Capítulo 5| Tengo miedo de recordar

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Disculpen por no haber actualizado el sábado, tuve inconvenientes. Pero acá el merecido capítulo. Ah, disculpen si es corto.

***

Dylan

Gracias a los ángeles del cielo el doctor me permitió andar por los pasillos del hospital, pero en silla de ruedas, lo cual es algo incomodo. No contento con eso, también debo llevar una intravenosa. Por obvias razones no lo veo justo, sin embargo no puedo protestar, aunque es lo que más he hecho en los últimos días. Si bien parece que no puede haber algo peor en el momento en el cual me enteré que no puedo estar sin compañía los insultos y quejas no se hicieron esperar, así que una enfermera regordeta debe acompañarme cada vez que quiero salir. Eso no significa que no me pueda escapar. Lo único positivo es que conseguí una pequeña pizarra con un marcador para no aburrirme. Los doctores han dicho que mi recuperación está yendo mejor de lo esperado, sin importar que todavía conserve el yeso de mi pierna y es notables tartamudeos al comunicarme.

Intento no chocar de nuevo contra algún objeto o persona mientras giro por el pasillo. Los doctores pasan de mí al igual que las personas, las cuales deben estar sumergidas en sus asuntos. Por eso me es fácil escabullirme, debido a que me escapé de la enfermera que debía cuidarme. Fue más sencillo de lo que esperaba ya que solo tuve que esperar a que se distrajera.

Una tos proveniente de un pasillo hace que me detenga de inmediato.

La curiosidad no tarda en apoderarse de mí y con algo de intriga me acerco a una de las puertas del lugar. Titubeo antes de empujarla un poco, ingresando con sumo cuidado. Espero no estar entrando a la boca del lobo.

—Que me iré cuando quiera y punto. —una voz apagada seguida de un gruñido me dan la bienvenida, lo que me hace arrugar el entrecejo, deteniéndome.

—No-o eso —logro articular.

La persona que está en la camilla con la vista fija en la ventana se gira para encararme. Su rostro pálido lo hace parecer triste junto con las ojeras debajo de sus ojos avellana. El cabello castaño cae de forma desordenada sobre su frente, aunque el chico no parece tener la intención de apartarlo. Luce mayor, no demasiado, pero sí más que los chicos que me visitan. Su rostro trae un corte sobre su mejilla, además su brazo se encuentra enyesado. Sigo escaneándolo con la mirada por varios segundos.

—Cre-creo... me voy. —Aclaro mi garganta, despegando mis ojos de los suyos antes de hacer el amago de retroceder, chocando con la puerta—. ¡Joder! —exclamo en un susurro cuando golpeo mi pierna y el dolor comienza a expandirse.

— ¿Quién eres? —inquiere con voz ronca, apoyándose de su mano sana para incorporarse. Hago un mohín levantando la mirada.

—Gra-gran pregunta, quisie-siera sabe-erlo yo —digo, para después maldecir en voz baja por mis tartamudeos. El ceño del chico se frunce con notable desconcierto.

— ¿Qué dijiste? —interroga, dejando en evidencia su confusión

Dejo escapar un bufido, tomando la pequeña pizarra de mis piernas junto con el marcador. Escribo una corta respuesta. «Nada, olvídalo». Se la enseño esperando un par de segundos a que lea. Mi tipografía no es la mejor, pues me con fundo un poco al escribir y las letras tienden a enredarse unas con otras. Lo mucho que he aprendido últimamente sobre la escritura ha sido gracias a los chicos que me visitan, quienes no desperdician ni un segundo para intentar ayudarme con todo lo que esté en sus manos. Un momento después escribo algo más. «Me dio curiosidad cuando iba por el pasillo».

Por segunda primera vez [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora