Capítulo 11| Sorpresa inesperada

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A veces me detengo un segundo a pensar en la rapidez con la que trascurre el tiempo, tan así que pocos lo notan. Desde mi cumpleaños los días parecen haber volado, de tal manera que cuando menos lo espero me encuentro arrastrando mi maleta por el pasillo rumbo a la sala de estar. Expulso el aire reteniendo en mis pulmones acomodando gorra que Nick me regaló anoche cuando vino a despedirse. Fue algo extraña su despedida, no dejaba de observarme con añoranza, si bien una chispa de algo indescifrable en sus ojos.

—Estaremos siempre contigo, hermanita —dijo antes de rodearme con sus brazos.

La voz de mi madre me saca de mis pensamientos, por lo que parpadeo para enfocar a mis padres. Ha llegado el día de ir a la universidad, sin embargo, los chicos no han hecho acto de presencia desde ayer.

— ¿Lista? —inquiere papá abriendo la puerta de la entrada. Sin ganas asiento.

No tardo en seguirlos, durante el trayecto hacia la salida repaso con la mirada la casa una vez más, extrañaré el lugar. Puede que solo haya estado tres meses aquí, pero en ese poco tiempo se convirtió en un sitio importante. Bajo la mirada un segundo cerrando la puerta tras mis espaldas. Ni siquiera me apetece desayunar, algo que es raro, ya que he descubierto que como más que una mujer embarazada de trillizos.

— ¿Y los chicos? —interrogo con las cejas fruncidas.

No responden de inmediato, en su lugar Patrick abre la puerta trasera y me invita a subir. No me pasa por alto que sus músculos se han tensionado, incluso estira el cuello de su camisa en señal de nerviosismo. Las miradas que le envía a mamá me hace enarcar una ceja, es ella quien se dispone a aclarar mi pregunta.

—Dijeron que sería muy dura la despedida.

Mi semblante cambia a uno confundido cuando abordo el vehículo, antes de que pueda hacer preguntas mi padre enciende el motor acelerando por la carretera.

—Ellos se despidieron ayer, pero pensé que siquiera me llevarían al aeropuerto —murmuro sintiendo mis hombros decaer.

Las miradas de mis padres me confunden, pero prefiero guardar silencio en lo que resta del trayecto. Sin embargo, los nervios que me invaden hacen que mis manos comiencen a transpirar. El simple hecho de encontrarme en un vehículo en movimiento causa que me tense.

Una vez hacemos todo el papeleo correspondiente, tardo varios minutos hablando con mis padres. Ellos me piden extremo cuidado e incluso viajan conmigo, ya que su trabajo es en Londres. La mayor parte del vuelo duermo con tranquilidad, pero sintiendo una punzada de enojo al saber que los chicos no se tomaron la molestia de despedirse.

Al pisar suelo londinense siento como una paz me invade sin saber la razón, aunque el cambio brusco de temperatura es notable. Mis padres me dejan justo en la entrada del campus, se despiden con un beso en la mejilla. Sostengo mi mochila al hombro al observar las edificaciones frente a mí. El simple hecho de ser una universitaria me descoloca. Y también el no haberme tomado la molestia de peinarme.

—Vamos, Dylan, puedes con esto. Si alguien te mira por más de dos segundos significa peligro, así que intenta lucir amenazante —pienso en voz alta y, a su vez, fijando por completo mi atención en los edificios frente a mí.

Uno de los que transitaban cerca parece haber escuchado mis pensamientos, puesto que no deja de observarme como si de una foca con dos cabezas se tratara.

— ¡Sí, hablo conmigo misma! ¿Acaso es un problema? —elevo el tono de mi voz. Parece sorprendido ante mi respuesta, si bien me ignora y se aleja—. ¡Sí, huye! ¡Es lo mejor que puedes hacer!

Por segunda primera vez [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora