Capítulo 10| Un agridulce cumpleaños

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Nadie tiene derecho a hacerte sentir inferior, a menos que tú le des el poder para hacerlo. En mi caso, mi propio hermano soltó palabras hirientes, si bien fui yo quien comenzó. Ninguno de los dos tenía derecho a decir todas esas cosas horribles, pero ellos no debieron tomar lo de la universidad. Puede que me haya pasado de la raya por un absurdo sobre un en siquiera he abierto, aún así no me he levantado de la cama en todo lo que resta del día. Mantengo mi cabeza encima de la almohada ocultando mi rostro con mi cabello. Ninguno ha venido a molestarme, lo cual agradezco, aunque en cierto punto es decepcionante. El silencio que se extiende por la casa es abrumador, sin embargo, estoy segura que Nick no está. Lo sé porque luego de encerrarme logré escuchar un portazo proveniente de la sala de estar. Además, ese silencio sirve para que me quede dormida dejando mi almohada húmeda.

El sonido proveniente de unos constantes golpeteos me trae a la realidad de inmediato. Suelto un gruñido al percatarme que tocan a mi puerta. Levanto un poco la cabeza de la almohada, solo lo suficiente para que mi voz no se ahogue y el sonido pueda salir.

— ¡Sea quien sea, lárgate! ¡No estoy! ¡Y si estuviera no estoy de humor! —exclamo sin dirigirme a una persona en concreto dejando caer mi rostro en el colchón, ocultándome.

— ¡Sí estás, zopenca! ¡Ahora abre o tiro la puerta con mi poder de Sharmander! —escucho la voz de Daniel.

Suelto un resoplido, titubeando entre abrir o hacerme la desmayada. La segunda opción es tentadora. Al sentir los persistentes golpes no tengo más remedio que levantarme a paso lento para abrir y me vuelvo a lanzar a la cama a los pocos segundos. El sonido de la puerta ser cerrada junto con los pasos de Daniel me alertan, en poco tiempo el colchón se hunde donde se sienta. No habla, por lo que me incorporo.

— ¿Qué?

—No te enojes con Nick.

—No sigas por ahí —murmuro. Agradezco que no toque el tema de mis ojos llorosos y nariz sonrosada.

—Haciendo caso omiso a tu voz de gato con gripa —elevo una ceja ante su comentario—. Sabes que ambos se equivocaron, Dyl. Él no quiso decir eso.

—Pero lo dijo y no seas lameculos. Que se defienda solito —me quejo, y arropo mi cuerpo con las mantas hasta mi cabeza. Escucho su sus carcajadas, por lo cual una sonrisa se posa en mis labios.

—No soy lameculos, pero sí sé cuando alguien está arrepentido. Además, también es culpa tuya. —Su afirmación se gana un resoplido de mi parte. Dejo las sabanas de lado observándolo con ironía.

—No sí, ven a mi habitación a llamarme culpable.

—Dylan, sabes que también tuviste parte de la culpa. No estoy diciendo que Nick sea un santo, pero quien habló fue el enojo y no él. No tienes una idea cuánto te quiere ese chico, eres su hermana. Yo daría mi vida por el amargado de Will, aunque a veces el me regañe por meter los zapatos al microondas para probar que el chicle pegado a la suela si se derrite —dice sonriendo. Aprieto los labios en una fina línea evitando soltar una carcajada, sin embargo, lo hago—. El punto es que él se equivocó y tú igual, solo deben hablar para arreglar las cosas.

Sonríe, sin decir más abandona la habitación dejándome con un manojo de preguntas en mi cabeza. Sus palabras son ciertas, pero cada segundo lo que dijo Nick se reproduce en mi cabeza causando que mi corazón se encoja y el enojo incremente al poco tiempo.

— ¡Lo hice porque te quiero! ¡Joder! Pero tú jamás aprecias nada, eres una puta egoísta, Dylan. ¡Estuve junto a los chicos tres putos meses esperando a que despertaras para que ahora vengas con esto! Pero se nota que no dejarás de ser la estúpida niñita malcriada de siempre. Y tienes razón, nadie me pido que lo hiciera, puede que no lo vuelva a hacer y malgastar mi tiempo en alguien que no vale la pena, hermanita.

Por segunda primera vez [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora