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La alarma sonaba incesante a mi lado, avisando que un nuevo día comenzaba, y con ello la llegada de un laboratorio a primera hora.

—Linda pose la de anoche.— un Marco notoriamente divertido por mi forma de dormir me hablaba desde la cama de al lado.

—Me duele el cuello.

—Y cómo no, si casi adoptas una forma demoníaca.

—¿Q-qué? Esto es tan vergonzoso.— sobé mi nuca en señal de pena.

—No tienes por qué sentirte así. A mí me parece artístico.

Con un pequeño esbozo de sonrisa me levanté, disponiendo de la flojera mañanera para comenzar a arreglar todo lo necesario para la jornada.

En primer lugar: la bata. Eso es fundamental en la clase que tendré dentro de poco; más cuando el maestro es de esos que no te dejan entrar cuando le fallas con algún material.

—¿Qué harás hoy en la noche?— mi compañero de cuarto se asomaba desde el baño con el cepillo de dientes en su boca.

—Supongo que leer y mantenerme en las redes.

—Bert, hoy es viernes. No permitiré que te quedes acá encerrado. Sal con nosotros en la noche.

—¿Nosotros?

—Sasha, Connie y Jean.— respondió como si fuera lo más obvio. Siempre olvido que Marco sí tiene su grupo de amigos; de diferente programa, pero los tiene. Esos tres hacen parte de audiovisuales, y las escasas veces que he interactuado con ellos no logro sobrellevar el ritmo de la conversación; además pareciera que ignoraran mi presencia.

—Dame una respuesta positiva, por favor.— el pecoso imploraba con su mirada.

—No lo sé. Sabes que no soy de esos planes.

—¿Entonces de qué planes eres? A todo le huyes. Date la oportunidad de abrirte al mundo.

—No es sencillo cuando parece que no existes.

—Bert, te prometo que hoy será el día en el que por fin te sentirás integrado.

Por un momento iba a abrir la boca para dar una negación como última palabra, pero me vi echado hacia atrás al caer en la consideración del asunto, en lo que me había dicho y determinado. Con un asentimiento de cabeza y mirada gacha acepté su invitación.

—Genial. Los chicos estarán contentos de volver a verte.

Si es que al menos me recuerdan. Pensé.

Con esa charla culminamos nuestro encuentro matutino. Luego, cada quien tomó su rumbo; en mi caso, primero a la cafetería y después al edificio de Ciencias de la Salud, cuyos laboratorios aguardaban para recibir a los estudiantes.

Una vez ubicado en el mío divisé a la mujer con la capacidad de dejarme sin habla y acelerar mi corazón: Annie Leonhardt. Sólo unas cuantas veces hemos cruzado palabras, hasta ahí nada más. Me gustaría que tuviéramos más contacto, pero a leguas se nota que las amistades no son lo suyo. Gracias a eso y a mi personalidad, me veo limitado a contemplarla. Temo a la posibilidad de meter la pata en caso de que le hable.

—Todos presten atención. Espero que ya tengan puestas las batas; si no es así, no sé qué hacen aquí.— hizo una pausa para alertar a los que incumplieron con la prenda— Frente a ustedes tienen los implementos para la actividad de hoy, ...

Dejé de escuchar al maestro, cambiando mi atención hacia la cabellera rubia ubicada a dos puestos delante de mí.

—¿Le quedó claro, Hoover?

El profesor me observaba con reprobación, ante lo cual tragué en seco. Desde luego, no podía ser agarrado en la misma otra vez, así que opté por realizar mi trabajo sin prestarle atención a las distracciones.

Menos mal sólo cuento con esa clase para los viernes. Ahora me quedaba pensar en lo que se me venía para la noche, o mejor dicho, dentro de una hora. Marco está a punto de llegar y sé que lo primero que hará será quitarme el libro que estoy leyendo y apurarme para que me vaya a alistar. No es que él sea amante de las fiestas o de las constantes salidas, ya que es muy tranquilo, pero cuando la cosa involucra a Jean saca energías  donde no las tiene.

—Llegué. Ansío que estés listo.— el susodicho se hizo oír en la habitación.

—Justo lo iba a hacer.— mentí.

—Más te vale ponerte manos a la obra. Jean me llamó, ya van en camino.

—Aún queda tiempo.

—Todo se adelantó. Necesitamos conseguir un buen lugar. Creo que es obvio que Hemingway es un sitio muy buscado.

¿Hemingway? Es el restaurante bar más aclamado por fuera del campus. Estudiantes de últimos semestres, empresarios, practicantes, contadores y demás, llegan a ese lugar para despejarse y olvidar tanto el estudio como el trabajo. El imaginarme tanta interacción hace que mi lengua se congele, y eso que no voy con la misión de hablar a diestra y siniestra.

Después de vestirnos, partimos en dirección a nuestro destino, en el cual nos esperaban la chica patata, y a su lado el extrovertido Connie. Sí, el contrario a mí.

—Jean consiguió buenos asientos. Entremos ya que tengo hambre.— la chica nos adentraba con empujones.

El interior se componía de un ambiente que rayaba entre lo bohemio y contemporáneo, sin ir al exceso. Paredes con caricaturas de actores y artistas, instrumentos musicales en varias repisas, barra de cócteles, una que otra maceta decorativa.

—Marco.— Jean apareció detrás del chico que me trajo acá, abrazandole— ¿Y tú quién eres?— me interrogó.

—Y-yo...

—Él es Bertholdt Hoover, el amigo que les presenté la vez pasada.— Bodt intercedió.

—No lo recuerdo.

—Ni yo.— expresaron Sasha y Connie al unísono.

Simplemente quería irme de ahí, salir corriendo fuera de ese desencaje. Tomando un largo suspiró los seguí hasta una mesa cercana a una de las ventanas. Estando ahí dieron rienda suelta a una charla en la que yo no tenía ni idea en qué aportar, ni siquiera escuchando todas sus palabras. Cambiaban de tema cada diez minutos, y yo no tenía ni idea de quién era Thomas y por qué Sasha lo había golpeado.

—Chicos.— intenté ser partícipe, sin embargo, me ignoraron.— Chicos, podrían...

—¡Tengo tantas ganas de comer una patata rellena!— la exclamación de la chica ahogó mi llamado.

Así fue por unos minutos más, hasta que decidí que era suficiente. Con mi cabeza baja me levanté del asiento y dejé el lugar, no sin antes voltear y darme cuenta que ellos aún no notaban mi ausencia.

Salí a la calle y todavía mirando el suelo con cada paso, crucé la vía. Mala acción por mi parte. Un frenón me sobresaltó haciéndome caer al suelo en pleno cruce. Frente a mis narices yacía la parte delantera de un auto, como si  esta me reclamara por mi imprudencia.

—¿Amigo, estás herido?— el conductor se bajó con preocupación.

Subí mi vista a él, encontrándome con un hombre de unos veintitantos años. Sus ojos miel parecían examinarme desde la distancia, quizá en busca de una lesión. En cambio ahí estaban los míos aterrorizados y apenados.

—Siento el inconveniente. Siga su camino, por favor.

—¡Aguarda!

Como pude me puse de pie y salí disparado, dejando atrás al rubio que quería ayudarme.

It can't be (ReinerXBertholdt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora