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Adrian no había estado más nervioso en toda su vida, podía jurarlo. Ni siquiera cuando había sido presentado ante todos como el "Sucesor del Rey", se había sentido de esa manera que a él, particularmente, le parecía escalofriante. Y el hecho de que Ariadnna estuviese sentada en su cama, mirando divertida como él se movía de un lado al otro en la habitación, no lo hacía sentir mejor. Mucho menos la sonrisa de satisfacción y burla que adornaba su rostro y que demostraba lo encantada que estaba con lo que veía.
—Ya cálmate, Adrian, que no es nada del otro mundo. —Le dijo, y el desenfado en su voz no hizo más que hacerle fruncir los labios en un mohín. La idea de que él era el único que estaba sintiéndose de esa manera no le gustaba en lo más mínimo.
Su hermana prosiguió hablando, no haciéndole caso a la expresión de su rostro.
—Es sólo un Baile. Y nosotros asistimos a bailes todo el tiempo.
—Ari, no he visto a Anne desde la noche en la que le conté que era el Príncipe. Esa vez ella estaba tan… sorprendida que no había dicho nada. No había reaccionado en lo absoluto. No sé lo que piensa, si está molesta por haberle ocultado esto…— Ignoró el hecho de que la sonrisa de su hermana se había ensanchado. La condenada Ariadnna estaba disfrutando mucho con toda esa situación. —Y hoy, después de todo este tiempo, voy a volver a verla. Sin mencionar el hecho de que ya no van a haber capuchas cubriendo nuestros rostros...
—Pero sí antifaces, por lo que será prácticamente lo mismo. —Lo interrumpió la chica.
Ariadnna no podía estar más divertida. Tener a su siempre seguro hermano frente a ella actuando como un adolescente a punto de dar un discurso frente a todos los estudiantes de la escuela era algo que realmente valía la pena ver. Se acomodó en la cama, apoyando el peso de su cuerpo en sus manos, en una pose relajada y tranquila que no hacía más que estresar aún más a Adrian.
—Aunque ahora, a pesar del antifaz, podrás ver algunos detalles…—La Princesa hizo una floritura con la mano derecha, como si estuviese buscando su próxima palabra en el aire. —… interesantes.
Adrian, de pronto, dejó de pasearse por su habitación y miró a su hermana con gesto serio.
— ¿Qué detalles?
Ariadnna no pudo evitar reir. La curiosidad y la preocupación brillaban en los brillantes ojos azules de su hermano, colándose estas entre sus palabras. ¿Quién iba a imaginarse a Adrian Nightingale, Príncipe del Segundo Reino, comportándose de esa manera? Ariadnna estaba segura de que más de uno pagaría por verlo.
—El color de sus ojos, por ejemplo. El color de su cabello... —Hizo una pausa, más para darle más dramatismo a sus palabras que por otra cosa. —Estoy segura de que ese detalle va a llamar bastante tu atención.
Adrian se cruzó de brazos frente a ella, con el mohín en sus labios más pronunciado que antes. Parecía un niño pequeño al que le habían quitado un dulce, y no el Príncipe, ese que siempre se comportaba a la altura de la situación y que actuaba siempre con fría calma acompañando sus gestos y palabras. Ariadnna tendría que agradecerle a Anne por convertir a su perfecto hermano en el niñito inseguro que tenía en frente.
—Odio cuando te pones así. —Se quejó, y la joven tuvo que refrenar la tentación de pellizcar sus mejillas. Adrian podía llegar a ser realmente adorable a veces.
—Yo también te quiero Adrian, lo sabes. —Le lanzó un beso y su hermano puso mala cara.
Esa hermana suya se divertía cada vez que él sufría y era bastante obvio que en esos momentos Ariadnna se la estaba pasando fenomenal. Iba a tener que cobrarse el mal rato que le estaba haciendo pasar, pero eso sería cuando todo el asunto con Anne se hubiese resuelto. Hasta entonces, no se sentía capaz de pensar en nada que no fuese la joven.
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La Premonición
FantasíaAnne no podía quejarse. Tenía unos padres maravillosos, un novio que la quería y hacía cualquier cosa por ella; le iba bien en sus estudios y estaba a pocos meses de graduarse como Diseñadora de Modas. Anne era feliz con su vida tal cual estaba y no...