Capítulo 3| Nada es igual

18.3K 1.5K 477
                                    

Creo que ya habrán notado que ¡hay nueva portada! ¡Yay!

Sin más, sigan con a lectura.

***

Este es uno de esos momentos en los que las cosas parecen estar en cámara lenta, según lo que escuche hace cuatro días abrí los ojos, pero llevo más de tres meses inconsciente. Eso me sorprendió, no obstante, mis teorías de que se estén equivocando de persona todavía están en pie, pero esta vez con menos probabilidades. Según yo debe haber una buena razón para estar en un hospital, quizá algo me ocurrió, algo que no puedo recordar y eso es lo peor del asunto. A decir verdad no reconozco a las personas que me visitaron, ni mucho menos al chico de ojos avellana, por eso se lo hice saber. Aunque parece que mi pregunta es más una broma que otra cosa. Ese mismo chico incluso dijo que me ama, es decir, está demente.

Su rostro es un poema, parece no saber si reír o llorar.

— ¡Buena esa, Dyl! —admite, como si le hubiese contado el chiste del siglo.

Una carcajada escapa de sus labios, antes de retorcerse para calmar sus risotadas, resonando por toda la habitación. Frunzo el entrecejo, confundida. No estoy bromeando, solo quiero saber porqué me tratan como si me conociera y quién es él. Un par de segundos después su mirada se fija en mí, al notar mi cara de desconcierto su risa va disminuyendo hasta tal punto de que sus labios quedan en una fina línea. La tensión se forma en el lugar, causando que estas cuatro paredes se vuelvan asfixiantes. Él es el único que puede romper en silencio, ya que obvio no puedo hablar, literalmente.

— ¿Qué? Ya, Dyl. No juegues —vuelve a sonreír, pero su sonrisa tiembla. No me inmuto ante sus palabras, ya que no estoy jugando ni nada por el estilo—. Ya fue suficiente, te vengaste por lo que sucedió —muestra las palmas de sus manos, intentando convencerse más a sí mismo que a cualquier otra persona. Comienza a moverse con nerviosismo, jalando el cuello de su camiseta—Dyl... —susurra, pasando saliva con pesadez. Su rostro se vuelve serio.

Su mandíbula se aprieta, en menos de un segundo lo tengo demasiado cerca de mi burbuja personal. Los pitidos estridentes de la maquina se vuelven irregulares, al igual que mi respiración. Mis costillas se quejan, respirar de forma agitada hace que estas duelan. Sus ojos escanean cada centímetro de mi rostro, buscando algo diferente. Comienza a negar con rapidez, alejándose de a poco.

—No... no, no ¡no, joder! ¡Deja de jugar! ¡No es gracioso! —se altera, llevando sus manos a su cabello. Me pongo rígida tensando mis músculos, los cuales no dejan de doler. Quiero que se calme. Sus ojos vuelven a mí, estos están más oscuros y ya no son el lindo color avellana.

— ¡Dyl, no juegues! Por favor —susurra eso último, cristalizando sus ojos. El dolor puede reflejarse en su mirada. Algo dentro de mí se encoge, no quiero verlo llorar. Antes de que diga algo más la puerta se ve abierta, un hombre canoso ingresa de forma apresurada junto a un par de mujeres vestidas de blanco.

— ¡Doctor, dígale que no juegue! ¡No! —el chico de ojos avellanas se aferra a mi brazo, de inmediato el doctor intenta alejarlo, fallando olímpicamente.

— ¡Cálmate, Tyler! ¡Afuera, ahora! —lo jalonea. Mi respiración se acelera y la maquina lo hace notar. Muchas personas, demasiadas personas. Me asfixian— ¡Tyler, la estás alterando ¿no lo ves?!

El chico conecta sus ojos con los míos, una lágrima cae por su mejilla. ¡No! No quiero que llore, me hace sentir rara que lo haga.

— ¡Seguridad!

En menos de un par de segundos dos hombres atraviesan el umbral de la puerta, tomando al chico por los hombros para alejarlo de mí. Quiero que se vaya, pero a la vez no. En ningún momento dejamos de observarnos a los ojos.

Por segunda primera vez [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora