Prólogo

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Corría. Corría por aquel oscuro y tenebroso bosque tratando de esquivar lo que se encontraba a su paso. Sus intentos eran prácticamente en vano debido a que la apremiante oscuridad y las frondosas copas de los árboles impedían que la luz de la luna alumbrase su camino.

Cayó al suelo una docena de veces pero eso no parecía amedrentarla. Tampoco el hecho de que quien la perseguía estaba cada vez mas cerca. Podía escuchar, incluso, el ruido de sus pisadas por encima de los acelerados latidos de su corazón.

Seguía corriendo, saltando raíces, cayendo al suelo de vez en cuando, esquivando troncos y algunas veces golpeándose con ellos... Seguía escapando de la muerte. Aquella muerte que se camuflaba en el cuerpo de un atractivo joven.

Cayó al suelo por enésima vez cuando faltaban unos pocos metros para llegar a los límites del bosque. Allí se encontraba su salvación; lo sabía, podía sentirlo.

Adolorida y agotada, intentó ponerse de pie pero no pudo. A duras penas se arrastró lo más rápido que pudo por aquel suelo fangoso, hasta colocarse detrás de un gran árbol. Agudizó el oído pero no escuchó nada más que los latidos de su corazón que retumbaban en sus oídos.

Al parecer, su perseguidor le había perdido el rastro, o se había cansado de perseguirla. Alzó una alabanza al cielo al tiempo que cerraba los ojos y apoyaba su cabeza del tronco del árbol.

Después de un rato abrió los ojos para encontrarse con el hermoso y perfecto rostro de aquel ser que le infundía más miedo que fascinación. Él le sonrió y supo en ese mismo instante que su vida terminaría gracias a esos labios que le brindaban una cautivadora sonrisa.

Gracias a esos ojos tan azules como el cielo en pleno verano y tan fríos como la gélida brisa que azotaba la copa de los árboles. Gracias también a esos fuertes brazos que la ayudaban a ponerse de pie y que la acorralaban contra el grueso tronco de aquel árbol que minutos antes había sido su resguardo contra él.

Su captor dejó de sonreír y aquel estado de sedación en el que se encontraba se desvaneció en el acto. Él dirigió una mirada tan fría que le heló todo por dentro, congelándole incluso la respiración. Quería gritar, pedir ayuda, pero su boca se había quedado dolorosamente seca al igual que su garganta.

No podía respirar, no podía moverse, no podía pensar. Sólo miraba fijamente esos mortíferos ojos, dejando que estos hurgaran en su mente y la condujeran a la muerte.

Desesperada, intentaba inútilmente respirar o por lo menos romper el contacto visual pero todos sus intentos eran inútiles. De pronto, sintió unos fríos dedos rozando su mejilla y descendiendo lentamente hacia su cuello antes de que los labios de su captor se apoderaran de los suyos robándole el ultimo aliento que le quedaba.

Ese era el beso de la muerte...

Lo único que quedó de ella en aquel bosque fue un hermoso vestido negro sobre un montículo de cenizas que lentamente el viento fue esparciendo hasta no dejar nada...

— ¿Anne? ¿Anne, me escuchas? ¡Anne!

— ¿Huh? —La chica parpadeó un par de veces, tratando de aclarar su borrosa visión. —Lo siento. ¿Decías algo? —Preguntó al notar como su amiga la miraba. Si las miradas mataran, Anne estaría tres metros bajo tierra en esos momentos.

Sí. —Respondió Juliette, ofendida, con una expresión de molestia en su rostro. —Te estaba contando cómo me había ido en mi cita con Erick, pero al parecer, pensar en musarañas es más interesante que mi historia.

—Lo siento. —Respondió apenada. — Es que yo...

La boca de Juliette se abrió de una forma que resultaba hasta cómica, sus ojos haciendo exactamente lo mismo. Parpadeaba incontrolablemente, como si no pudiese creer lo que sus ojos estaban viendo. 

Anne la miraba confundida, no comprendiendo el por qué de su reacción.

— ¡Dios, Anne! Mira eso. —Su voz no fue más que un susurro, sus palabras acompañadas de tanto placer y sorpresa que le produjeron a Anne un escalofrío.

Juliette, al ver que Anne no estaba haciendo lo que se suponía que debía estar haciendo, le señaló disimuladamente un lugar detrás de ella, sin siquiera mirarla.

Anne se giró en su asiento, notando en el proceso como todas las mujeres a su alrededor estaban mirando —exactamente con la misma expresión de fascinación que adornaba el rostro de Juliette—, al parecer, lo mismo que había llamado la atención de su amiga.

Cuando sus ojos cayeron en el objeto de todas esas miradas, un sonido que fue mezcla de espanto y sorpresa salió de sus labios.

El corazón se le aceleró al instante y su mirada se desvió hacia sí misma examinándose con detenimiento, mientras el horror recorría sus venas y pintaba su rostro de un feo gris. Ahogó un grito y se puso de pie rápidamente, casi tumbando la silla en el proceso.

Juliette desvió la mirada de aquello que había captado su atención y la dirigió hacia su amiga, que estaba pálida y con una inconfundible expresión de terror y pánico en el rostro.

Anne tenía las manos aferradas a la tela de su vestido. Tenía la cabeza gacha y el cuerpo ligeramente inclinado, como si esperase encogerse. Sus ojos, cargados de un miedo que le helaron la sangre, estaban abiertos y fijos en un punto de la mesa, mientras sus labios formaban silenciosas palabras que Juliette no podía identificar.

Juliette no pudo evitar preocuparse. Mucho.

—Anne, ¿qué te...?

No llegó a terminar la pregunta, ya que su amiga había empezado a retroceder, mientras negaba frenéticamente con la cabeza. Parecía haber perdido la cordura de pronto, presa ahora de un miedo irracional que le había sacado lágrimas de los ojos.

Juliette estiró el brazo dispuesta a detenerla, pero Anne se dio la vuelta y caminó rápidamente hacia la salida, esquivando a los demás invitados de la fiesta, ignorando el llamado de su amiga y las protestas de las personas que no pudo esquivar en su intento por escapar.

Ni bien hubo salido del salón cuando empezó a correr hacia el único lugar por el que podía escapar: el bosque. Y cuál fue su horror al darse cuenta de que el recién llegado a la fiesta corría detrás de ella.

La PremoniciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora