el estacionamiento alrededor del lugar que Edward solía aparcar, no nos dejaron abrir las puertas cuando nos bombardearon sus preguntas. Alice y yo salimos escoltadas por nuestros hermanos, que gruñían a quien nos impidiera el paso. Gracias a esto entramos al salón, pero allí acabó la tortura; en la primera clase estaba dispuesta a evitar a James, pero no pude dado que él se encargó de los curiosos más osados que aún querían saber lo ocurrido; no hablamos, no nos miramos, se limitó a mantener a raya a los estudiantes hasta que el profesor entró a clases. Las demás clases hasta el receso fueron agobiantes, me abstuve de hablar con alguien, me cubrí el rostro apoyada en la mesa hasta que llegaba el profesor y pedía orden.

En el receso me alegró ver a Rosalie escoltada por mi hermano, ante la mirada furibunda de Emmett, nadie se acercaba. Ella llegó sonriendo a nuestra mesa y la abracé apenas se sentó, luego de un gracias susurrado almorzamos con tranquilidad, porque gracias a un movimiento de los astros, James se hizo en la mesa de un Mike malhumorado e iracundo; debía admitir que me sentía mal por él, el patético de Royce era su amigo más cercano, habla con un chico llamado Erick pero no se le veía cómodo con él.

Tú...IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora