Mi amigo el lobo I

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Llegué a las cuatro de la tarde a casa y por primera vez en estos meses no quise salir a beber en algún pub, se sentía bien no pensar en cuanto podría gastar y con cuánto me iba a emborrachar. Me sentí madura.

Entré en la cocina y me preparé la cena, sonreí viendo la despensa; parecíamos niños pequeños etiquetando que alimento había comprado cada uno, pero no me apetecía hablar con él, no hoy.

Pude esquivar a Mike todo el día y eso ya lo hacía productivo, además conseguí no llorar hasta este punto, eran puntos extra para mí. Sólo esperaba estar dormida cuando Edward llegara.

Me senté en la sala de estar comiendo y viendo la televisión, estaban dando un drama que me había hecho llorar, quizás si no estuviera tan triste sólo hubiera tenido un nudo en la garganta, pero dado mi estado emocional las lágrimas se derramaron  sin temor alguno.

— Hola, ¡Bella! —me giré a la puerta y encontré a Elena viniendo a abrazarme. Sólo podía pasarme a mí—  ¡¿Qué te sucede?!

— No es nada  —le aseguré—. Sólo es la película.

Ella giró a la pantalla donde y luego me sonrió.

— También he llorado con esa. Venimos a hacer un trabajo, espero no te molestemos.

— No esperaba encontrarte aquí —habló por primera vez el rey mirándome con desdén, extrañaba esa mirada.

— ¿Por qué? Vivo aquí ¿no? —le respondí con acritud.

— Te hacía con un lobo en la cama.

— ¡Edward! ¡¿Cómo te atreves?! es tu hermana  —la situación no podía ser más graciosa, el amor de quien tenía mi corazón me defendía de él. El destino empezaba a tener algo de gracia en sus actos.

— Hermanastra  —aclaré—. Tranquila, Elena,no tienes porque angustiarte por mí, no fui yo la que se a comió una niña inocente -lo miré directo a los ojos y deje que un poco de mi resentimiento tocara su oscura alma-. Los dejo hacer su trabajo, iré a mi habitación a descansar.

Me levanté con mi manta y caminé a mi habitación conteniendo las ganas de llorar, no podía ser posible que ella fuera buena conmigo, tenía que odiarla, debía odiarla. Escuché como ella le decía que le explicara que era lo que acababa de decir; antes de entrar volví mi cabeza y vi como sus ojos jades lanzaban llamas en mi dirección, le lancé un beso y cerré la puerta.

Si yo me estaba muriendo por dentro, él tenía que sufrir un poco.

Pasaron dos días en los que me debatía si escribirle o no a Jacob, era extraño hablar con alguien que no fuera Alice o mi hermano, pero anciana comprensión, y al parecer, mi querido Jacob despreciaba a Edward tanto como yo.

Ahora esperaba a la entrada de mi clase al chico moreno que me debería una cena para esta noche, mentiría si dijera que no estaba nerviosa, pero la ansiedad del momento hacia que las manos sudorosas valieran la pena.

— Pensé que no vendrías —le dije cuando me hubo saludado.

— Tengo una apuesta que ganar —soltó con despreocupación.

— Eso lo veremos  —entramos al salón y nos dirigimos a los asientos de atrás-. Bienvenido a filosofía antropológica dos.

Me costó un esfuerzo sobrehumano controlar la risa mientras él intentaba entender los que el profesor decía sobre la idea platónica en referencia a la mente y la voluntad humana en la era griega; sí, había ganado, un médico está tan concentrado en definiciones exactas que los abstracto resulta tedioso. Era mi momento de ganar, para variar.

Tú...IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora