Ruby Tiger [✓].

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"La inevitable ira que estrangula la hasta que el recuerdo de un ser es veneno en las venas."—Ducard.

Lo detestaba.

No, lo odiaba, aborrecía, despreciaba con la última fibra de mi ser. El instituto nunca había sido uno de mis lugares favoritos, mucho menos después de lo acontecido y la ristra de insultos que arrancaba mi mera presencia.

Nadie se acercaba a mí... por miedo a ser rechazado de la misma manera. Sin embargo, aquel día, algo no era como acostumbraba. Aún capté las miradas de odio posadas en mí, llenas de resentimiento, pero, de un modo más sutil, escondido, no la proclamación abierta a la que me había habituado.

Cerré la taquilla, con pesadez, topándome con un rostro conocido.

Alcé las cejas, sorprendida ante su mera presencia.

—Diana —saludó con una sonrisa radiante, pero rehuyendo mi inquisitiva mirada.

Kara Pullman había sido siempre una de las personas de confianza que tenía en aquel apestoso edificio, aunque su puesto de animadora la había separado de mí una vez que el rumor de que había sido la culpable de la aparatosa lesión de Justin se hubo extendido.

—Kara —repetí, estupefacta— ¿A qué debo el placer de tu compañía?

Ella carraspeó, incómoda, ante la acidez de la oración que pronuncié.

—Yo... venía a disculparme por mi actitud. He sido una amiga horrible, muy egoísta. Te aparté y no te lo merecías, pero —refunfuñó mirando a derredor— La presión es abrumadora. No pido que me comprendas, mucho menos que me perdones, no lo merezco. Sabía que estaba haciendo cuando lo hacía, he dicho cosas de las que me arrepiento por encajar, y soy detestable, el instituto es retorcido.

Entreabrí los labios, sin ser capaz de desentrañar todo aquello.

¿A qué venía eso?

Por fin estableció contacto visual conmigo. Sus enormes ojos marrones me escanearon durante unos instantes.

—Venía aquí para confesarte algo —admitió— que probablemente deberías saber. Justin se ha pronunciado esta mañana con lo que respecta a ti. Todos esperábamos que despotricara contra ti, como hizo apenas una semana antes, sin embargo... te ha defendido, de hecho —matizó— ha amenazado a cualquiera que se meta contigo. Fue un accidente, ¿no? La gente comete errores y hoy, la víspera del partido, sin poder jugar, quiere que el instituto entero deje de acosarte por su maltrecha pierna.

Entonces todo encajó repentinamente. De ahí el cambio de actitud que había detectado en el grueso de la población estudiantil. Quise decir algo, pero me trabé a medio camino, sin ser capaz de asimilarlo con rapidez. Justin había dado la cara por mí.

Bueno, teniendo en cuenta de que todo era su maldita culpa y el error por el que se me despellejaba era suyo... no tenía mucho mérito. Su actitud era propia del más vil cobarde y ahora, después de la drástica noche que compartimos, quería solucionarlo.

—Te he fallado, Diana —continuó Kara, devolviéndome a la realidad— por eso... si hay algo que pueda hacer para mitigar tu aversión a mí... dímelo, yo... —su mirada dejó de reposar sobre mi persona, para perderse a los pasillos atestados de adolescentes— Justin.

Pronunció su nombre en apenas un susurro imperceptible, con reverencia. Luché contra los sentimientos contradictorios que pujaban en mi interior y me giré con suma lentitud, deleitándome en los segundos que discurrían.

Enfrenté al chico, que avanzaba cojeando hacia nosotras. La ancha sudadera del instituto se ajustaba a sus anchos hombros y mostraba una ceñida camiseta de deporte blanca, que abrazaba detalladamente aquellos pectorales que tan incansablemente habían recorrido mis inquietos dedos.