11. Las campanas de medianoche

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Capítulo 11. Las campanas de medianoche.

En la enorme montaña, la niebla cubría todo aquello que estuviese a su paso. El cielo apenas si se esclarecía, el ambiente estaba pintado de colores azules, violetas, verdes y la tierra café que todo lo rodeaba.

En los árboles gigantescos la sensación de que algo te observaba tras sus ramas se hacían cada vez más y más palpable.

– Aquí estará bien– comentó la mujer descansando una bolsa de tela sobre la tierra húmeda. El hombre que la acompañaba miró a su alrededor con dudas en los ojos–, los forestales nunca llegan tan alto, no desde el accidente se hace cinco años.

El hombre tiró de la comisura de su labio, completamente inconforme con lo que ella decía.

<< Estará bien aquí. Nadie vendrá a buscar en medio de ruinas. >>

En eso podía estar de acuerdo. Delante de ellos se extendía una superficie de suelo quemado. El hombre conocía muy bien ese lugar, él mismo había ido ahí cuando todo había sucedido. Y si él no supiese que este mundo no había sólo una verdad se hubiera extrañado tanto de que ese lugar aún permaneciera quemado aún después de tantos años...

– ¿Y si el chico vuelve aquí?– preguntó el hombre, la mujer que iba diez pasos delante de él miró hacia la salida del bosque y sonrió.

– Es justamente, lo que queremos que suceda.

Entonces el hombre rubio la miró con los ojos totalmente aterrados.

–¿Qué?– palideció. La mujer siguió su camino ignorando la pregunta de su amante. – ¿De qué estás hablando?

– Tú lo sabías Ethan– le dijo–, para que esto terminase de una vez, el muchacho tendría que morir.

El bosque de repente había perdido su calma y Ethan, el amante de aquella mujer, sintió como una masa invisible se colocaba sobre su hombros impidiéndole respirar.

<< El bosque siempre reclama lo que es suyo. – prosiguió mientras se agachaba delante de los restos que alguna vez fueron una chimenea y rascaba con los dedos la tierra quemada hasta crear un hoyo lo suficientemente profundo para enterrar esa bolsa de tela que tanto habían resguardado. – Nada se le escapa a este lugar– dijo mientras enterraba ese enorme secreto–, el chico salió sin permiso, hace cuatro años que ese niño debía estar muerto. El bosque siempre debe tener algo de qué alimentarse y él le ha pertenecido desde siempre.

–¿Qué hay del policía?– dijo alarmado– ¡Dijiste que se podía hacer el trueque! ¡El niño por el hombre!

– Este lugar tiene memoria Ethan, se dará cuenta que le robamos– dijo ella–, la maldición siempre recuerda lo que le arrebatan. Da gracias que le haya prestado cuatro años más de los que debió haber vivido, ahora no creo que le de tanto tiempo como aquella vez.

Ethan la miró con reproche, no podía ser cierto.

¡ No se había metido hasta el fondo en aquel asunto si hubiese sabido que no lograría nada después de tanto!

La mujer terminó de cubrir la bolsa con la tierra negra y luego colocó sobre ella una piedra lisa, como si fuera una lápida que acabarán de construir. Ethan sintió cómo su estómago dio una vuelta y con asco apartó la mirada de lo que acababan de hacer.

El Secreto de Antuan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora