El lugar del eterno otoño

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4 años después.

Sí algo quedaba claro era el aburrimiento que sentía Emma en esos momentos. Y no era para menos, había estado sentada al menos un poco más de cinco horas en el autobús.

Y si bien las primeras dos horas se le habían pasado volando entre sus audifonos y los libros de bolsillo que llevaba, las otras tres habían sido un suplicio.

No esque no le gustará mirar el paisaje, de hecho contemplar era algo de lo que ella era gran fan pero tras la ventana lo único que se extendía eran las enormes montañas y kilómetros de campos de cultivo. Nada que tuviese que detener a observar más de dos minutos o quizá y esa fue la razón por la que había sucumbido a los brazos de morfeo y hubiera seguido en ellos si una mano no hubiese sacudido bruscamente su hombro para despertarla.

- ¿Señorita?...¿señorita? —Emma limpió rápidamente las comisuras de su boca, al parecer había estado babeando mientras dormía, sonrojada miró al hombre que tenía enfrente. Se trataba del chofer que, por la mirada que le daba, parecía molesto –Acabamos de arrivar Señorita- Emm asintió desorientada mientras el hombre le entregaba su maleta–, necesito que baje para poder asear la unidad.

Roja como un tomate se levantó como un resorte del asiento y con ayuda de aquel hombre bajó su maleta morada de rueditas.

En cuanto sus botas tocaron el suelo de madera Emma supo que aquel lugar sin duda estaba más lejos de la ciudad de lo que alguna vez había imaginado.

Delante de ella, la estación de autobuses se extiende con arcos de madera vieja y puestos del mismo material que vendían cosas de paso, Emma entendió que aquel lugar no era para que se quedarán los turistas sino más bien que servía de escala.

Tomó del mango su maleta y la arrastró haciendo que las rueditas de plástico se estrellarán contra la madera roída del lugar. Caminó hasta que llegó a la sala de espera, frente a ella se extendían filas de butacas de plástico de color naranja en las que muy pocas personas esperando su próximo viaje, al centro estaban las únicas dos terminales y en el techo, muy en lo alto un reloj antiquísimo dictaminaba la hora.

Emma se dejó caer en una de esas sillas y en cuanto lo hizo suspiró dramáticamente.

Su padre le había informado que sus abuelos irían por ella a la estación. Pues bien, aquí estaba, con un retraso de diez minutos pero aquello no era su culpa, miró a los ambos lados de donde se encontraba tratando de visualizar a alguno de sus familiares,pero nadie parecía aguardar por ella.

A su lado derecho estaba una pareja de ancianos, pero no eran ni un poco parecidos a sus abuelos, ambos estaban mirando sus boletos de autobuses y Emma obvió que en realidad estaba haciendo escala para algún otro lugar que no estuviera tan abandonado por Dios, a su izquierda estaba una familia de esposos y tres hijos pequeños de igual manera miraban el reloj gigante del techo, detrás de ella algunos señores que llevaban mercancía y algún matrimonio que parecían tan aburridos como ella, Emma volvió a suspirar. No había ni rastro de ellos, tendría que esperar...

Se colocó los audífonos y se dedicó a leer el libro que tenía en el autobús mientras vigilaba cada dos minutos que su maleta siguiera a su lado.

Cuarto para las cinco y todos los que estaban acompañándola se desvanecían en el tiempo, andenes y boletos de autobuses. Desesperada volvió a ver a sus costados esperanzada de ver a sus salvadores pero no los encontró, se estiró en la butaca entumecida por la posición en la que se encontraba y con fastidio se quitó los auriculares, miró de nuevo el reloj cansada.

Estaba tan aburrida y sola.

Y cuando no tenía cosas que hacer comenzaba a pensar y eso, para ella, no era nada bueno.

El Secreto de Antuan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora