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Bertholdt

Mi cuerpo se retorcía gracias al aquejante dolor del que era preso. No manejaba al menos la noción del tiempo ni conocía qué espacio ocupaba en aquella habitación. Mi estómago no había recibido trozo alguno de alimento, de modo que la fatiga era obvia y persistente.

Apenas había dormido unas cuantas horas, según mi subconsciente, en las que logré descansar un poco de todo lo que ocurría a mi alrededor.

La puerta se abrió por milésima vez, dejando entrar con aquel acto, un delicioso olor a tostadas bañadas en azúcar.

—Espero que hayas aprendido de tu castigo, Bertholdt— era Zeke; —hoy es otro día, así que empezaremos de nuevo. Te hemos traído el desayuno. Como lo dije en un principio: ser carnada no significa maltrato, a menos que sea necesario.

—¿Qué hora es?— susurré en busca de información.

—¿Para qué lo quieres saber? No necesitas ese dato, ahora come.

—Por favor.

—Estoy procurando ser bueno contigo, pero desafías mi paciencia con tu comportamiento.

—Pero…

—Come. Ni una palabra más— sentenció el captor a la vez que presentía cómo un trozo de alimento se acercaba a mi boca.

Me esforcé por recibir el moderado y suave pedazo de pan; sin embargo, unas náuseas repentinas hicieron acto de presencia, colaborando a que casi devolviera lo tragado.

—Es tu problema si no aceptas lo que te ofrezco— dijo Zeke con evidente desinterés.

—No me siento bien— susurré.

—Es una pena; me niego a cuidarte como si me importaras.

Hice oídos sordos a sus palabras despectivas y me acurruqué en lo que supuse, era la esquina de la cama, dispuesto a implorar por el cercano fin de aquel infierno.

Sin duda alguna, lo primero que realizaría al salir de ese lugar sería una urgente visita a la clínica más cercana, puesto que las heridas transmitían escozor a lo largo de mi ser, dándome a lo mínimo un aspecto en suma deplorable. Luego de ello, tendría una charla con Reiner; durante mi corta pero tortuosa estadía en manos de Zeke, he logrado analizar un sinfín de cosas que me gustaría dialogar con el rubio.

—¡Señor!— uno de los secuaces entró con violencia. —Han llegado.

—Defiendan el frente, inciten el retraso. Yo me quedaré aquí; después de todo, mi objetivo es que Braun llegue hasta acá, dejen la vía libre a él, a los demás, liquídenlos si se les presenta la oportunidad.

—Marcel también vino— siguió informando.

—Dejáselo a Galliard.

—Entendido.

La venda por fin fue retirada de mis ojos, los cuales me ardieron al contactar la luz después del prolongado tiempo en el que estuvieron privados de ejercer su función visual.

Detallé cada punto del cuarto. No era nada parecido a las películas, en donde te secuestran y te llevan a un sitio maloliente y en estado precario, esto era lo contrario: una habitación perfectamente ambientada con dos sofás, uno a cada extremo; una amplia cama pegada en horizontal contra la pared del fondo, y un espacioso closet movible al costado izquierdo. Nada de ventanas y las paredes pintadas de blanco en completa uniformidad.

—Estamos en mi hacienda— comentó el único que me acompañaba.

Iba a responder, pero el sorpresivo y desolador sonido de las balas al dispararse, ocupó el espacio en mi mente.

It can't be (ReinerXBertholdt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora