Capítulo 22| Una pizza, un recuerdo

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Sin ser consciente me veo siendo arrastrada de los brazos de Morfeo. Mi sien comienza a palpitar en repetidas ocasiones, los primeros segundos son confusos. Me cuesta más de lo que debería levantar los parpados, aún peor, lograr acostumbrarme a la repentina claridad. Mi garganta parece haberse agrietado y mis labios se sienten resecos.

Me es difícil enfocar, pero no tardo en darme cuenta que estoy en mi dormitorio de la universidad. Sostengo mi cabeza entre mis manos, es como si un montón de enanitos estuviesen golpeándola con un martillo. Palpo la superficie donde me mantengo recostada, aparto las mantas que me cubren. Estoy descalza, apenas vestida con un jeans ajustado y una blusa sencilla.

—Mierda —mi voz se escucha rasposa, ronca.

Llevo el cabello recogido en una coleta mal hecha, jamás uso una coleta, a menos que sea para hacer deporte. Diviso en mi mesita de noche un vaso de cristal lleno de agua, junto a esté una pastilla. No dudo en ingerirla. Bebo el agua como si me vida se fuera en ello, incluso algo del líquido cae por mis comisuras.

— ¿Y ese olor? —arrugo mi nariz al percibir un aroma que no llego a reconocer del todo, es perfume, y no se trata del mío.

Olfateo las mantas, hasta que me olfateo a mí misma. El aroma está impregnado en mi ropa, en mí.

A paso tortuga abandono mi dormitorio y recorro el pasillo hasta la sala de estar. El silencio inunda la habitación, los únicos presentes son Daniel y Seth. Ambos hacen una mueca al percatarse de mi presencia, me escanean con diversión. No me asombran sus reacciones, estoy consciente de mi pésimo estado.

—No sé qué bebí, pero no lo vuelvo a hacer —afirmo, y dejo caer mi cabeza en la encimera. He tomado asiento antes.

— ¿Cuántas veces he escuchado esa frase? —Daniel se burla, pero se apiada de mi existencia al depositar un vaso con jugo de naranja frente a mí.

No tardo en ingerirlo.

—Toma una aspirina, te sentará bien —comenta Seth, quien se encuentra desayunando.

—Ya lo hice, había una junto a mi cama.

— ¿Ya estabas preparada para la resaca? —Daniel se divierte haciéndome sufrir, entono los ojos.

—Muy gracioso.

La ducha que tomo puede considerarse la más larga de la historia, dejé que el agua se llevara todo. Además, mi mente está echa un caos. Ni siquiera estoy segura de cómo llegué a mi dormitorio o si quiera por qué ingerí alcohol.

El resto de la tarde me la paso recostada en mi dormitorio, descansando. No solo eso, sino también leyendo un libro que mi hermano me había entregado hace una semana. Un libro de francés. Estoy segura que, antes de perder la memoria, dominaba el idioma. Ahora apenas puedo recordar algunas cosas, sin embargo, leer un poco las páginas del libro me hace ver que, efectivamente, la mayoría de las cosas que ahí se encuentran, de algún modo u otro, las comprendo.

—Hey, alístate que vamos a salir —Seth irrumpe en mi dormitorio. Levanto la mirada del libro en mis piernas, cerrándolo.

—No tengo ganas, estoy hecha nada —me quejo. No entiendo si se trata de resaca, pero mi cuerpo parece estar en mi contra.

—Te conviene. Me he dado cuenta que este tiempo nos hemos centrado demasiado en mi investigación y, aunque hemos avanzando, no es suficiente. Además, faltan un par de días para que sea nuestra cita en la sede principal del orfanato Giesler. Tenemos tiempo como para saber más de —ya ha tomado asiento en mi cama, pero baja la voz, como si alguien nos pudiera escuchar— tu accidente.

Por segunda primera vez [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora