Culpa II

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Bella:

Desperté esa mañana envuelta en alegría, estaba extasiada con lo que había ocurrido la noche anterior, fui realmente tonta al creer que un idiota como Edward iba a quererme realmente. ¿Cómo iba quererme a mí, una virgen sin experiencia con quien necesitaba ser dulce, y no la experimentada y fácil de Tanya?

Estaba llorando mientras maldecía al universo y a mí misma, ver a Tanya había sido devastador para mi corazón, pero a pesar de ella, lo que me destrozó fue el rostro de Edward, ¡el infeliz estaba disfrutando todo esto! Se regocijaba en lo que me había hecho; yo dudaba si había sido lo correcto aquello que hice, claramente fue el más grande error de mi vida, además, la bocota de Tanya ya debería estar contando como «me acosté con Edward y me despreció» ¿Qué iba a pensar mi hermano? ¿Y Alice? Incluso James, me importaba lo que iba a pensar James sin tener en cuenta que en realidad no sabía qué era eso que sentía por él

Uhhhhhhh.

Me había parado de la cama y estaba dando vueltas en mi habitación desesperada en mi mar de angustiosas lágrimas, no tenía mi bellota puesta, era casi mejor eso ¿Qué hubiera pensado mi padre de mí? Lo primero en lo que había pensado esa mañana fue en ver a Edward, si estaba bien o si me necesitaba. Él sólo quería burlarse de mí, romperme y yo jamás le di motivos para eso. Nunca.

Yo no había iniciado nada, él me había mirado mal desde el primer día, el me lanzaba odio con sus verdes gemas ¿cómo no lo vi venir?

Ese hijo de puta.

Lancé una escultura que mi madre había comprado para navidad a cada uno y me sobre salté cuando tomé conciencia de lo que había hecho y pensado, pero, aún la ira corría por mis venas y necesitaba una razón para que me odiara tanto, yo sólo me defendí desde el principio.

Me dirigí a su habitación que no estaba cerrada y entré.

— ¿No sabes tocar? —Levantó a duras penas sus ojos del libro para verme. Mi fecunda ira creció con fuerza.

— Necesito saber por qué —exigí entre dientes.

— No te debo nada —escupió con frialdad.

— Me lo debes, te di algo que no pensaba darle a nadie hasta casarme. Me lo debes —admití con renuencia parte de mis pedazos rotos, pero era sangre lo que brotaba de mis labios y está me escocía la piel.

— No —volvió a posar sus ojos en su libro y me quedé en silencio esperando que me contestara; el despreció que destilaba su voz, hasta su figura de todopoderoso, hizo que mi odio estallara en furia ¡Me rebajé por tan poco!

Tomé lo que estaba a mi alcance y lo aventé a su cabeza. Fallé porque la película de lágrimas que amenazaba con salir me impedía la visión.

— ¿Qué demonios te pasa?

— Quiero un porqué. No hice nada para que me odiaras tanto —gruñí.

— Nadie se mete con mi imperio —debía tener un concepto muy pobre de mí para que pensará que yo me creería ese cuento.

— Esa no es una razón.

— Lo es para mí. —De inmediato recordé cuando le dije eso esperando que me dejara en paz... él jamás se va a librar de mí.

— Vas a lamentar esto —lo amenacé a sabiendas que me estaba rompiendo enfrente de él.

— No harás nada. No me harás nada porque con sólo verme recordaras como caíste a mis pies, como cualquier otra, como me entregaste tu cuerpo por lujuria, como traicionaste a tu familia, a tu novio, por estar una noche conmigo. No lo harás porque no eres nadie.

Tú...IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora