021| Penumbra.

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Mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en villano —Batman.

Las semifinales estatales eran el mayor evento que los sucios muros del instituto habían albergado durante un prolongado espacio de tiempo. De ahí la histeria colectiva, el ánimo enfervorecido de los estudiantes ante la posibilidad de conseguir un hueco en la final.

Ningún alma en pena del instituto fue capaz de faltar al partido. Nadie quería perdérselo. O no habían encontrado el modo de escapar, ninguna excusa parecía convincente hablando del partido.

La aglomeración de adolescentes se extendía a lo largo y ancho del gimnasio, repartiéndose por las gradas y sus alrededores, sin pisar la cancha donde se disputaría aquello que todos habían ido a presenciar.

Los artículos de ánimo no faltaban entre los presentes que portaban enormes dedos de espuma, bufandas, camisetas, aparatosas trompetas...

—Esto es un auténtico asco —me lamenté en voz alta— Odio este tipo de ocasiones.

Lydia sentada a mi lado sacudió los hombros con simpleza. Miraba fijamente la pantalla de su dispositivo móvil, presionando los dedos sobre la pantalla, ajena al revuelo exterior.

—Gajes de ser la amiga con derecho a roce del capitán —murmuró, entre dientes.

Farfullé un insulto ilegible, encorvándome sobre mí misma, buscando entre el grupo de chicos hasta las trancas de testosterona que revoloteaban con nerviosismo en nuestro banquillo. Atisbé la melena castaña cobriza de Justin, sentado sobre el banco, junto al cuerpo técnico. Mantenía un semblante deicidio, y podía adivinar, a pesar de la distancia, la rabia que le corroía por perderse el encuentro. Todos se concentraban en la carpeta del entrenador que vociferaba la estrategia que debían mantener.

El propio Justin daba órdenes al resto de su compañeros.

La enorme espalda de Will se interpuso en mi campo visual, provocando que chasqueara la lengua con desdén.

—Es imbécil —se lamentó mi mejor amiga— Dime, Diana, ¿por qué tiendo a fijarme en gilipollas?

Giré el cuello hacia ella, esbozando una sonrisa socarrona.

—Es un don. Te lo digo por experiencia propia.

Hundió los dedos en su densa cabellera morena, emitiendo un gruñido de la más pura frustración. Entre sus manos escudriñó la cancha. Decidí no preguntar, al menos hasta que el asunto no se enfriara lo suficiente. Lydia siempre había sido reservado a la hora de narrar sus sentimientos y aceptaba su postura.

Me subí el cuello de la ancha sudadera que cubría mi diminuto cuerpo, siendo consciente de las miradas de reojo mal disimuladas que se clavaban en mí. No era para menos... pocas eran las privilegiados que portaban la sudadera oficial del equipo propiedad del cocapitán. Cerré los ojos, enterrando la nariz en el tejido que desprendía el familiar aroma de Justin.

Todo mi ser se identificaba con ese olor reconociéndolo como un componente más en mi vida. Algo estable a lo que atenerse cuando mi mente se encontraba tan apartada de lo que a la rutina se refería.

Después de una escabrosa conversación en el apartamento de Flynn este me había llevado a casa. Y desde entonces no había cesado de darle vueltas, una y otra vez, complusivamente, a lo acontecido en San Francisco News.

Mi madre puso el grito en el cielo, enloqueciendo a media ciudad, despotricando por la televisión acerca del terrible ataque del que había sido víctima, responsabilizando a la competencia.

Un calambre reptó por mi espina dorsal ante el mero recuerdo de los sanguinarios ojos del otro hombre gato. U hombre pantera. Sea como sea... no podía simplemente hacer como si nada hubiera pasado. Mucho menos exhibiendo un evidente corte en la mejilla derecha.

Ruby Tiger [✓].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora